Por: Rafael Ayala Villalobos
A ver muchachos, tomen asiento y les platico. Tras una larga enfermedad murió Jacinta García, en Holguín, Cuba. Su hija Edelis me dijo por teléfono que en las últimas semanas de dolencia repetía: «Cualquier asunto puede esperar, menos estar habitada por Dios».
A diario le pedía que le pusiera la canción «Hear Me Lord», del ex beatle George Harrison, quizá porque iniciaba así: «Por favor, Señor, perdóname todos los años que pasé ignorándote».
Jacinta, mujer hermosa y buena, era muy espiritual –era media unidad- tenía el don de adivinar el futuro y desenredar el pasado a quienes desde las 6 de la madrugada hacían fila afuera de su casa en Holguín, Cuba, llevando como pago huevo, pescado o alguna otra mercadería comprada en la candonga (tipo tianguis, de acá). Por fin, se decidió a morir a los 97 años.
Todo puede posponerse, excepto la búsqueda de lo trascendental, decía la Gran Señora. Algunos jóvenes y otros ya no tanto, viven atentos al mañana, cuidando lo material y sensorial, de espaldas al Mero Patrón, sin advertir que en la vida hay un pasado mañana, la existencia en la eternidad, no como reproducción del «más acá» en el «más allá», sino vida verdadera, la que realmente vale la pena, según ése gran abogado y pensador que fue san Agustín de Hipona.
El tiempo cumple su único deber: pasar, y llega el momento en el que sabemos que hemos perdido lo mejor de la vida, que las cosas pasan rápido y que hemos dedicado mucha energía a lo que ni tan importante era, como andar a la moda del dizque “progreso”, incluso queriendo alrevesar lo natural.
Entonces, a la carrera, queremos recuperarlo todo. Nos gustaría jugar con el destino y volver al pasado…, el tiempo suficiente para corregir, para vivir de mejor manera, para no ignorar lo trascendental.
Llega un momento en que tenemos prisa para disfrutar cada instante como si la vida se escurriera entre las manos. Es cuando muchos vuelven sus ojos hacia Dios en forma equivocada, queriendo borrar culpas, recuperar lo perdido, queriendo justificar lo que han hecho, o simplemente para que les resuelva un problema cotidiano.
Jacinta decía que nada más hay una manera atinada de acercarse a Dios. Citaba de memoria la Biblia: «Me buscaréis y me encontraréis cuando me busquéis de todo corazón». La búsqueda de Dios implica poner nuestro corazón en ella, sin tibieza ni mediocridades. De otro modo es hacerse tontos solos.
En Holguín, en mayo, se realizan las romerías con eventos culturales de nivel mundial: teatro, poesía, títeres, música, bailes en sus parques y mucho más, es como el Festival Cervantino de México. Les recomiendo asistir. Una tradición es subir la escalinata de la Loma de la Santa Cruz, un cerro alto en las orillas de la ciudad en cuya cúspide esta una gran cruz, muy milagrosa, según dicen. Pues bien, un día de mayo caliente que andaba yo por aquéllos lados le comenté temprano a Jacinta que a las diez de la mañana emprendería la subida ritual.
-Cuidado –me advirtió muy seria- no vayas solo por querer recibir bendiciones inmediatas, una ganancia, un cargo de mando y notoriedad, un bien material, salir de un peligro, no supongas que Dios es un amuleto de la buena suerte.
Tenía razón Jacinta: a veces ignoramos a Dios cuando según nosotros no lo necesitamos o no nos agrada lo que dice. Optamos por vivir sólo para el aquí y el ahora, o cuando mucho para el mañana, desconociendo que hay un pasado mañana. Eso sólo frustra la vida buena.
Muchachos, busquen al Mero Patrón antes de que sigan derrochando tiempo y juventud en el progresismo bien representado en los pantalones de mezclilla rotos: rota la sociedad, rota la familia, rotos los valores, desgarrada la solidaridad, desmadejada la democracia…, pero háganlo de todo corazón y teniendo cuidado con las modas del progresismo, entre otras, esas que distorsionan lo natural.
Laboren ayudando a la gente, háblenle más de Dios y menos de ustedes, díganle que no se preocupen mucho por lo que sucede ahora mientras defiendan la vida comunitaria que preserve la dignidad de la persona humana y las libertades. Explíquenle a la gente que los quiera escuchar que hay un pasado mañana que canta y que todo se ve y se vive de otra manera a la luz de lo que realmente vendrá. ¿Esto es política de la buena? Si, lo es.
Porque, mira, hay mucha confusión y algunos de los males sociales se derivan de que en nuestra desbocada carrera hacia “el progreso”, caemos en el progresismo que nos aleja de Dios y sofoca nuestra esencia divinal como seres humanos.
Permítanme explicarles un poco esto porque es un verdadero peligro en la vida actual.
La palabra progreso está de moda y los políticos la usan a su modo. Da una idea de adelanto en lo material como lo alientan los medios de comunicación cómplices del consumismo, los mismos que manipulan masas a las que les lavan el cerebro y las hacen identificar al progresismo con actitudes de ciertos políticos inciertos y con banderas antinaturales y absurdas de algunos partidos políticos, al punto que el progresismo se ha convertido en la ideología que enajena a los jóvenes, tachando de conservador y retrógrada a lo que no se le cuadra.
Unos lo usan como etiqueta para autocalificarse de gente o movimiento político de avanzada, de regeneración, como garante de prosperidad y bienestar para la gente, mientras catalogan de conservadores –uno de los calificativos usados para ofender en los últimos años– al resto de la gente, no porque estén contra el progreso, sino porque, en muchos casos, lo entiende de una manera diferente a la moda.
Y al contrario, la idea de progreso, natural en el hombre y en su evolución histórica, cuando se asocia al progresismo ya mencionado, ha comenzado a espantar y ahuyentar a un gran número de personas.
En latín progreso quiere decir “avance” y esta palabra va ligada a la de evolución. Lamentablemente muchas cosas que la moda del “progresismo” identifica como “avance” en realidad no son evolución sino involución.
La palabra progreso está ligada a lo bueno: al progreso del sol al paso del día, a las raíces de los árboles cuando se fortalecen, a cuando los niños progresan en su crecimiento, a los atletas en sus marcas, a cuando progresa la ciencia al descubrir algo nuevo y útil para la humanidad, etc.
El progreso nos orienta hacia un fin: los árboles a los frutos, los niños a la madurez, los atletas a las medallas y la ciencia a nuestro bienestar.
Aquí ya hay un rasgo ético de la palabra: implica esfuerzo, pero también el avance hacia una situación mejor. O sea, un gasto de energía que conduce a acrecentar la energía.
Marchar rumbo a un abismo, por ejemplo, no es progresar. “Voy avanzando, diría alguien”. “Si, pero a darte en la madre”, le contestaría otro.
En la política algunos ven como avance la concentración de poder y el desbaratar la democracia para erigir el autoritarismo, como actualmente sucede en México. A eso le llaman “progresismo” e incluso, enseñando las orejas de burro, esto es, ignorancia en filosofía política, le dicen liberalismo, cuando es un absurdo que solo conduce a desbarrancarse.
Dicho de otra manera, el progresar supone que lo nuevo no constituya un trastorno, sino el transitar a un ser mejor y mayor, a un estadío superior, buscando la perfección sabedores de que hay un pasado mañana.
Aquí ya entramos en problemas, en el terreno peleonero de los desacuerdos.
Uno de los dilemas que plantea la idea de progreso es si éste es constante y continuado a lo largo de la historia o si, por el contrario, se interrumpe e incluso se “desprogresa” en determinados momentos.
En el terreno político se identifica tradicionalmente con progreso la búsqueda de un modelo político inclusivo, igualitario, democrático, defensor de los derechos civiles y promotor de una distribución equitativa de la riqueza que conduzca a la igualdad. Algunos le dicen a esto izquierda. Yo le digo Doctrina Social de la Iglesia.
El detalle es que no es lo mismo progreso que “progresismo”. Éste es la degeneración de aquél.
En la práctica, algunos regímenes autodenominados progresistas y liberales, como el del actual mexicano, se han valido de la democracia para desmontarla, también de la idea de la redistribución de la riqueza para acabar con ella y generar nuevas oligarquías sustentadas en la corrupción.
Con frecuencia el pacifismo progresista ha terminado apoyando revoluciones violentas que violan los derechos humanos.
La idea de inclusión progresista, nacida para dar respuesta a la intolerancia frente a la diversidad, llevada a extremismos radicales, como verdades absolutas, acaba siendo intolerante con los que piensan diferente. Ejemplos de atrás hay muchos: Stalin, Hitler, Pol Pot, Fidel Castro, y de ahora: Daniel Ortega, López Obrador, Putin, Maduro…
En definitiva, parte de los problemas sociopolíticos que genera en la actualidad la idea del progresismo, tienen que ver con las contradicciones que se producen entre las buenas intenciones motivadoras y los resultados negativos de sus acciones, casi siempre criminales.
Ese tipo de errores personales y comunitarios se podrían evitar si nunca perdiéramos de vista que hay un pasado mañana y si, como decía Jacinta, «Cualquier asunto puede esperar, menos estar habitada por Dios».
Sean felices.