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Participación y comunidad

Por Rafael Ayala Villalobos

¿La economía de México va mal? Si, y en 2022 estará peor. Culpamos de ello a la pandemia, pero ya venía mal. La pandemia fue pésimamente enfrentada por el gobierno.


Basta recordar cuando el Consejo Coordinador Empresarial pidió a la federación apoyos para las pequeñas y medianas empresas, como respaldar parte de los salarios, las rentas, o aplazar el pago de impuestos. Nada del otro mundo, eso estaban haciendo en otros países gobiernos más empáticos, más solidarios, más comprensivos con sus pueblos.

“No vamos a repetir el Fobaproa”, dijo la voz presidencial, haciendo una comparación muy fuera de lugar, que denotaba su incomprensión de la situación que vivía y vive la comunidad mexicana. Aquí fue al revés: subsidiar los grandes monopolios gubernamentales, gastar en obras que no urgen ni apuntalan el desarrollo nacional y apoyar con dinero a países de centroamérica.

Para los mexicanos clientes o no de programas asistenciales: “no hay, no hay”. ¿Y qué hicimos? Confundirnos, dividirnos, lanzarnos insultos, no exigir soluciones objetivas, viables y racionales al gobierno. Encerrados por miedo a la pandemia, optamos por el individualismo y por no querer participar en lo que le sucede a nuestra comunidad.

Por eso es oportuno reflexionar sobre la participación y la comunidad. Una de las enseñanzas que nos han dejado el 2020 y el 2021 es el de aprender a percibir la cercanía de nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo a través de una pantalla ya que convivimos de manera presencial solo con unos cuantos y hemos aprendido a sentir de otra forma mediante el espacio virtual.

Como seres humanos tenemos en nuestra naturaleza sentido de pertenencia, al principio de los tiempos para poder subsistir y ya después como una oportunidad y necesidad de crecimiento personal.

La primeras especies vivas, los organismos unicelulares, descubrieron que si se unían mejoraban sus posibilidades de subsistencia y crearon colonias que crecieron con rapidez de forma que las células periféricas estaban más en contacto con el agua, fuente de vida, que las demás, las centrales. Entonces actuó la naturaleza para modificar el diseño, la formación de ésas colonias, y las células se acomodaron en forma de tubo constituyendo los primeros seres pluricelulares, de esta forma el agua pasaba por en medio del tubo, por su luz, en un sentido o en otro y así todas las células resultaban beneficiadas.

El tiempo cumplió su deber: pasar, y el tubo se especializó: desarrolló en un extremo una entrada y en el otro una salida, o sea una boca en un lado y un dren de desecho en el otro. A partir de este modelo cerrado se generaron especies con una cavidad central con una función que actuaba como aparato digestivo y otro encargado de darle propulsión a los líquidos internos, lo que fue el antecesor del corazón. Así continuó la organización celular hasta formar los invertebrados que en algunos casos lograron construir un exoesqueleto, o sea una estructura ósea recubriendo al tubo celular inicial para protegerlo, articularlo y ayudarlo a desplazarse. Luego aparecieron los endoesqueletos o vertebrados inferiores y después los vertebrados superiores, como el ser humano, ubicado en la cúspide de la evolución.

Contra toda lógica, si nuestro organismo tiene los más desarrollados atributos para vivir, reproducirse, amar y ejercer la libertad inteligente, a veces hacemos cosas que nos llevan a la destrucción de nuestra especie.
Así que eso de vivir, laborar y participar en comunidad humana es algo natural, biológica y socialmente natural.

Ya sea de manera virtual utilizando la tecnología o de forma presencial según se comporte la pandemia, conviene que perfeccionemos nuestras formas de participar en la vida comunitaria recordando lo que nuestra esencia biológica y antropológica nos dicta: unirnos y organizarnos.

La división, la desorganización y el que un solo órgano quiera mover todo el cuerpo lleva al fracaso disfuncional. Las palabras claves entonces son concordia, armonía y amor. Ese es el objetivo de la política: despertar el sentido de pertenencia solidaria, buscar nuevas formas de organización político-social que ayuden a mejorar las condiciones de vida de la comunidad entera.

En las festividades decembrinas tenemos la tentación de reunirnos, de asistir a fiestas, de hacer como si no pasara nada, de voltear para otro lado y no ver los riesgos de la pandemia que no ha terminado ni terminará. Y es que estamos desesperados, hemos sido víctimas de un mal manejo de la pandemia por parte de las autoridades que van de fracaso en fracaso en la administración de las instituciones de salud y en la aplicación de vacunas, así como hartos de no ver soluciones para el desempleo, la caída de la economía y la inseguridad que empapa de sangre nuestro suelo patrio.

Para colmo, atónitos, no sabemos qué hacer para defender nuestra democracia ahora que la tienen en el paredón. Se nos olvida pensar, decir y actuar con sobriedad, prudencia, justicia y lealtad; se nos olvida que hasta por naturaleza biológica somos comunidad y debemos participar tanto como respiramos.

De nosotros depende que el virus se propague más o menos rápido, si nos cuidamos y cuidamos a los demás, si seguimos recomendaciones y si llevamos estilos de vida más saludables. Pero parece ser que estamos desesperados, ansiosos y por éstos días fingimos que no pasa nada. De ahí la necesidad y conveniencia de crear comunidades virtuales y presenciales como los seres inteligentes y esencialmente colectivos que somos. Hay que evitar sentirnos aislados y enfadados.

Esto es sencillo. ¿Cuántas veces una persona que ni conocemos nos ha ayudado a resolver un problema por la red de internet? Y es que el ser humano es solidario, participativo, comunitario y político por naturaleza biológica y social.

En griego antiguo “idiota” era el que no se quería ocupar de los asuntos públicos y políticos. En griego “idio” quiere decir “propio”, o sea el que solo se ocupara de sus propios asuntos, cometiendo el gran error de los que se dicen “apolíticos”, cosa que no existe, porque hacen política de la peor forma: no haciéndola. En latín también hay la expresión “idiota”, que significa “ignorante”.

Participar, en principio, significa “tomar parte”: convertirse uno mismo en parte de una organización que reúne a más de una sola persona. También significa “compartir”, “ser parte”. Los que se creen apolíticos en realidad lo que quieren destacar es que son “apartidistas”, cosa que tampoco es cierta ya que siempre se es parte, por acción o por omisión, ya que partido es la parte de un todo social y político.

La participación en la comunidad depende de los rasgos psicológicos y físicos de cada quien, de ahí nacen sus motivaciones para participar. Pero cualesquiera que sean la participación es siempre, al mismo tiempo, un acto social, colectivo, y el resultado de una decisión personal que combina los dos factores mencionados: la influencia de la sociedad en el individuo, pero sobre todo la voluntad personal de influir en la comunidad.

¡Te deseo un muy buen año 2022