Rafael Ayala Villalobos
Lectora, lector queridos, el otro día algunos miembros del Frente Cívico Nacional La Piedad nos reunimos a dialogar con los candidatos de la Alianza Fuerza y Corazón por México a las diputaciones federal y local, Jesús Infante y Vanessa Caratachea. Ahí Alfonso Guízar dijo que si exigimos mejores gobiernos, los ciudadanos debemos ser mejores ciudadanos. ¡Pácatelas! ¡Gran verdad!
Sírvase un café y vamos a adentrarnos un poco en este tema.
Es común entender al Estado como algo separado de la sociedad. Tan es así, que al Estado se le concibe como “sociedad política” en tanto que a la sociedad como “sociedad civil”.
Eso es cierto, pero no hay que olvidar que ambos, Estado y sociedad, son manifestaciones colectivas de la persona humana, ya que de ella se derivan.
En efecto, el individuo es anterior a la sociedad y ambos son fundadores del Estado.
La expresión “ciudadano”, es el nombre político-jurídico que se le da a la persona frente al Estado y en su relación con él. Sin embargo, el individuo es persona siempre: tanto en su nexo con la sociedad como en sus relaciones con el Estado.
Si en un círculo imaginario ponemos al Estado arriba, a su derecha al gobierno, abajo a la sociedad y a la izquierda a los partidos, veremos que el Estado se relaciona con la sociedad a través del gobierno, y que la sociedad se vincula con el Estado mediante los partidos, casi exclusivamente.
Éste esquema de relación ha facilitado la sujeción dominador – dominado que favorece a las élites políticas y a los dueños de los medios de producción sin responsabilidad social, muchas veces en detrimento del Planeta y de la persona humana, provocando injusticia y, por consiguiente violencia en diversas formas.
Por eso a nivel mundial hay un fuerte impulso a la participación de los ciudadanos en la vida social y política, con o sin partidos, con o sin sindicatos, con o sin asociaciones, etcétera, a fin de romper el monopolio de la acción política en manos de las élites.
Asimismo, en las democracias (en el México de Morena, no) viene dándose un empujón sin precedentes a la creación de asociaciones y de mecanismos democráticos que estimulen y permitan la participación de la persona en los asuntos públicos, a efecto de que las familias sean sujetos de las políticas públicas y no simples objetos de éstas.
Sin embargo, esto que parece “moda”, y que el presidente López dice que es “moda del neoliberalismo”, viene de más atrás. Es el Papa Pio
XII quien utilizó la expresión “organismos intermedios”, cuyo concepto va mucho más allá –es más de izquierda, si quiere verse así- de la simple palabra “asociación”, que se centra en el movimiento unificador, aprovechando el derecho a asociarse.
En cambio, el término Organismos Intermedios se refiere a la posición política entre el individuo-persona humana frente al Estado.
La Doctrina Social de la Iglesia nos enseña que en el texto papal la expresión “organismos intermedios” aparece en plural, o sea que no reconoce la posibilidad de una entidad intermedia única, gigante, entre sociedad y Estado, tipo los sindicatos “únicos”, las cámaras y los partidos, sino que aboga por organizaciones de individuos, aptas para relacionarse con el Estado y participar en su manejo.
La sociedad civil es una comunidad natural, su origen está en la divinidad, en ella los hombres gozan de libre voluntad, sí, pero han nacido para formar una comunidad natural, en la que el hombre tienda espontáneamente, motivado por su propia naturaleza humana, a formar parte de la sociedad civil.
Así, por natural, sus normas son inmutables y están imbuidas en el derecho natural. Ello hace que el ser humano busque que la sociedad civil y el estado, le sirvan, y no al revés, que el hombre le sirva a las élites dominantes, lo que es una aberración.
La sociedad, entonces, es medio y no fin del hombre. Su misión inmediata es procurar el bien común, en tanto que su fin mediato es servir a la persona.
Más todavía: la sociedad posee unidad orgánica, por ello tiende a respetar la diversidad y a organizarse mediante una jerarquía y un orden jurídico que garantice su preservación.
Algunos de los errores difundidos con respecto a la sociedad, son: que su origen es el consentimiento humano, tipo “el contrato social” de Rosseau, y que su naturaleza es inorgánica, ambos conceptos muy convenientes para la sociedad liberal – industrial en la que la nueva diosa es la ganancia.
Como la sociedad es inorgánica, dicen, no es más que una enorme máquina, cuyo orden es aparente y está por encima de los valores individuales.
De ahí que afloren los colectivismos enajenantes en sindicatos, partidos, populismo, socialismo, fascismo y en países en los que el Estado aplasta a la sociedad, reduciendo a los individuos al automatismo, al fanatismo, al materialismo que arrebaña individuos, y al liberalismo que sujeta a la sociedad a las utilidades egoístas del individuo.
En cuanto a los organismos intermedios hay que decir que tienen su propia esfera, su propio campo de acción en todo aquello que los individuos pueden hacer por sí mismos y con sus propias fuerzas y cuyos logros nadie se los debe quitar en ninguna forma, ni siquiera para entregárselos a la comunidad, siguiendo el principio natural de que las sociedades o agrupaciones menores no deben subvencionar a las mayores y más elevadas.
Otra característica de los organismos intermedios es que facilitan el trabajo del Estado, así como que fomentan la unidad armónica y ordenada de todas las asociaciones que, juntas, tienden al bien común y del Estado.
Los organismos intermedios deben ser respetados por el Estado, porque si no, se puede generar un daño al bien público.
Asimismo, los propios organismos intermedios pueden dañar al bien común cuando no ensanchan su horizonte y buscan ventajas inmediatas, generando tensión, obstaculizando el ejercicio del poder público y comprometiendo la libertad misma de aquéllos a los que pretende servir. Esto pasa cuando degeneran en algo tan nocivo como los grupos de presión sindicales, intra-partidistas, sociales. ONG’s y aún intra-gubernamentales.
El reto ahora es cómo lograr la verdadera autonomía de los organismos intermedios respecto del gobierno y los partidos políticos.
Una propuesta consiste en ensanchar los causes de la democracia, hacerla participativa y operativa, creando herramientas para que el ciudadano pueda en verdad ejercer su ciudadanía, en los diferentes órdenes o niveles de gobierno, entendiendo que la democracia no empieza y acaba en el mero acto de votar. ¿Es posible? Claro que sí. Bueno, con Morena, no.
Nos han hecho creer que ya vivimos en el mejor de los mundos posibles. Eso es falso. La organización política y económica, si no es congruente con la dignidad de la persona humana, se tiene que transformar por antinatural.
Si en un municipio, por ejemplo, casi nadie se siente representado por el Ayuntamiento y si no siente apoyo y acompañamiento en sus actividades cotidianas por parte de la administración municipal y por sus diputados, eso se tiene que cambiar porque dificulta el crecimiento de la persona humana y el desarrollo óptimo de las familias. No se diga cuando el gobierno estorba (como con Morena), o no atiende por lo menos lo más básico: la seguridad pública, abandonando a la sociedad a merced de la delincuencia, (como con Morena, bis).
Lamentablemente la mayoría de los partidos no entienden esto o si lo comprenden, lo dificultan porque ven amenazados sus intereses. Algunos incluso, con más descaro, fingen promover la participación ciudadana cuando son parte parásita del sistema contra el cual dizque reniegan (como Morena).
Por eso hoy, aquí, hacen falta agentes independientes provocadores de la transformación social, política y económica que reclama el momento histórico. Eso es algo que el Frente Cívico Nacional La Piedad ha tratado de hacer y lo seguirá haciendo más allá del 2 de junio.
Hace falta generar una comunidad de aprendizaje político que forje comunitariamente una agenda de valores y de tareas a realizar, en la que todos, individuos, organismos intermedios, partidos y gobernantes podamos participar.
La acción debe realizarse con pertinencia socio-cultural, respetando la identidad cultural de la comunidad, fomentando la concordia social y el progreso compartido.
Vienen a propósito las palabras de Juan Pablo II:
“La participación de las personas y de los grupos en la vida social es hoy el camino adecuado para que la paz se haga realidad”.
Y éstas otras:
“El ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica. En efecto, Dios les manifiesta su designio en su situación intramundana, y les comunica la particular vocación de «buscar hacer el Reino de Dios en las realidades del mundo y ordenándolas según su palabra”.
Finalmente hay que decir que hace falta una política más parroquial, en el sentido exacto de la palabra.
Una política de y para la comunidad que habita un territorio, un solar municipal. Me explico:
La palabra “país” viene del latín “pays”, de la que se deriva “page(n)sis”, esto es, “pariente”, persona conocida porque vive en mi territorio.
En la antigüedad romana se definía pariente al que vivía a no más de una jornada de camino a pie desde mi casa.
La palabra “pariente” va de la mano de “parroquia”, comunidad vecinal, cercana, identificada, “emparentada”.
Por eso hace falta una política, más ciudadana de parientes, parroquial, que empodere a las familias emparentadas en la conducción de sus asuntos comunitarios.
Hace falta una política parroquial, más que partidista, que mediante organismos intermedios pueda contribuir al bien común desde la sociedad civil y, por supuesto, desde el Estado.
Una de las razones de existir de los partidos es que acompañan causas ciudadanas. Entonces los partidos deben acompañar y respaldar a los “emparentados” en su acción política y con mayor razón el gobierno.
¡Fierro, pariente!
Sean felices.