Por: Mayra Teresa Gaxiola Soto
Hace unos días escuchaba los comentarios del programa “Camino a la chamba” sobre la corrupción, las famosas ‘mordidas’ y me di cuenta del gran interés que despierta el tema porque todos de una u otra manera nos hemos visto involucrados en este vergonzoso asunto, somos parte del problema, es más, los ciudadanos somos los más culpables de que exista porque no sólo lo permitimos, sino que lo provocamos, lo generamos.
Usted podría pensar amable lector que, si nosotros lo generamos, si somos los culpables, en nuestras manos está eliminar ese cáncer. Pero lamentablemente no es así de sencillo. La corrupción es un asunto ‘de cultura’ por más aberrante, por más vergonzoso que se lea, es la realidad de nuestro México lindo y querido.
Como bien dice un ex jefe de quien tengo muy buenos recuerdos, “la corrupción y la impunidad van de la mano y permean a todas las capas sociales y en todos los ámbitos, desde el contrato multimillonario que otorga un funcionario público a un prestanombre; las facturas falsas que compra; los trámites cotidianos adelantados con mordida en las oficinas públicas. Hay una cultura en lo público y privado de darle la vuelta a la norma para obtener ventajas”.
Y siguiendo con el tema abordado en “Camino a la Chamba”, cuando Lalo Ruiz habló de cómo cambia la actitud de los elementos policíacos al enfrentarse con periodistas al momento de pretender una ‘mordida”, recordé cuando yo misma, ya dedicada a otra actividad viví una situación similar.
Resulta que al cerrar el negocio al que ahora me dedico de tiempo completo, pasaban ya las doce de la noche y en el semáforo frente a la bodega Aurrera, me emparejé a dos patrullas policíacas del entonces llamado “mando único”, quienes sólo medio se detuvieron para evitar un accidente y continuaron sin respetar la luz roja.
Hice exactamente lo mismo, me detuve por seguridad cuidando que no viniera carro y continué. Pero los policías empezaron a perseguirme ordenándome con el altavoz que me detuviera, cosa que no hice, hasta que me cerraron el paso rodeándome entre varias unidades, porque habían pedido refuerzos, como si se tratara de una peligrosa delincuente.
Se acercaron a mi ventanilla y reclamaron el hecho de no haber respetado el alto. Argumenté que simplemente hice lo mismo que ellos y les pedí que me elaboraran la boleta de infracción para continuar mi camino, que venía cansada y necesitaba llegar a casa.
Obviamente los policías (del mando único en ese entonces) no podían levantar una infracción y ni siquiera traían la documentación para hacerlo, pero me dieron una cátedra sobre la importancia de respetar la luz roja del semáforo para evitar un accidente, (cosa que no era necesaria porque jamás violo una regla vial durante el día), explicándome los montos de las multas, etcétera, etcétera, tratando de que yo buscara arreglarme con ellos.
Los dejé hablar esperando el momento en que abiertamente pidieran dinero, porque sabia que eran policías y no podrían levantar la infracción, al tiempo que les insistía en que me dieran la boleta para pagar mi multa.
Mientras unos hablaban conmigo, otros hacían llamadas reportando según ellos el hecho. Toda una faramalla que me impresionara. Querían enfadarme, asustarme y que tratara de ‘arreglar el problema de otro modo’.
De pronto, uno de los tantos elementos que me rodeaban dijo: “Usted es fulanita de tal, del periódico tal, ya la reconocí” … y ahí todo cambió.
Aun cuando expliqué que ya estaba dedicada a otra actividad, su actitud cambió radicalmente, al grado de que para cuando llegó mi esposo al lugar, ya todo eran adulaciones y disculpas condescendientes: ‘por favor que no vuelva a ocurrir, lo hacemos por su propia seguridad… no quisimos causarle molestias, …’ ‘Estamos trabajando para ganarnos la confianza de la población’.
“Si ustedes tienen miedo pararse a medianoche en un semáforo, nosotros (los ciudadanos) también. No me detuve como ordenaban porque igualmente desconfiamos de los policías”, les dije y esto último fue lo que más les dolió, pero lamentablemente, es la realidad.
Esto viene a colación, precisamente por lo que comentaba Lalo Ruiz en “Camino a la Chamba”, que cuando los elementos policíacos se enfrentan a un periodista al momento de levantar una infracción (es un decir, pues lo que pretenden es no elaborar la boleta sino amedrentar para que les den una mordida) su actitud cambia. Pero ¿qué pasa con el resto de la población? Cuando no temen ser exhibidos por su mala actuación, descaradamente van con todo por la ‘mordida’.
Con el relato anterior, no estoy incitando a violar las reglas viales; se trata simplemente de extremar precauciones, cuando por razones de trabajo o cualquier otra situación, tenemos que circular muy noche o de madrugada por las calles de la ciudad.