Por: Rafael Ayala Villalobos
Alguien dijo que «Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada» y tenía razón porque la indiferencia es el enemigo más tremendo del hombre y del adelanto a base de trabajo colaborativo.
A la indiferencia se le ha definido como un estado de ánimo en el que no se siente ni inclinación ni rechazo por algo, sea una persona, un objeto, un tema, un acontecimiento o un asunto especial. Parecería que quien es indiferente está encerrado en sí mismo y los demás no existen.
Conocedores del tema dicen que se trata de una decisión de la voluntad de no interesarse por nada ni por nadie; es un estado neutro afectivo, de desapego, de desatención e inacción.
Un día escuché al Padre Germán Cobos explicar la indiferencia como un escudo o auto defensa para no sentirse lastimado y en consecuencia se prefiere el aislamiento. También dijo que está quien protege sus creencias e intereses y opta por la no exposición. O quien asume posiciones de poder político o económico y no quiere abandonar sus beneficios, muy típico de los políticos acomodaticios y saltimbanquis.
Hay indiferencia personal, hacia otros, y social hacia temas comunitarios. Las dos son graves pues no se construye en favor del bienestar, podrían resumirse en que se trata de una indiferencia moral pues es un tema asociado a los antivalores.
Entonces ¿en dónde radica la indiferencia? ¿En el no sentir o en el no actuar? Es decir, ¿nos puede doler algo y no actuar para mitigarlo? ¿Está bien que solo me dedique a mi cuidado y al de mi familia? ¿Es éticamente correcto que me interese en el conflicto Rusia-Ucrania por chisme y no por afán de conocimiento que me lleve a adoptar decisiones y acciones en pro de los valores universales? ¿Es bueno que por ser adicto al AMLO sea indiferente al dolor de quienes no reciben medicamentos del sector público, ante los que cada día se empobrecen más, frente a los que padecen el flagelo de la inseguridad y la violencia, cuando las familias están perdiendo apoyos como las escuelas de tiempo completo y las estancias infantiles, entre otros? ¿Puedo decir que soy persona buena si soy indiferente ante el debilitamiento locuaz y malintencionado de las instituciones democráticas desde la presidencia de la república? ¿Cómo puedo atreverme a comulgar en la misa dominical si soy indiferente a la torpe pérdida de empleos, a la precarización de las condiciones laborales y a depauperización de la clase trabajadora por las malas políticas del gobierno?
Hay situaciones o personas que parecieran son invisibles o que caen en el olvido por ser recurrentes; por ejemplo, los migrantes, las personas de la tercera edad, las mujeres que sufren violencia o los indigentes.
O bien, los grandes dilemas éticos: pobreza, discriminación, desigualdad, cambio climático; o la falta de equidad o de justicia. Dejémonos de hipocresía, soltemos la pusilanimidad: la indiferencia es una forma de violencia y no somos personas buenas si cerramos los ojos a la realidad, si apoyamos o colaboramos con gobiernos que ganaron a la mala, pactando con la delincuencia organizada, que metralleta en mano alteraron las boletas, que secuestraron promotores del voto y funcionarios de casillas para alterar las votaciones, por ejemplo.
¿Usted ha apoyado a alguien en situación de calle? ¿Ha compartido su salario con quien no tiene trabajo? ¿Visita a quien vive en soledad? ¿Participa en marchas para manifestarse ante un mal gobierno? ¿Actúa más allá de la comodidad del hogar? ¿Practicamos las obras de misericordia básicas del cristianismo? ¿O solo vamos a misa?
Basta con asomarse por la ventana para apreciar la realidad que vivimos y que exige acciones compasivas, solidarias.
Fue Stéphane Hessel, escritor y político francés quien dijo: «La peor de las actitudes es la indiferencia, el decir “yo no puedo hacer nada, yo me las apaño”. Y agregó: “Al comportaros así, perdéis uno de los componentes esenciales que hacen al ser humano. Uno de sus componentes indispensables: la capacidad de indignarse y el compromiso que nace de ella».
Hay un relativismo de valores. Creemos que lo importante está en el tener y no en el ser. Nos hemos acostumbrado a situaciones adversas que se llegan a normalizar en nuestras vidas; es común pensar que las carencias sociales forman parte de la cotidianidad; así mismo, que siempre hay «otro» que se encarga de resolver los problemas.
El tema es que no podemos permanecer indiferentes al dolor ajeno ni a la necesidad de cambio cuando creemos que es indispensable. No olvidemos que vivimos en sociedad y es junto con el otro como se construye y se avanza. Necesitamos conectar con los demás, en sentimientos y en acciones. No es suficiente lamentarse ante el dolor ajeno, es necesario actuar para suavizarlo. Tampoco es suficiente estar enterados chismosamente de lo que sucede, el interés debe llevar a la acción.
¿Cómo revertir la indiferencia? Con conciencia, sensibilidad, empatía, compasión y, sobre todo, con organización y acción.
En situaciones críticas como las que estamos viviendo en México, en violencia, desarrollo, desigualdad, polarización y manipulación de la verdad, no podemos ser apáticos ante temas ciudadanos que ponen en riesgo la libertad y democracia, la educación, la salud y la vida. Estamos viviendo situaciones muy malas ocasionadas por el mal gobierno y urge la participación responsable de todos.