La reciente implosión del submarino Ocean Gate es, sin duda, una tragedia. Pero lo que se ha desatado en las redes sociales a raíz de esta tragedia es, en muchos aspectos, una desgracia igualmente perturbadora. La risa y las burlas dirigidas a los cinco multimillonarios que perdieron la vida en este desafortunado evento son no solo desagradables, sino profundamente inhumanas.
No es secreto que vivimos en un mundo de crecientes desigualdades, donde los ricos se hacen más ricos mientras que los pobres luchan por sobrevivir. Pero cuando se cruza la línea y se celebra la muerte de alguien simplemente por ser rico, hemos perdido la brújula moral que nos hace humanos.
Ciertamente, estos multimillonarios tenían más dinero del que la mayoría de nosotros podría imaginar. Sin embargo, su riqueza no les privó de su humanidad, ni de su capacidad para sentir miedo, angustia y dolor. ¿Desde cuándo se convirtió el sufrimiento en un espectáculo de entretenimiento para las masas? ¿Desde cuándo se justifica la burla y el desprecio hacia la pérdida de vidas?
No olvidemos que los ricos también son seres humanos, y merecen respeto en su muerte tanto como cualquier otra persona. Las burlas y las risas expresadas en las redes sociales son una bofetada a nuestra capacidad para empatizar con el sufrimiento ajeno. Deberíamos preguntarnos qué tipo de sociedad estamos construyendo cuando nos deleitamos con la muerte y el sufrimiento de los demás.
Esto no es humor, es sadismo. No es justicia social, es crueldad. Y no es un indicativo de una sociedad sana y compasiva, sino de una que ha perdido su sentido de humanidad y respeto por la vida.
La tragedia del Ocean Gate debe ser un llamado de atención para todos nosotros. Debemos reevaluar nuestras respuestas a las tragedias y aprender a mostrar respeto y compasión, independientemente de las circunstancias de las víctimas. No hay nada divertido en la muerte y el sufrimiento, y aquellos que se ríen de ellos están demostrando nada más que su propia falta de humanidad.