Por: Rafael Ayala Villalobos
Lectora, lector queridos, ¿cómo están?. ¿Han resentido el encarecimiento de las verduras, la carne, el gas, la luz, la gasolina y las medicinas? ¿Si? ¿Y qué piensan hacer? Digo, aparte de quejarse y arrepentirse de como votaron.
Sabemos que la mayoría de las personas no participan en la vida pública, o sea en la política. Para ser más claros, hacen política de la peor forma: no haciéndola. Creen que no participando en absoluto no pasa nada, pero en realidad inconscientemente están dando un voto de confianza a quienes toman las decisiones: un cheque en blanco para que otros actúen en su nombre.
Sin embargo es imposible el otro extremo: participar totalmente en política, ya que ni se conoce de todas las materias que recaen en la vida pública, ni se dispone del tiempo ni de los recursos económicos para estar siempre metidos en lo público y ni nuestra pareja nos aguanta el trote. La idea del “ciudadano total” es un sueño guajiro.
La vida privada de cada quien demanda atención, energía y tiempo. Pero no participar nada en la política es un error que tiene al país en el desgarriate que está, aunque siempre puede estar peor, no me digan con el actual gobierno que sigue descabalgando a la República. ¡Bófonos!
La voz “participación política” está ligada a y moldeada por una serie de circunstancias políticas, sociales y económicas que forman el ambiente, asimismo a los motores personales de cada quien según sus vivencias. O sea que el ambiente y el individuo son los anclajes de la vida social y política, de ahí que sea harto complejo hablar de participación ciudadana porque en política no siempre dos más dos son cuatro y hay sumas que restan. (Otro ¡Bófonos!)
Como siempre el justo medio aristotélico nos ayuda a resolver el problema: ni tan tan, ni muy muy, ni “tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre”.
Cada quien sabe hasta dónde enseña al bebé que carga encobijado, si nada más la carita o el cuerpo entero, porque la participación es siempre, al mismo tiempo, un acto social, colectivo, y el resultado de una decisión personal. Entonces la participación de las mujeres y de los hombres en el quehacer político no podrían entenderse sin considerar la influencia de la sociedad sobre el individuo, pero sobre todo la voluntad personal de influir en la sociedad. Y cada quien sabe lo que trae en su morral.
Lamentablemente la mayoría de las personas que por sus experiencias y conocimientos ven lo mal que va el país, se refugian en su vida privada y familiar, se quejan en los corrillos de amigos y en la sobremesa familiar en la que disienten, critican y muestran enojo por las condiciones de México. Pero se rehúsan a participar en la acción política. Pretextan que no les gusta ningún partido, pero tampoco se acercan a organizaciones políticas que no son partidos políticos, y vaya que las hay y muchas. Entonces se quedan como el chinito, “nomás milando” mientras el enajenamiento mental sigue desgobernando.
Incluso critican con acidez a los políticos, a los que dieron el paso que ellos no quieren dar. En lugar de verlos bien, los ven mal, porque no reflexionan lo suficiente y por el desprestigio que malos políticos le han ocasionado a la política. Y es que “el que se quema con leche hasta al jocoque le sopla”, como reza un viejo refrán muy usado en México desde mucho antes de que don Porfirio Díaz siquiera soñara en nacer.
¿Hasta dónde, los que no participan en la política, tienen parte de la culpa de lo que está pasando en el país en materia de seguridad, de economía y de empleo; también de salud, de educación, de vivienda y de medio ambiente? ¿Hasta dónde, por su desidia, el presidente se aprovecha para destartalar a las instituciones y a la división de poderes? ¿Hasta dónde por su dejadez y egoísmo están perdiendo por “de foul” su México querido, la libertad y la democracia? ¿Hasta dónde por solo criticar y no actuar hay más muertes violentas y corrupción que antes? ¿Hasta cuándo seguirán siendo “ciudadanos de baja intensidad”, duros para quejarse en privado pero blandengues en la actuación pública? Son simples ciudadanos imaginarios, papelillos al viento a los que les sopla el dictador. Que cada quien se conteste a sí mismo cuando se bañe.
Con muchos compañeros de lucha y miles de mexicanos yo participé en política cuando ciertas posiciones de izquierda estaban proscritas, cuando existía el delito de “disolución social” y había que actuar en la clandestinidad. A ellas arribé por el sendero del humanismo cristiano, aunque no lo crea. De esto otro día le platico.
Por fortuna, tan fea situación cambió entre otras causas por la insurgencia del Frente Democrático Nacional en 1988 que luego daría origen al PRD, a la resistencia pacífica y electoral que el PAN venía haciendo desde hacía muchos años, a las luchas urbano-populares y campesinas y a las movilizaciones realizadas por diversas organizaciones independientes del antiguo régimen. Éste, el antiguo régimen, antidemocrático en su esencia, era duro, arbitrario e inamovible, pero por la presión política y la movilización social abrió nuevos cauces a la participación ciudadana aunque ésta fuera disidente.
Vino así una transición democrática mexicana que forjó instituciones básicas soñadas por los que dimos la batalla: que los periódicos tuvieran acceso al papel sin condicionamientos; que hubiera partidos políticos competitivos y no corporativistas, elecciones libres, que los votos se contaran bien, acceso a los medios masivos de comunicación, votantes reales, un árbitro imparcial en los procesos electorales, autonomía del Banco de México, sindicatos independientes, instituciones autónomas para tener acceso a la información pública, para la vigencia de los derechos humanos, para la regulación de diversas actividades económicas, entre otros logros…, todo esto al gran costo de tiempo de vida privada y de muchos muertos. A estirones y jalones, como arreando una burra necia, se avanzó.
Y sin embargo ahí están los ciudadanos sin querer participar, sólo lanzando dardos inútiles en las redes sociales. Ahí están los ciudadanos que no quieren pagar impuestos, ni opinar en serio, que ni creen en la autoridad, ni en la ley, ni en tener que cumplirla. Exigen buenos bienes y servicios públicos pero no son respetuosos, ni participativos ni tolerantes. No les gusta reunirse para la política, mucho menos para asociarse con fines políticos; tampoco son solidarios. Egoístas, se amurallan en su negocio o profesión al que creen que no le va a pasar nada malo venido del gobierno. Se atrincheran en su vida amistosa y familiar fingiendo que todo está bien, atentos a los partidos de futbol, al box, a las modas y a lo que comen, visten y a donde viajan sus conocidos. Se nutren de memes y telenovelas. Tienen la conciencia dormida, pues.
Lo peor es que ni pitchan, ni cachan ni dejan batear. De repente, como parte de su crítica a la política y a los políticos, se van de paso y desbarran utilizando una retórica venenosa que idolatra a los que de pronto (eso es falso) se meten en la política, a quienes ven como “frescos”, “nuevos”, “honestos”, en contraposición a los que desde hace tiempo aportaron generosamente su participación política. Nadie se mete de pronto a la política. Los que no lo hacían abiertamente, lo hacían de la peor manera, decíamos, no haciéndola. Entonces, porque ahora sí, reclaman una aureola de santidad y confrontan tramposamente a ciudadanos y a políticos, considerando a los ciudadanos algo así como los portaestandartes de los valores políticos y a los políticos como los abanderados de los valores negativos. En esto hay mucha hipocresía.
Por ejemplo, las candidaturas independientes son partidos que no dicen su nombre. Los partidos tienen una plataforma doctrinaria y programática colectiva y largamente discutida, las candidaturas independientes tienen una plataforma casi siempre improvisada e individual.
Cierto es que en México, en los municipios de la región de La Piedad y en el mundo, haya una crisis de la democracia que ha dado origen a una crisis de la representación política y como consecuencia a una crisis de los partidos políticos a los que la ciudadanía los ve con desconfianza, como una enfermedad. Pero cuidado: lo que sucede a los partidos es consecuencia y no causa de la crisis de la democracia. No hay que poner la zanahoria atrás del caballo.
Es ahí cuando los narcisistas y los oportunistas saltan a la arena pública llevando en alto una bandera envenenada: la de la anti-política, disfrazada de “anti-sistema”. Muchos de ellos beneficiados por el sistema que ahora dicen combatir, hacen política hablando mal de la política y de los partidos y del gobierno, e incluso molestándose si alguien les dice “políticos”, solo que si el que vende carne es carnicero, el que hace política es político. Punto. El problema es que sin querer queriendo le pavimentan el camino a la dictadura. ¡Zaz!
Si llegan a ganar una tajada del poder público, empiezan a mostrar su verdadero rostro autoritario, pisotean las instituciones democráticas, cambian las reglas del juego legal y empujan todo para que más y más poder y presupuesto se concentre en sus personas, alegando que ellos son buenos y honestos y que no se necesitan ya más ni tanta legalidad ni los contrapesos, encajando sus uñas autocráticas y violentas en todo. Es el lobo con piel de oveja.
Hay que tener cuidado con los que se dicen diferentes, que no son iguales, porque exudan intolerancia y sinrazón, son genocidas en potencia, arbitrarios naturales, narcisistas desquiciados, y hay muchos por ahí traslapando sus traumas psicológicos a sus ambiciones de poder, dinero y elogios.
¿Cómo reconocerlos? Están cómodos en su vida privada e ignoran la pública, de repente saltan presentándose como salvadores, atacan a los políticos a los que les dicen “que no saben hacer otra cosa más que política”, “que ya tienen mucho tiempo”, “que representan a lo peor”, etcétera, aderezando esto con que invocan la diferencia como su razón de ser.
Ahora bien, ¿qué hacer para lograr una mayor participación ciudadana?. Reaccionar, promover, alentar una gran diversidad de organizaciones de la sociedad civil que se propongan coordinarse para enfrentar la crisis de la democracia participativa y de los partidos con más democracia y más núcleos de la sociedad civil.
Se necesita más sociedad actuante que plante cara al golpe de Estado que paulatinamente se está ejecutando desde palacio nacional con el apoyo de la clientela electoral de los beneficiarios de programas asistenciales, con el respaldo de un pequeño grupo de la oligarquía que se está enriqueciendo a manos llenas y el soporte de las Fuerzas Armadas, bien aceitadas con dinero. Es la trinca infernal.
Complementariamente, hay que buscar la máxima unidad posible y candidaturas únicas a diferentes cargos públicos, entre todas y todos los que no comulguen con la forma en que la dictadura está llevando al despeñadero al país.
Cerrarle el paso a los que por mejor nombre que tengan, apoyen por convicción, ingenuidad o por error, la destrucción del país desde la presidencia de la república. Apoyan porque eso les facilita su ambición personal. Entienden bien lo que está sucediendo pero hacen como que la Vírgen les habla.
Aparte, convocar a más personas a participar en la toma de decisiones públicas y a que ocupen su lugar en el espacio público, que es un espacio político, porque aunque no lo crean, ahorita toca defender a la familia, a las organizaciones sociales y a la empresa desde ahí.
Así es como hay que alentar la desconcentración autoritaria del poder.
Así es como hay que fortalecer a la sociedad civil frente al Estado y el gobierno.
Así es como se promoverá una sociedad con familias más actuantes…, por su propio bien.
Hay que convocarnos unos a otros, sin protagonismos, sin exclusiones, aportando cada quien lo que pueda en tiempo, energía y tiempo, para crear una núcleo inicial que promueva una organización mayor.
Estemos atentos.
Y no tengan miedo, los de enfrente ni son tantos, más bien son pocos pero muy ruidosos.
Organizados y decididos seamos nosotros como la letra “h” que es muda pero cuando la ponen después de la “c” ¡ah, qué escandalo hace!.
Todos cometemos errores, claro, muchos, pero no cometamos el de dejar de cuidar la cosa pública ahora en manos de fascistas vasallos de un régimen cuya ineptitud para bien gobernar a la nación salta a la vista hasta de un ciego.
Así como somos afectos al box, al fútbol, a las telenovelas, a los chismes y algunos hasta a la lujuria y la concupiscencia, así seamos proclives a la participación democrática en la política.
Aquí nadie se raja.