Por: Rafael Ayala Villalobos
Mira: vivimos todos los días el enojo y el odio que brotan del fanatismo y de la ignorancia, también de la violencia en todas sus formas que está presente casi en todos los lugares y medios de comunicación y que también salen de la sinrazón que desde el Estado se destila hacia las personas.
Esta realidad fea y cruel nos anima a renovar la esperanza en que el amor es más fuerte que el odio, que la vida es más vigorosa que la muerte, tanto así, que la asimila como parte de sí misma: la muerte es parte de la vida. ¡¿Cómo?! Como lo leíste, así mismo.
Como habrás notado, algunos han degenerado la palabra amor. La han comercializado, la han dirigido a los bolsillos, a los votos electorales, al consumismo y no a la generosidad natural de los seres humanos. Por eso hoy tenemos que quitarle lo sucio a la palabra y al acto del amor, lustrar la preciosidad, lo santo del amor ya que es el nombre mayor de la Última Realidad, del Gran Principio, del Gran Arquitecto del Universo, del Yo Soy, de Dios.
A ti y a mí nos conviene reflexionar y hablar sobre el amor, no destilar tanta crítica y encono, para que la naturaleza del amor nos guíe, anime y caliente. Para eso no debemos guiarnos por el odio, sino al contrario, tenemos que incorporar a nuestra vida lo que la biología y la ciencia han
descubierto: los avances en el descubrimiento del origen de todo. Hoy la ciencia prueba que el Universo es un hecho felíz y amoroso de la propia naturaleza de la cual el ser humano forma parte.
Te explico un poco: hay dos causas, dos movimientos, entre otros, que motivan el proceso del origen del cosmos y del origen de la vida: la necesidad y la espontaneidad. La necesidad está en función de la supervivencia de cada ser; por eso uno ayuda al otro, en una red de relaciones incluyentes. La sinergia y la cooperación de todos con todos constituyen las fuerzas más fundamentales del universo, especialmente, entre los seres orgánicos. Es la dinámica más visible del propio cosmos. Las fuerzas centrífugas y centrípetas que ponen orden en el caos del universo y que mantienen el equilibrio entre planetas, sistemas y galaxias, son fuerte prueba de lo anterior.
Junto con esa fuerza de la necesidad aparece también la espontaneidad que ocasiona que los seres se relacionan e interactúan gratuitamente siguiendo la alegría de convivir. Dicha relación no responde a una necesidad. Ella impera para crear lazos nuevos en razón de cierta afinidad que surge espontáneamente y que produce deleite y gozo. Un ejemplo de ello es la amistad y el amor de pareja que brota ahí donde menos lo esperamos. Es el universo de lo sorprendente, de la fascinación, de algo imponderable, es el inicio del amor.
Las ciencias modernas, entre ellas la astrofísica y las matemáticas, nos han revelado que en la base de todo lo existente están los quarks ,esas diminutas partículas que se combinan para formar otras partículas
subatómicas como los protones y los neutrones, que se buscan y relacionan sin tener necesidad, solo por puro gusto, espontáneamente, atraídos unos por otros, de a gratis, por amor. ¿Será ésta la explicación material a algo tan espiritual como el amor?
Es así como la fuerza del amor brota incontenible, explota como un volcán y atraviesa toda la evolución del Universo y, por supuesto, al ser humano, enlazando todo con profundidad, fuerza, belleza y candor. No hay una razón que lleve a los quarks a combinarse libre y espontáneamente: lo hacen por puro placer y por la alegría de estar juntos.
Se trata del amor cósmico que realiza lo que la mística, la espiritualidad y algunas religiones ya habían sospechado: la vigencia de la pura gratuidad. Algún místico dijo: “La rosa no tiene un porqué. Florece por florecer. No se preocupa de si la admiran o no. Ella florece por florecer”.
¿O no decimos que el sentido profundo de la vida es simplemente vivir? Así el amor florece en nosotros como fruto de una relación libre entre seres libres y con todos los demás seres, y con él sus manifestaciones superiores: la tolerancia y la colaboración.
Pero como humanos y autoconscientes que somos, podemos hacer del amor, que pertenece a la naturaleza de las cosas, un proyecto personal y civilizatorio: vivirlo conscientemente, crear las condiciones para que ocurra la amorización entre los seres inertes y vivos. Por ejemplo, podemos enamorarnos de una lejana estrella y establecer una historia
de cariño con ella ¡y con más razón entre nuestra comunidad humana y nosotros, o sea, en nuestra sociedad política¡
¿Estás de acuerdo en que hoy, aquí y ahora urge el amor?. Donde la fuerza de lo negativo, del anti-amor, parece prevalecer, urge el amor en el decir, en el callar, en el actuar… Más que preguntar quién practica actos de odio, división, rencor, de propiciar los enfrentamientos, es menester preguntar por qué fueron practicados. Seguramente el odio y la violencia brotaron porque faltó amor como relación que enlaza a los seres humanos en la bonita experiencia de acogerse y abrazarse gustosamente uno al otro.
Digámoslo con claridad: el sistema mundial imperante tan depredador, capitalista y colectivista, populista, publicista y manipulador, no ama a las personas. Ama los bienes materiales, ama al poder, ama la fuerza de trabajo del trabajador, ama utilitariamente el saber, su producción y su capacidad de consumo. Pero no ama gratuitamente a las personas como personas.
Por eso te digo: hoy ser revolucionario es predicar y practicar el amor, es gritar a voz en cuello y con la cara al sol: “amémonos los unos a los otros como nosotros mismos nos amamos”. Eso es ser revolucionario. Eso es oponerse a la cultura, o mejor dicho a la anticultura dominante.
El amor, esa fuerza motríz del universo, el amor que mueve nuestras vidas, el amor que es el nombre sacrosanto de la Fuente Originaria de todo Ser, Dios, o como amorosamente quieras decirle, ese amor hoy nos invita a la acción revolucionaria.