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Apurándose a llegar

Por: Rafael Ayala Villalobos
“Caminito de la escuela, apurándose a llegar…”,  así dice la vieja canción de Cri-Cri, y la semana pasada fue lo que muchas niñas, niños y adolescentes hicieron: regresaron apurados a clases presenciales alumnos y maestros en la mayor parte de los estados del país, una decisión más política que científica – sanitaria, que  para algunos es atinada y para otros irresponsable porque sucede cuando la nación padece una tercera ola de contagios de covid-19, que el gobierno federal ha minimizado argumentando que el coronavirus no es tan grave en los menores de edad. 

No obstante, las contradicciones del gobierno y la danza  de cifras de contagios y fallecimientos, provoca la desconfianza de los padres de familia y de muchos docentes. Basta decir que el INEGI tiene el doble de fallecimientos registrados que los que acepta la SSA, o que el propio López Gatell mantiene criterios encontrados respecto al cubrebocas, o que el gobierno sigue con su estrategia errada para que los hospitales no se saturen aunque los enfermos mueran en sus casas, o que el semáforo epidemiológico se fije a contentillo, o que  el transporte público sea uno de los focos mayormente infecciosos, o que  la vacunación vaya lentísima.


En teoría la educación es la gran igualadora de la sociedad y el mejor medio para ascender económica y socialmente, no obstante con la pandemia del coronavirus las desigualdades han salido a relucir: hay diferencia en la calidad educativa de un estado a otro y entre la educación pública y privada. Los estados más pobres presentan peor calidad educativa lo que amarra un círculo vicioso de mala educación-pobreza-mala educación… 

Haber regresado a clases cuando según la Coneval en un estudio de 2018, en 30 por ciento de las escuelas del país no hay electricidad, en 47 por ciento (casi la mitad) no tienen agua y en casi 70 por ciento no cuentan con drenaje, revela el desatino de volver presencialmente a  clases, por lo menos en donde no existen condiciones sanitarias y de higiene que junto con los protocolos anti-covid-19 pudieran ofrecer un mínimo de garantía para la conservación de la salud y de la vida. 

Así, el regreso a la escuela acentúa las diferencias educativas y de clase, ya que las escuelas que educan a alumnos de más altos ingresos tienen más capacidad para ejercer medidas preventivas, cosa imposible para las escuelas de los más pobres, con presupuestos recortados por la federación y que  tienen que convivir con el miedo a enfermarse y padecer mayor desigualdad social. 

Las autoridades deben discernir en qué municipios y estados se puede regresar físicamente a las escuelas y en cuáles no, asimismo diferenciar protocolos según las condiciones concretas de cada escuela. Todo ello junto a elevar significativamente la inversión pública en la prevención de contagios ya que aplicar normas y protocolos iguales a realidades distintas acaban por agravar la desigualdad social. 

Aunado al  hecho de que el pueblo bueno aprovechó la pandemia para robarse de las escuelas pizarrones, cableados eléctricos, muebles de baño, computadoras, pupitres, cerraduras, proyectores, entre otros enseres y maltratado puertas y cristales, hay que destacar que la promesa presidencial de invertir cada año 15 mil millones de pesos en la infraestructura educativa, no se ha cumplido. 

Pero eso sí, en 2021 la federación eliminó y/o redujo los programas de Escuelas de Tiempo Completo, los de apoyo a la educación indígena y los de reconstrucción de escuelas tras los terremotos de 2017; más claro: el gobierno federal actual no ha destinado a la educación ni 30 centavos de cada peso. Entendámoslo mejor con una comparación: Carlos Salinas, el neoliberal,  le metió a la infraestructura educativa  12 pesos de cada 100 del presupuesto y Ernesto Zedillo, el tecnócrata,  invirtió 8 de cada 100 pesos a la infraestructura.

Decir que es voluntario regresar o no al salón suena romántico pero no resuelve nada.  Afirmar que los papás van a decidir sobre si llevan a sus hijos físicamente a la escuela es atender solamente una consecuencia del problema, el miedo, pero no las causas. Aquí se aplica lo que dijo mi comadre Lencha: “Si escupo, babosa, si no, reseca”, me explico: no asistir a la escuela pone en desventaja al estudiante en relación con los que sí vayan presencialmente, y si sí se presenta en la escuela en condiciones muy favorecedoras del contagio, lo pone en desventaja frente a los que recibirán la educación en medio de medidas preventivas contra el covid-19. 

Y saben quiénes salen perjudicadas con esto? Exacto: las mujeres… Pero de eso hablaremos luego.