Por: Kalliópê
Han sido tantas las veces que te has marchado,
que el dolor de tu ausencia se ha vuelto costumbre,
como un eco distante, un susurro apagado,
que ya no hiere, ni sacude, ni consume.
Al principio, dolía como el filo de una daga,
y sangraba el alma, inundando mis días.
Cada despedida era una herida que se alarga,
un sufrimiento que arrasaba mis alegrías.
Pero el tiempo, maestro en curar corazones,
me enseñó a cicatrizar las marcas que dejabas,
y aunque aparecías, trayendo nuevas ilusiones,
mi alma aprendió a no rendirse a tus palabras.
Hoy te has ido otra vez, y en este adiós,
no hay lágrimas, no hay grietas en mi ser,
mi alma se fortaleció, encontró su voz,
y créeme, sin ti, finalmente, estoy bien.