Por: Rafael Ayala Villalobos
Lector, lectora queridos, ¿ya vieron que el próximo 2 de abril será el Domingo de Ramos y que con él inicia la Semana Santa?
Si se han fijado, la Semana Santa siempre inicia con luna llena debido a que la Iglesia ajusta su calendario de actividades y celebraciones a la luna. Esto tiene significados muy profundos y no siempre difundidos más a que un puñado. ¿Pero quién soy yo para recorrer la cortina?
En Semana Santa casi todos descansan, vacacionan, acuden a balnearios naturales o artificiales, se encueran lo más posible, ven películas cristianas y, algunos, toman más caguamas que de costumbre.
Bueno, yo les quiero platicar de otro tema que nos sugiere la Semana Santa.
Miren, aguanten vara: nos enseñaron que el Espíritu Santo orienta y desarrolla a una comunidad, que el Espíritu de fuerza, de verdad, de unión y de amor está aquí desde que Jesucristo a la orilla del mar de Galilea dejó a los apóstoles un programa a realizar.
Entonces el cristiano está invitado a participar en la vida comunitaria, política pues, con alegría, guiado por el Espíritu. ¿Cuál Espíritu?
El que nos defiende y conduce, el que no nos deja desamparados, el Espíritu de la verdad, el que vive con nosotros y está en nosotros.
¿No me creen? Ahí está, retumbante, la voz bíblica: “Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo”. El que entendió, entendió.
Luego de su ascensión, Jesucristo dejó el Espíritu que es el que recrea a la comunidad.
Dicho Espíritu realiza la comunicación entre Jesucristo, o más precisamente entre el Dios Trino, plural, dialogante y democrático, y nosotros en el amor comunitario.
¿Cómo expresar el amor comunitario en estos tiempos de desigualdades estrujantes, de hambre, de violencia, de política cínica, de corrupción en todos los niveles? ¿Orando por los demás? Sí, pero también como ciudadanos actuantes, como soldados de la dignidad de la persona humana en todas las trincheras que haya que defenderla desde la libertad y la democracia.
Como que en la Semana Santa, destacamos más el aspecto sacrificial de la pasión de Cristo, los chicotazos que le dieron y todo eso, aminorando aspectos fundacionales de nuestra comunidad, como cuando Jesucristo partió el pan para que sus seguidores comulgaran, esto es para que hicieran comunión con Él y por Él.
Lucas, el médico metido de evangelista, en Hechos, narra cómo cuando Jesucristo resucitó y ascendió, los primeros cristianos de inmediato vendieron sus bienes y las ganancias las repartieron por partes iguales y proporcionales a las necesidades de cada quien, muy comunitariamente, con un autogobierno respetuoso de la libertad, de la toma de decisiones colegiadas y de la dignidad de la persona humana, para avanzar hacia la justicia.
En este comunismo democrático primitivo-cristiano está la clave de cómo el Espíritu Santo desea que participemos en la vida colectiva: en comunión, en comunidad democrática.
Actualmente las conductas contrarias a ésta guía del Espíritu son el fanatismo, la indiferencia y los colectivismos enajenantes. Cualquier parecido con la realidad mexicana no es mera coincidencia.
En éstos tiempos de rebatinga político-electoral, en la que algunos siembran odio y división, cuando las falsas promesas van y vienen, cuando algunos dinamitan la casa común sin tan siquiera tener ya los planos de construcción consensada del nuevo edificio, cuando el fanatismo quiere imponer la visión de un solo hombre, cuando el odio es la guía, cuando el voto es orientado por el miedo, la compra y la amenaza, que no otra cosa son sino manifestaciones del enojo, cuando el fanatismo campea rabioso de la mano de la ignorancia, es cuando hay que recordar que el Espíritu de la comunidad cristiana es lo que nos distingue de cualquier otra organización política, es la vivencia generosa del amor fraterno y el servicio a los hermanos.
Lo que nos hace salir en búsqueda de los no creyentes, de los políticos cuyo narcicismo, ambición y vanidad, -sus egos envenenados, sus yoes corruptores-, son su mapa y sextante, de los que una vez votan con el estómago y otra con el hígado porque el cerebro lo tienen embotado de egoísmo, costumbres y de ignorancia, pues en ellos también obra su presencia –sí, la del Espíritu- ése que nos hace perdonar, acabar con toda discriminación y luchar por la justicia, recordando que justicia y acción del Espíritu van unidos.
Porque nos hace ver y comprender lo que otros no ven, descubrir lo que hay más allá de una realidad, que parece imponerse y que no se puede transformar, pero que la comunidad, como si fuera plastilina, en sus manos puede transformarla.
Si acogemos al Espíritu Santo en el silencio y la oración, nos hará vernos a nosotros mismos de otra manera, pero sobre todo a través del discernimiento y de la acción solidaria y caritativa; así despertaremos a un cristianismo actuante y alegre por la justicia, opositor firme a cualquier forma tiránica del ejercicio del poder.
Sin Espíritu no podemos entender la vida comunitaria.
Así como el cemento pega a los ladrillos, así el Espíritu nos unifica en comunidad.
Por no comprender éste punto tenemos tantos problemas, padecemos malos políticos y malas propuestas.
Viene San Pablo a decirnos, casi a regañarnos: “No extingáis el Espíritu”.
El asunto es éste: que estamos dando más importancia a la ley injusta, a la tradición y a los convencionalismos, que a discernir en nuestras asambleas comunitarias lo que el Espíritu Santo nos pide en cada situación o etapa histórica.
Lo deseable es que las próximas elecciones, las del 2024, sean una asamblea en la que a la luz de la verdad se reflexione, se acuerde, se organice y se pase a la acción comprometida y no como últimamente sucede, que son el resultado de juegos artificiales de la publicidad engañosa que se dirige ya no a la emoción –bueno fuera- sino a
nublar la razón con mentiras y chantajes como desde el púlpito mayor sucede todos los días.
No obstante hay partidos, candidatos, políticos y sobre todo ciudadanos de bien, que difunden sus propuestas, que tratan de rescatar el valor genuino de la política como la actividad más excelsa del hombre y procuran ganar sinceramente porque tienen experiencia, carácter y un proyecto definido.
Igualmente hay ciudadanos enamorados de México que sin pertenecer a partido alguno intentan ser contrapesos de cualquier forma de esclavitud tiránica.
Pero volvamos al Espíritu defensor.
Dado que no acabamos de entender el significado del Evangelio porque el miedo a la política nos tiene encerrados como al inicio de la Era Cristiana a los apóstoles, nuestras incoherencias y contrariedades nos dominan y hacen refugiarnos en el trabajo, en las redes sociales, en nuestros propios problemas que bien nos sirven de pretexto para ser egoístas.
Incluso refugiándonos en nuestra Iglesia y templos –sean éstos del estudio, de la política electoral, del trabajo económico, de la oración…- también nos sirven de pretexto para darle la espalda al mundo.
El miedo, padre del enojo, nos impide ser capaces de dar cuentas de nuestra esperanza y ser evangelizadores, pensando que nos persiguen, que están contra nosotros y que todo son dificultades, que subieron los precios, que todo está muy caro, que mejor con éste, que aquél es el bueno, que ahora sí nos va a ir bien, que…
Y se nos olvida que el cristiano está llamado a la acción profética y que ésta implica anunciar y denunciar.
Él Mero Patrón nos enseña a abrir caminos nuevos, a no confiar exclusivamente en nosotros mismos, ni en el poder, ni en el mundo material.
Los recelos, las calumnias, las difamaciones, el desprestigio, las malas intenciones y manipulaciones en los medios y muchas otras cosas abundantes por éstos días no pueden llevarnos a verlo todo negro y negativo.
Más bien es al revés: debemos responder dando más tiempo y espacio al Espíritu y vivenciar la comunidad, y no solo reenviando memes.
Luego de esta Semana Santa de 2023 sigue el Gran Paso a la Pascua. Eso nos debe motivar a entender que ser cristiano va más allá de haber sido bautizado, es algo más que ir a misa, es vivir en el Espíritu y entender que éste momento que vive la Patria tiene el valor de un encuentro con nuestros hermanos y nos obliga a comprometernos con todos, sobre todo con los más necesitados, y para ello hay que señalar a los demagogos y mentirosos y hacer pedagogía política cristiana y humanista, cada quien desde su trinchera familiar, empresarial, sindical, ejidal, colegiada, comunicativa, partidista o no partidista, sin sacarle al parche…
¿Vive en el Espíritu el que da limosna a una viejecita en la calle o cooperación en un templo? Sí, pero también si nos entregamos con todo lo que tenemos para que haya justicia social, para defender la libertad que es medio y no fin para elevar la dignidad de la persona
humana. Y también defendiendo la democracia que, hoy por hoy, es la mejor forma de preservar las libertades básicas
Podríamos seguir enumerando los dones que nos hacen avanzar, o como dice San Pedro: “Glorifiquen en sus corazones a Cristo Señor y estén siempre listos para dar razón de su esperanza a todo el que se las pida”.
Por eso hoy el político que genera esperanza certera de construir una comunidad de amor, no de odio, es el mejor.
¿Cuál es la tarea?
Según yo la siguiente:
Primero: Asumir que en México nos distingue la pluralidad social, económica y política y que nos indigna la injusticia, la inseguridad, la desigualdad económica, y la insensibilidad humana y la ausencia de visión de futuro del actual gobierno.
Segundo: Identificarnos con las mejores causas y proyectos ciudadanos, las que le dan identidad, sentido y relación con la sociedad a cualquier cristiano de a pie, buscando maneras democráticas de participar con mucha gente y organizaciones para sacarlas adelante.
Tercero: Ayudar a que las familias y los ciudadanos tengan más alternativas de organización plural e incluyente, abiertas y deliberativas, con democracia y transparencia, muy en comunidad, como los primeros cristianos, conforme al Espíritu.
Ahora si que, ¿tienes el valor o te vale?
Sean felices.