Inicio Destacados CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO, SANCHO

CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO, SANCHO

Por: Rafael Ayala Villalobos

Lector, lectora queridos, en Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, leemos que el Quijote y Sancho entraron muy noche a un pueblo del Toboso para ir al palacio de su amada Dulcinea, pero chocaron sus caras contra el templo de la iglesia del pueblo, por lo que don Quijote exclamó: “¡Con la iglesia hemos topado, Sancho!”. Y así debió haber dicho el presidente Andrés Manuel López Obrador, cuando se confrontó inútilmente con la Iglesia y su estructura jerárquica al mostrarse prepotente, insensible, deshumanizado, poco empático y grosero con los sacerdotes con motivo del asesinato de dos padres jesuitas en Chihuahua.


En pleno duelo, con los cadáveres aún sin sepultar dijo en su perorata matutina: “¿Qué quieren entonces los sacerdotes? ¿Qué resolvamos los problemas con violencia? ¿Por qué no actuaron con Calderón? ¿Por qué la hipocresía? Eso no se debe permitir a nadie y mucho menos a un religioso, sea pastor o sacerdote?”.

Se hizo tonto porque los jerarcas y sacerdotes católicos de a pie le reclamaron resultados en el combate al crimen organizado y una real y efectiva estrategia que detenga la violencia y abone a la seguridad. Asimismo llamaron a la reflexión colectiva para arribar a acuerdos para la convivencia pacífica. Pero como el presidente no entendió, la Conferencia del Episcopado Mexicano a cargo del obispo Ramón Castro Castro, le tuvo que aclarar con un video muy difundido en redes sociales y en un documento con el que comprobó que el primer pronunciamiento de la grey católica en favor de la paz y solicitando al Estado políticas para alcanzarla fue en 1968, y desde entonces ha habido otros, sumando 116 entre cartas y mensajes pastorales, además de que, como sabemos, todos los días los sacerdotes y monjas de a pie trabajan directamente con la comunidad procurando la concordia y la paz social.

Mire usted: a mí me consta que en los comicios para presidente del 2018 el bajo clero dio su voto de confianza a Andrés Manuel López Obrador y votó por Morena, según mi sondeo. ¿Cuál es el bajo clero? El que convive a diario con el pueblo, con sus necesidades cotidianas, con sus penurias y miedos, e incluso que los comparte y por eso no se limita a rezar sino que incluye en su pastoral la acción social y a veces hasta la acción política, cosa que si hicieran todos los sacerdotes de acuerdo a la pertinencia legal y socio-cultural en que vivan, México estaría un poco mejor.

Eso fue en 2018. Pasado el tiempo y viendo que se fueron con la finta y se equivocaron, los sacerdotes han rectificado alineándose con la Doctrina Social de la Iglesia –rico faro de orientación- y no con propagandas seductoras de moda, populistas y falsas. Más de 14 mil sacerdotes, 150 obispos y 30 mil madres o monjas que desarrollan sus respectivos carismas en México, ya no apoyan al inquilino del palacio virreinal.

El asesinato cruel y cobarde de los padres jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, más otros seis caídos y los desaparecidos en este desgobierno cómplice de la delincuencia organizada por órdenes ni más ni menos que del mismísimo mal presidente, más la inexistente interlocución gobierno-iglesia, se traducirá en un voto de castigo a Morena en 2024.

Por años, muchos de los jesuitas y trinitarios, carmelitas y vicentinos, agustinos y dominicos, además de franciscanos, maristas y lasallistas, también los josefinos y los misioneros del Espíritu Santo, entre otros, pero más el clero diocesano, simpatizaron con López, seducidos por su palabrería pseudo-cristiana.

Solo que pasó lo que tenía que pasar: hace poco el presidente mostró egoísmo, nula empatía y torpeza política, además de ínfima calidad humana, al insultar a los sacerdotes católicos y a los de la Compañía de Jesús en pleno novenario fúnebre solo porque estos le pidieron revisar su política pública de seguridad fracasada.

Cual energúmeno no paró allí: despotricó contra la Conferencia del Episcopado Mexicano y el trabajo de miles de sacerdotes y religiosas en las comunidades pobres del país, empujando a un punto casi de ruptura la relación entre el clero y esa cosa que le dicen 4T.

Un dato revelador de la tensión gobierno de México – Vaticano es que éste último ha designado recientemente como nuevo Nuncio Apostólico en México a Joseph Spiteri, porque el Departamento de Estado del Vaticano, que encabeza Pietro Pailin, comprendió que en los últimos 30 años las relaciones entre el gobierno y los obispos mexicanos no habían estado tan mal como ahora.

La clerecía sabe junto con su feligresía que este, el de López Obrador y Morena, es un sexenio perdido y que al presidente no le interesa darle un lugar a la iglesia católica como interlocutora para construir en México el reino de Dios en la Tierra.

Yo he platicado con sacerdotes de comunidades pequeñas y les puedo afirmar que entre los que conviven con campesinos, obreros, profesionistas, clase media y los menos favorecidos, o sea lo que se conoce como el bajo clero, ha crecido la desilusión porque la frase de “Por el bien de México, primero los pobres”, quedó en apenas un mensaje politiquero de propaganda corriente, de a tres por peso.

Los verdaderos programas sociales, no asistenciales, se eliminaron y provocaron más pobreza que la que combatieron porque el gobierno los utiliza para corromper la democracia practicando burdamente el clientelismo político, y la nula pelea contra la inseguridad y la muerte de los jesuitas fue la gota que derramó el vaso de la confianza.

Cuando López Obrador cuestionó el compromiso de la iglesia católica en las causas sociales, el bajo clero empezó a distanciarse de este régimen fracasado.

Se trata de monjas y laicos que trabajan hace décadas en programas de asistencia con mujeres maltratadas, niños, con los más pobres, también con indígenas, ancianos, enfermos, migrantes, comedores y en la educación entre otros.

Los obispos y los jesuitas se hicieron una sola voz; desprendiéronse para retomar un camino diferente y a la vez fortalecer su espíritu de cuerpo, cosa que los padres jesuitas entienden muy bien ya que por algo se les conoce como “Los soldados de Cristo”. Su fundador, san Ignacio de Loyola fue militar antes de abrazar su vocación religiosa y fue un cañonazo en la pierna el que lo recluyó largo tiempo mientras sanaba teniendo así la oportunidad de descubrirse y descubrir su camino. Quizá el homicidio de los dos sacerdotes en Cerocahui sea el cañonazo que sacuda a la iglesia y sea la sangre de estos mártires jesuitas la levadura del buen pan…

Veremos en lo porvenir a los más de 14 mil sacerdotes católicos, a través de sus 4 mil 600 parroquias y 2 mil 800 templos, que influyen en millones de católicos que asisten cada ocho días a celebrar la santa misa cómo se irán perfilando por una opción política y social que ya no será la fracasada 4T ni ninguno de los próximos candidatos que ahora aplauden la terquedad presidencial, sus insultos y caprichos y que le echan porras a su partido que de la mano de la delincuencia organizada logran ganar elecciones, como en Michoacán.

No han sido solo los dos padres de Chihuahua, son muchos más los que han sido asesinados o maltratados en diversas formas, lo mismo que monjas y laicos ligados a la iglesia católica quienes ven el engaño del gobierno a los discapacitados que les regatean apoyo, a los jóvenes que ya no reciben beca, al pésimo manejo de la crisis sanitaria, la ineptitud para tener a los menores con su esquema completo de vacunación, el encarecimiento de la vida, la caída de la economía, el aumento de los feminicidios y todo tipo de violencia, el desbarajuste en el sistema de salud y pare usted de contar…!

Los sacerdotes que son los que cotidianamente conviven con quienes están en el desempleo, con quienes usan el transporte público o los servicios educativos sin calidad y saben de los problemas familiares que la drogadicción provoca, ya no se la creen a la 4T.

Los siervos de la nación van a tener un gran contrapeso de cara a las elecciones presidenciales de 2024: los curas de pueblo y los agentes de pastoral que trabajan en colonias populares con pobres, indígenas y migrantes, con los del campo, con la clase trabajadora, con los barrios, serán más prudentes a la hora de orientar. También los sacerdotes que atienden colegios y universidades privadas y que tienen diálogo con jóvenes y con padres de familia. La historia del bajo clero en México y Centroamérica está ligada a los grandes movimientos sociales, lo que parece perdió de vista la 4T.

“¿Porqué ahora los obispos se interesan en México?” Cuestionó en la mañanera de un jueves el presidente, en una nueva andanada de odio en contra de la Iglesia Católica, cuyos jerarcas y sacerdotes de a pie le reclaman resultados en el combate al crimen organizado y una real estrategia que pare la violencia y abone a la seguridad.

Son casi 130 mil muertos de AMLO, más los que se acumulen, incluidos los de los jesuitas. Es cierto que él no los mató directamente, pero es responsable por su inútil política de seguridad de abrazos, no balzos. Él, y sólo él es el necio responsable. Los criminales balacean al pueblo y el gobierno los abraza: bonito y blandengue presidente tenemos.

Él es quien no molesta a los que molestan a las familias, a la gente de bien y de trabajo, como queriendo que el infierno nos caiga del cielo.

Si los malosos, los seguidores de satanás, humillan y vejan a militares, ¿quién les impediría que maten religiosos que solo se dedican a hacer el bien? El dictador populista renunció a ejercer como Jefe de Estado el monopolio de la violencia legítima y legal y apoya a un oligopolio de violencia criminal y de negocios. Seguirá irresponsablemente culpando al pasado, pero las dolorosas muertes de los jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora han confirmado el fracaso del mentiroso de palacio.

Las cosas llegan ya a que los delincuentes organizados son figuras de temor y respeto, son patrones: son poder de hecho. En México, la policía y hasta las Fuerzas Armadas trabajan para ellos o, al menos, no los persiguen y aplican aquello del “Laisser faire, laisser passe”, dejar hacer y dejar pasar. En pocas palabras: el presidente los justifica y al justificarlos, los legitima.

Para diezmar los cárteles se requiere arrebatarles rentabilidad y legitimidad. Lo primero es obvio: hay que encarecer la comercialización de sus mercancías, drogas, otros bienes, limones, pescado, aguacate, pollo, madera, vía el incremento de costos que implica el bloqueo de sus redes de lavado de dinero o la confiscación de sus activos. Lo segundo es menos evidente: algunas personas de algunas comunidades apoyan a los delincuentes porque les dan de comer y porque les tienen miedo y respeto. No solo son los patrones del mal: son figuras de poder fáctico.

Pero el dictador cree que todo lo sabe. Ensoberbecido confunde sus expectativas y prejuicios con la realidad y a eso le dice ser idealista cuando más raya en la esquizofrenia.

El presidente cree que la criminalidad a gran escala funciona como la delincuencia de poca monta, que se achica si se combate la pobreza. No es así. Las organizaciones criminales operan con lógica empresarial: en la medida en que haya utilidades crece el negocio y hay mano de obra. Los becarios siguen de sicarios en tanto ganen más delinquiendo que estudiando: tomarán la plata que les da el crimen pero siguen repartiendo el plomo a otros.

Los asesinatos cobardes y absurdos de dos jesuitas en Chihuahua son el símbolo, el sello y el blasón del fracaso corrupto e inepto de las políticas del presidente mentiroso.

Ya encarrerados déjenme comentarles otro aspecto del asunto, o la otra cara de la moneda. La iglesia vive el inicio de su tercer milenio en condiciones muy diferentes a antaño, incluido el tiempo y circunstancias del Concilio Vaticano Segundo. Opino respetuosamente como miembro de la Iglesia que se necesita retomar el origen: una Iglesia tan profética como eclesiástica, en el entendido de que la acción profética consiste en denunciar y anunciar. Denunciar la injusticia, la desigualdad y todo aquello que dificulta construir el reino de Dios en la Tierra, y anunciar la buena nueva que debe incluir las propuestas para lograr una comunidad amorosa.

Para no confundirnos: no significa esto que la iglesia supla a los partidos políticos, pero sí puede ser un espacio fraterno para la resistencia activa ante tanta injusticia y ante tantos malos gobiernos que causan dolor y desesperanza al pueblo.

La iglesia había venido siendo muy moderada con los yerros del gobierno, pero levantó la voz y alzó la oración con motivo de las muertes de los jesuitas en Chihuahua.

Opino que este es el momento de que la iglesia tenga una visión y una acción menos intra-eclesial. La institucionalidad eclesiástica-jerárquica de la iglesia sería fortalecida con un movimiento más profético.

No hacerlo seguirá dando el pretexto a gobernantes demagogos, manipuladores del cristianismo, para arrimar su sardina a las brasas, como Andrés Manuel López, en favor de su narrativa de “los conservadores, malos; los liberales, buenos” y aprovechándose de las distorsiones de la historia oficialista, la de las estampitas de papelería, inducir al pueblo a creer que la Iglesia está con los conservadores, con la burguesía y que es alcahueta de la corrupción, cuando eso no es verdad.

Esto tiene que ver con el modelo de organización de la Iglesia que hasta ahora ha tenido: parroquial-territorial. ¿Seguirá siendo lo mejor? ¿No será éste desfase una de las causas de la pérdida de feligresía y la disminución de las vocaciones sacerdotales? ¿Acaso será menester una organización de otro tipo? Creo que son reflexiones que la Iglesia, no solo su jerarquía, seguramente estará emprendiendo. Pero este es otro tema.

Por último, vamos a otro punto. “¿Qué quieres, qué no ves que estoy ocupado?”, le dijo el hombre a una desconocida que lo abordaba. Estaba ocupado porque iba camino a que lo mataran. Esto sucedía el 6 de julio de 1535, en el puente de Londres, donde a Tomás Moro le cortaron la cabeza. Sir Thomas More, apellido después latinizado en Morus, quien nos habló de aquél óptimo estado de cosas en una isla donde una república gobernara, en “De optimo reipublicae status de que nova insula Utopía”, obra escrita en latín y en prosa, en forma de diálogo, que conocemos con el título de Utopía y que leí cuando estudié ciencias políticas en la UNAM.

San Juan Pablo II declaró a Tomás Moro, santo patrono de la política y se conmemora el 22 de junio.

Hoy la palabra utopía ha pasado a nuestro idioma como el gobierno ideal que nunca existió, inventado por el canciller inglés, y también como ilusión o sistema que parece imposible de realizar. Consideran algunos que idear utopías es perder el tiempo y otros pensamos que la imaginación nos puede ayudar a ganarle tiempo a la vida. Un poco de utopía cristiana no vendría mal a este mal gobierno de México, ni a los políticos de hoy.

Los que deseen tomar a Moro como modelo, deben entender la política como arte y ciencia referente al gobierno de los Estados y no como manera de conducir un asunto para llegar a un fin de provecho personal, como alimentar el ego, no como aspiración a pertenecer a clases dominantes por el poder político o el dinero.

El político a la manera de santo Tomás Moro debe ser capaz de sacrificar su fortuna en dinero o en fama y hasta su vida en aras de ideales que redunden en beneficio de la humanidad, como lo hicieron aquellos idealistas, soldados de Cristo, los sacerdotes de Chihuahua y mucho más atrás los catecúmenos, o sea, los primeros cristianos siguiendo a san Pablo cuando dijo, en otras palabras, que no existe una organización social específicamente cristiana, sino una forma cristiana de cumplir con los deberes sociales y políticos.

Sean felices.