Xitlali, Jessica, Rosa, son los nombres que han cimbrado a Michoacán en las últimas semanas. Cada una cuenta una historia de vida que se vio truncada y que las daña, no sólo a ellas, sino a su familia y amigos. No se conocían entre sí, pero comparten un relato de violencia que cala hondo en la sociedad, harta de impunidad.
Los tweets y los video mensajes dejaron der ser suficientes en un estado que no tipifica adecuadamente el delito de feminicidio. De 161 mujeres asesinadas en lo que va del año, sólo 13 han encuadrado como víctimas de feminicidio de acuerdo a la Red Colectivas Feministas de Michoacán. Los incrementos a las penas son infructuosos cuando lo que priva es la impunidad y la dilación de la justicia.
De poco sirve tener 14 municipios en alerta de género, si cada que una michoacana muere, vuelve a ser víctima del escarnio público “¿qué hacía ella sola?” “¿En qué andaría metida?” “¿dónde estaban los papás de esa muchacha?” “¡Eso pasa por andar de buscona!” y otras célebres frases en los muros de distintos medios digitales o incluso en los grupos donde se difunden las fotos de las desaparecidas.
A pesar del desagrado que generaron las pintas y marchas generadas por la desaparición de Jessica, fue sólo la presión social de una Morelia organizada, lo que le dio prioridad a la búsqueda y posterior detención del responsable, pero ¿cuántos casos más quedan en el olvido? ¿Cuántas paredes más se necesitan para que los feminicidios se detengan? ¿Cuántos grafittis vale la vida de cada mujer?
En muchas autoridades (de todos los niveles) no hay ni sensibilidad ni empatía para atender la problemática y, por el contrario, hay un desagrado a mantener el tema en la agenda, porque saben perfectamente que se les está saliendo de las manos y porque saben, además, que la violencia contra las mujeres está en todas partes y en todos los estratos económicos.
Temen, aunque no lo reconozcan públicamente, que en su primer círculo pueda existir alguna víctima… o un victimario.
En Michoacán, a las mujeres no sólo las mata la furia del feminicida, también el silencio y la indiferencia de quienes lo cubren.
Elvia Galindo, michoacana por adopción, es catedrática, socióloga y máster en Ciencias Políticas.