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CANCIONES Y VIDEOJUEGOS DEL MAL

Por: Rafael Ayala Villalobos

Desde la esquina de la casa enloquecida escucho el estruendo musical. Abro la puerta y veo a doña Meche bailando a todo lo que da, con los ojos al cielo y las pompis al suelo, agarrada del palo de la escoba como teibolera colgada del tubo, “perreando con música de reggaeton” -me ilustró-. Y canta contenta: “!No todas las baladas son pa´ llorar / algunas sirven también pa’ perrear / de romance estamos full / de lloriquear no perreas tú…¡”


-Es balada pa’ perrear, de Las Villa- me aclara doña Meche, mientras la canta como si tuviera 15 años.

-A su edad ya no está para esos ritmos, tampoco para estar todo el santo día cantando y bailando “Ella baila sola” de Peso Pluma –la regaño-.

Me alega, me dice que no estoy actualizado, que soy de la época en que las compañías disqueras levantaban y hundían cantantes y que ahora los músicos se hacen solos porque, me asegura, cantan lo que se habla y se vive en la calle.

-La música evolucionó, agarre la onda- le sube al volumen y sigue enfiestada.

No estoy de acuerdo. Si la música contribuye al mejoramiento físico, intelectual y moral del ser humano, es evolución, de lo contrario es involución, retroceso y degeneración.

Y como la llamada “música regional mexicana” exalta a los mal portados, alaba los actos violentos, al consumo de drogas, a la intimidación, como también cosifica a la mujer a la que reduce a mero objeto sexual o muñequita de adorno, creo que se trata de una música que refleja la realidad cultural que vivimos, reforzándola.

Esto no es nuevo. La canción “Camelia la tejana”, ya tiene muchos años, lo mismo que “El bazukaso”. Hay otras tan nefastas como recientes: “La bebé”, “”El belicón”, o “Ando enfocado”. Cantantes como Natanael Cano, Junior H, o Peso Pluma -por cierto que es hijo de Valentín Elizalde- han encontrado buen negocio, igual que otros, en promover la habitualidad del narcotráfico y la delincuencia organizada como dimensión cultural.

Su música, como cualquier música, moldea identidades y personalidades por sus símbolos, además de que moviliza y forma a las masas, las concientiza o las enajena; sucede lo segundo.

Así pues, la música es poder político y como tal contiene su ideología. En el caso de los “corridos tumbados” y la “música regional mexicana”, mezcla de trap, de rap y sonidos caribeños y mexicanos del norte, al entronizar la violencia, el abuso, las drogas, el dinero fácil y los lujos malhabidos, está contra de los fines del Estado por lo que se trata de una música antipolítica, que promueve la anarquía y los antivalores, muy en consonancia con la teoría y la práctica lopezobradorista.

Sin duda que ese tipo de música es poder político y tiene poder político. Por eso cuando la delincuencia organizada se entrometió para que ganara Morena en los procesos electorales, como sucedió en el 2021 en el corredor de estados del pacífico mexicano, a gran parte de la población le pareció normal. Fue en parte un triunfo de la ideología antivalórica de la música y su poder social y político.

La adicción a ese tipo de música es una magalomanía destructiva del tejido social en la que el creador y el cantante se identifican con su público y el público entre sí, creándose una complicidad retadora del Estado que malos políticos partidistas aprovechan.

Habrá que recordar el cuento alemán de los hermanos Grimm, “El flautista de Hamelin”, que trata de un pueblo atestado de ratas a las que ya no soportaban. Al pueblo llega un flautista quien les asegura que los librará de las ratas si le pagan cierta suma de dinero.

El flautista toca la flauta, y como por arte de magia todas las ratas lo siguen hasta el río en donde el flautista las hace caer para ahogarlas. Al cobrar sus honorarios, el pueblo se los niega, aduciendo que nada más por tocar un rato la flauta no puede cobrar tanto.

El flautista se enoja, toca la flauta para seducir y embelezar a todos los niños con su música, los lleva al río y los ahoga, truncando así el futuro del pueblo de Hamelin. Ahí piénsenle…

No solo la música que hace apología del delito y las conductas antisociales, tienen culpa de cómo estamos los adultos y de cómo están nuestros niños y jóvenes.

También nosotros tenemos la culpa por no orientar a quienes la escuchan, por no vivenciar valores y casi casi aplaudir las desviaciones conductuales.

Pero también, hay que decirlo, por no oponernos a la política permisiva y condescendiente que el Único tiene sin recato alguno con la delincuencia organizada.

Pero éste tipo de música huele a podrido.

Matar con un clic, así, como si nada, sin consecuencia moral ni responsabilidad legal. Es más, se premia al que mata más en el menor tiempo posible. ¿Te suena?

Ése es el objetivo de los videojuegos que huelen a podrido, que perjudican mental y conductualmente a los jóvenes y a los niños. Incluso ya la Organización Mundial de la Salud, la OMS, incluyó como trastorno la adicción a los videojuegos.

Con frecuencia vemos noticias trágicas en las que niños de 11 años, o jóvenes menores de 20 años, matan a sus amigos, compañeros, maestros o familiares con la mayor frialdad y naturalidad. También es frecuente que jóvenes se suiciden.

Los videojuegos son malos aquí y en China: alientan la inmediatez, la respuesta rápida, violenta e irreflexiva, el aislamiento, la decadencia del comportamiento social, a la vez que merman las habilidades de comunicación y reflexión, de análisis y aprendizaje, de paciencia, tolerancia a la frustración y empatía.

Nos espantamos del muerto pero nos abrazamos de su mortaja. Fomentamos o no restringimos su consumo entre los miembros de nuestra familia.

Para aplacar al chiquillo, le damos el teléfono celular y lo ponemos a “jugar”, fomentándole la adicción a los videojuegos alimentándolo mental y conductualmente de basura maloliente que lo daña y lo dañará.

Luego nos asustamos de que haya “tanta violencia y drogadicción”, y le echamos la culpa al gobierno.

Los chicos se van acostumbrando a que si algo no se consigue de inmediato, se aburren o enojan.

Las metas a largo plazo y el realizar un proyecto de vida, ya no tienen razón de ser si todo ahora es fugaz y si con sencillez aparente podemos eliminar con un clic los obstáculos o a nuestros enemigos.

El esfuerzo ya no se conoce ni se fomenta. Se forja una visión de la vida y del entorno social y político dominado por la compulsividad, se decide sin filtros valóricos, igualito que el presidente, el Único, que decide según sus pulsaciones hepáticas y ocurrencias por adrenalina.

¿Qué no pasa nada? ¿Qué son apenas unos niños?

El problema es que las estructuras mentales de los seres humanos se van construyendo en función de los instrumentos que utilizan. Vuelve a leer éste párrafo…

La OMS asegura con evidencia científica que los videojuegos provocan:

Violencia como única respuesta frente al peligro; distorsión de las reglas sociales; una visión dantesca e irreal del mundo; el “todo se vale” como norma aceptable de comportamiento; la insensibilidad ante la vida y la muerte; y una visión distorsionada entre la realidad y la ficción.

Cierra los ojos y proyecta estos comportamientos en las 25 personas que más conoces y quieres. ¿Qué ves? Ahora imagínalo en toda la sociedad.

Así como se legisló sobre el alcohol, el tabaco y las drogas porque dañan la salud y la estructura familiar y social, mientras unos pocos ganan mucho dinero, asimismo debe legislarse sobre los videojuegos perniciosos y sobre la música que fomenta la disolución social.

Como sociedad debemos proteger a nuestros hijos y nietos, en primer lugar dándoles buen ejemplo, luego cultivándoles los valores éticos y el carácter, pero también evitando que vean videos musicales o escuchen música maloliente como la de Peso Pluma, entre otros. Y lo mismo hacer con los videojuegos.

Con amor, con serenidad, pero con mano firme.

Sean felices.