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La batalla del 25 de julio que le devolvió la libertad al pueblo piedadense

Foto ilustrativa

La Piedad, Mich.- Aquella mañana de un día 25 del mes de julio del año de 1914, la quietud de este pueblo había sido turbada por la entrada de las fuerzas constitucionalistas que venían del occidente. La plaza y calles aledañas estaban repletas de un extraño ejercito sin uniforme.

En lugar de uniformes militares, aquellos hombres que llegaron a este sitio, procedentes de distintos lugares, vestían con sombreros de petate que tenían imágenes religiosas, además de pantalones de mezclilla rotos, sucios y de distintos colores. Otros portaban calzón de manta y huaraches, pero todos ellos bien provistos de armas y carrilleras cruzadas sobre el pecho.


Era un ejército conformado por gente del pueblo, hombres de todas las edades, entre ellos algunos adolescentes de entre 12 y 13 años de edad y unas mujeres. No tenían formación militar, pero tenían un mismo propósito: luchaban por ser libres.

El asunto es que, aquella noche del 25 de julio de 1914, estos hombres protagonizaron un intenso tiroteo en contra de la gente armada que seguía ordenes de Don Maximiano Velázquez y que defendían la plaza de La Piedad.

La balacera duró toda la noche y fueron entre 30 y 40 muertos los que quedaron tendidos sobre la calle situada a un costado del edificio de la presidencia. Los heridos se contaban por cientos.

Pero ya al amanecer, los hombres que defendían la plaza optaron por rendirse y huyeron.

La noticia de la victoria corrió rápidamente y la mayoría de la gente del pueblo se congregó en la plaza para conocer los resultados de la batalla y tener el primer contacto con los vencedores.

Lo que sucedió después era algo que jamás había ocurrido: una gran cantidad de gente armada caminaba por todas partes, gritando vivas, abrazándose unos a otros y hasta brindando con cualquier cosa que tuviera alcohol.

Para los habitantes de este pueblo, aquellas imágenes vivas de las caballerías de Lucio Blanco eran algo que solo se había conocido en los periódicos y revistas, por lo que al tenerlas de frente no era fácil contener las emociones que iban del asombro, el júbilo y el temor.

El motivo de aquel griterío era por que ese ejercito del pueblo había logrado la más importante de las victorias.

“Era el ejército que nos traía la libertad, que restauraba las instituciones democráticas pisoteadas por la infame traición de Victoriano Huerta. ¡Mueras por él! ¡Vivas para don Venustiano Carranza! salían de la gente y de los soldados”, escribió al respecto José Ortiz Servín, en su revista Argos publicada el 15 de septiembre de 1963.

Y agregó: “Justo es decir que aquellos ejércitos, contrario a la mala reputación de que venían precedidos, no causaron ningún daño. No hubo saqueos en los comercios ni atropellos a particulares, salvo aquellos que se perpetraron en contra de algunas personas consideradas como enemigos de la Causa, cuyos nombres les eran conocidos a los jefes”.

Por algunos días, estuvimos viendo entrar y salir tropas que a su paso dejaba regueros de dinero con sus compras. La plata misteriosa había desaparecido en un momento de la circulación.

Eran ahora los billetes de la revolución los que con abundancia pasaban de mano en mano. Sábanas de Villa de cincuenta pesos impresas en horroroso y corriente papel blanco. Billetes azules de dos caras de diez y veinte pesos, ya con mejor litografía y en mejor papel. Otros emitidos por el Ejército del Noroeste de altas denominaciones hasta de un peso.

Cartones de cincuenta, diez y veinte centavos como moneda fraccionaria se veían y gastaban por doquier. Esta moneda, sin respaldo alguno de reservas metálicas tenía sin embargo, al principio, un valor adquisitivo igual a la metálica, automáticamente desaparecida.

La economía del pueblo, antes tan raquítica, había mejorado esos días. Pocos días después el tránsito de tropas había cesado, habiéndose quedado una pequeña guarnición.

Con información tomada de “ARGOS”, Revista Gráfica. 15 de septiembre de 1963. Director José Ortiz Servín).