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CARTA DE UN PIEDADENSE AL PAPA FRANCISCO

Por: Rafael Ayala Villalobos

Su Santidad Papa Francisco


Ciudad del Vaticano,

Santo Padre:

Con respeto, gratitud y admiración le saludo desde el Bajío, deseándole que ya se haya recuperado de sus recientes dolencias y que el Espíritu Santo lo habite más que nunca; que el Paráclito se nos manifieste desde Usted. Así sea.

Sé que el tema de la violencia en México está en sus pensamientos y en sus oraciones, pero sospecho que la información de que dispone es incompleta. Así que se la subiré de punto.

Figúrese que solo en La Piedad, Michoacán, de donde yo soy, tierra de Dios y de María Santísima, en lo que ha transcurrido del 2023 van casi 250 desaparecidos, personas humanas levantadas o secuestradas que no se sabe si están vivas o muertas causando con ello un gran dolor a sus familias y una tristeza colectiva inigualable. El dato es verdadero pero no puedo revelar la fuente.

Cómo no había de ser así si el gobierno federal no tiene una estrategia para la seguridad pública, principal fin del Estado aquí, en China y en el Vaticano, y más cuando dicho gobierno ha venido debilitando las capacidades institucionales de los estados y de los municipios en materia de seguridad. Así que solo da palos de ciego.

Le platico que en La Piedad, pese a todos los pesares, no nos ha ido tan mal, tenemos una policía municipal que alcanza a dar el ancho y una Fiscalía estatal profesional y comprometida con la sociedad. Pero a ambas las frenan limitaciones institucionales e incluso la negativa de la sociedad a participar, por apatía y porque el miedo no anda en burro, sabe Usted. Y sin embargo las desapariciones son el nuevo flagelo.

La policía estatal es como las semillas de las guayabas, que para nada sirven pero ahí están. Y viera que la Guardia Nacional hace más males que bienes. O sea que no alcanzan los gustos para los pesares.

El otro día regresaron a La Piedad dos muchachas que habían sido levantadas hacía dos meses; estaban privadas de su libertad en Guadalajara. Junto a otras seis las tenían encerradas en una casa de donde las sacaban todos los días alrededor de las siete de la noche para llevarlas a trabajar a un téibol y regresarlas de madrugada. Había una señora que les aseaba la casa y les arreglaba la ropa y otra que les cocinaba. Ésta última un día les abrió el candado que las separaba del mundo y junto con ellas huyó. Se refugiaron cerca de la Central de Autobuses de Guadalajara y luego un hermano de una de ellas se trasladó desde La Piedad para rescatarlas. Verídico.

Por acá casi todos conocemos a alguien que tiene un familiar desaparecido. Pocos son los que denuncian; casi todos callan e investigan en sigilo arriesgando su propia vida.

Se calcula que solo el 3 % de los casos de desapariciones se denuncian y si le digo que nada más en 2023 la cifra roza en 250, calcule usted cuántos casos podrían ser. A nivel nacional se calcula que son 30 desapariciones diarias, en promedio.

México, en teoría, no vive una guerra interna ni una dictadura, y sin embargo desaparecen personas como si nada sin que su búsqueda sea una prioridad política nacional. Son los propios familiares los que buscan aisladamente.

El gobierno federal presume que hay menos muertes violentas, pero lo que pasa, Santo Padre, es que va en aumento el número de desaparecidos. Saque Usted la conclusión…

Le hablo de desaparecidos pero ahí le va otro dato. Hemos llegado a 161 mil homicidios en lo que va del actual gobierno, uno cada 16 minutos.

Dirá Usted que porqué no buscamos sociedad y gobierno la solución mediante el diálogo. No, Santo Padre, aquí no hay diálogo. El gobierno cada rato pierde los estribos. Usted ha hablado de los sectarismos, de la tentación de las dictaduras o de los liderazgos únicos. Bueno, pues en la región de La Piedad, sus palabras nos calan hasta los huesos porque sufrimos las consecuencias de esas tentaciones a las que ha sucumbido el poder.

Usted ha hablado también de “la inmensa riqueza de lo variado”. Lo entendemos, Santo Padre, pero aquí no hay nada de eso porque estamos sufriendo una dictadura unipersonal intransigente que desprecia la ley y desdeña la seguridad de la gente y que su propuesta no es otra más que un merequetengue de disparates aderezados con ocurrencias.

La Piedad sufre el mal, Santo Padre, porque México va peor. Hay mucha terquedad y fanatismo en el gobierno y las pocas voces cuerdas y justas que de repente se escuchan son las de algunos sacerdotes y obispos.

La economía y la pobreza van mal, la disidencia es criminalizada y acusada de golpismo, la dictadura se acrecienta sobre la democracia y el imperio de la ley; la demagogia y el populismo cuestan sangre y desapariciones; a los medios de comunicación les prohíben temas; a la gente le compran la conciencia y nuestros gobernantes se enojan con el descontento social; en nombre de la lucha contra la pobreza, empobrecen más a la población, sabedores de que se somete mejor a un pueblo empobrecido.

Sé que a Usted le gusta el fútbol. Bueno, ya ve que en el fútbol luego luego todo mundo reclama cuando alguien mete la mano fuera del área. Pues así como en el sexo eso no sucede, tampoco en el actual gobierno nadie reclama si alguien mete la mano donde no debe para robar, así que acá la corrupción anda tan campante, lo que propicia impunidad y por ende inseguridad, muertos y desaparecidos.

Ya ve, Santo Padre, que por acá somos muy dados a los personalismos y a los caudillismos por encima de las instituciones, el civismo político, la participación ciudadana, la tolerancia y la democracia, y por ello nos embelesan los pensamientos simplones del populismo aunque propicien la corrupción pública y privada, lo que da paso a los liderazgos corruptores… y a la violencia.

Por eso esperamos inútilmente que el gobierno componga el lío de las desapariciones, que es como querer poner la Iglesia en manos de Lutero. Usted me entiende.

Algunos andamos corriendo la voz para que se forme aquí un colectivo de afectados y colaboradores que den seguimiento al problema de las desapariciones, porque ya basta.

Bueno, Santo Padre, usted se ha de estar preguntando a qué viene todo lo anterior. Pues bien, me da pena pero me la tengo que aguantar. Así que iré al grano.

El otro día el obispo de Cuernavaca Ramón Castro Castro –no creo que sea pariente de Fidel- en su carácter de Secretario General de la Conferencia del Episcopado Mexicano, dijo que: “Los números son atroces y hemos roto récords. Podemos decir que México está salpicado de sangre por todas partes. La impunidad es altísima y crece la desconfianza hacia las instituciones que imparten justicia. Las autoridades encargadas de la seguridad parecen ausentes o rebasadas. Y los datos no mienten y aunque se quieran ignorar, la realidad nos estalla día a día ante nuestros ojos exigiendo ser corregido el rumbo de las cosas, pues lejos de aminorarse la violencia, se está extendiendo en cantidad y en crueldad, como un verdadero flagelo social que a todas luces es absurdo, inútil e injusto”.

Pero una voz diferente fue la del cardenal y Arzobispo de Guadalajara José Francisco Robles Ortega, quien aseguró que Usted, Sumo Pontífice, les dijo a los obispos mexicanos ahora que gozaron de su presencia en Roma: “Ustedes son pastores, no dejen de ser pastores en esta realidad que está viviendo México. Ustedes no son políticos, no son gobernadores, no está en sus manos resolver este tipo de problemas, pero ustedes compórtense en esa compleja realidad”. Entonces sentí como que nos jalaba la cobija.

Se entiende que Usted, Santo Padre, no quiere que sus obispos se le distraigan en la grilla como el locuaz padre Solalinde; quiere que los obispos busquen el diálogo, pero como le digo, por estos lados es lo que menos hay, aunque habrá que estar atentos para cuando el gobierno abra puertas a la palabra y al discernimiento. Ahí estaremos respaldando a nuestros obispos, qué caray.

Por ahora en Palacio ven las voces de los Pastores como cantaletas metiches y todo parece indicar que seguirá invariable la estrategia del gobierno de no tener estrategia en materia de seguridad, salpicándolo todo de sangre, regando el dolor, el terror y las desapariciones.

Yo le quiero pedir, Santo Padre, que no frene a los sacerdotes y obispos a dar acompañamiento a su pueblo en estas horas de dolor. Usted tiene razón, no son gobernantes, pero precisamente por eso…

Conozco Padres inteligentes, solidarios y prudentes que nos orientan con gran sabiduría, pero que tampoco dudan en acompañar a los dolientes y en denunciar. No hay que frenarlos.

Yo opino, si me permite, que son auténticos, cristianamente hablando, porque anuncian la Buena Nueva y denuncian la injusticia; señalan todo aquello que dificulta la construcción del reino de Dios en la Tierra. Y que yo sepa, la Iglesia debe ser profética, esto es que anuncia y denuncia.

Desde el Bajío, tierra apesadumbrada por las desapariciones, le pido, Santo Padre, que no deje de orar por nosotros y por nuestros gobernantes, tóqueles el corazón, hágales ver que están en sitiales desde donde pueden hacer mucho bien o mucho mal, motívelos a ser tolerantes y a seguir la Palabra de Dios.

Ya no le molesto, Santo Padre.

Gracias por escucharme.

Y a ver cuándo viene por acá.

Será bienvenido con gran júbilo y unas buenas carnitas.

Y aunque sé que no le gusta, con fidelidad beso su anillo.

Ciao