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CONVENCIÓN DE BRUJAS EN LA PIEDAD

Por: Rafael Ayala Villalobos

En los años sesentas doña Macaria Ruíz, piedadense encopetada, pidió en el restaurante de lujo de Guadalajara un vino tinto para ella. “Y un tequila doble para él en un plato hondo”, dijo señalando a un sapo que acabándolo de sacar de su bolso lo colocó con cariño sobre la mesa. Al notar que el mesero, extrañado y con horror, veía al sapo, le explicó: “Era mi marido antes de que mi mamá lo escuchara decir sobre ella: “inche vieja bruja”.


El relato cierto viene a propósito de que desde 1666 se ha celebrado en La Piedad, Michoacán, un Congreso anual de Brujas al que asisten de todo el país e incluso del extranjero cercano. Suspendido por epidemias y guerras en diversas ocasiones, se realizará este agosto por todo lo alto; ya están llegando las brujas del Comité Organizador y algunas congresistas. Los hoteles empiezan a registrar mayor demanda de habitaciones, aunque la mayoría de las brujas se hospedan en casas particulares durante los tres días que durará el aquelarre brujeril.

No se sabe bien a bien porqué se celebra esta tradicional convención de brujas en La Piedad, resguardada con disimulo y discreción.

Hace unos diez años pude ver en un documento tipo acta, que La Piedad por su ubicación ofrece inmejorables condiciones para el flujo y

reflujo de ciertas energías ocultas, por lo que un Comité de Brujas de 1666 decidió que aquí se realizara como Dios manda su convención trianual. Y desde entonces.

Rosario, una bruja de alto grado, me explicó lo siguiente: “Si uno se fija bien, La Piedad está enclavada al centro de tres mesetas que forman un triángulo casi perfecto: la del Camichín, la de Zara-goza y la del Cerro del Muerto. Las tres tienen vestigios de prácticas espirituales antiqusímas, incluso desde enantes de la venida de los españoles (no es albur). Ningún otro asentamiento humano hay en el país con esta característica -me dijo-. Además, junto a este triángulo casi perfecto que asemeja al de la divinidad, se yergue el Coloso de La Piedad, fiel centinela que como guarda-templo la protege: el Cerro Grande”.

“Y hay más –agregó Rosario-: el río Lerma que fluye en largas rectas y albercas pluviales desde donde nace, al llegar a La Piedad actúa como si no quisiera irse: serpentea para tardarse más en pasar por la ribera piedadense. Vista desde el aire, la figura que forma el recorrido del río y sus peteneras, tienen un profundo significado esotérico, solo atisbado por las ciencias ocultas y que no te puedo revelar porque eres néofito”, concluyó Rosario.

Para aquéllos ayeres La Piedad era conocida como Aramútaro o Aramutarillo, ya se sabe, como también que la religiosidad cristiana que llegó de España, aún no lograba cancelar del todo otros conocimientos ancestrales, vulgarmente llamados brujería.

Unos dicen que el español Nuño de Guzmán pasó por La Piedad y que dejó a algunos de sus hombres aquí. Otros lo niegan afirmando que ni

siquiera pasó por estos lados. Lo que sí es cierto es que estando en Ayotlán, unas hermosas cocineras de su ejército, con su permiso, causaron baja y al llegar a La Piedad, decidieron quedarse aquí para siempre beneficiando a los lugareños con su sabiduría y grandes conocimientos de la herbolaria, la espiritualidad y la alquimia, además de que contrajeron matrimonio con habitantes de La Piedad, una de ellas con un médico de apellido Videgaray. Algunos afirman que eran brujas.

Desde entonces en La Piedad hay una gran genética proclive a la brujería. Grandes brujas y brujos ha dado esta tierra, todavía en 2023. Algunos de ellos han emigrado a otras latitudes: doña Hermila a Puebla, la Viviana está ahora en Armería, en Stockton California vive doña Remedios Llanderal, descendiente de una familia de mucha prosapia brujeril y Carlotita sirve en Irapuato, entre muchas otras y otros.

Destacados brujos han fallecido recientemente como don Juan Cázares de Los Guajes, mi amigo y fundador del PRD, atinadísimo para predecir y remediar y muy resolutivo a la hora de curar con herbolaria; también hábil con el revólver.

Y miren: por muchos años la calle hoy llamada 25 de Julio, era conocida como la “calle del puerco” porque por allí escapó un puerco encebado que nadie pudo agarrar en una feria. Era un juego divertido: enmantecaban un puerco vivo en la plaza principal y lo soltaban; se lo dejaba el que lo agarrara.

Bueno, pues en la calle 25 de julio estaban la mayoría de los peluqueros. Todos ellos dominaban la música, eran exmilitares y exseminaristas: El Cepíllo, El Chancharro, los Méndez, entre otros que también vendían insumos para la brujería. A las tres de la tarde cuando su clientela menguaba, tocaban música clásica, valses y polkas de manera tan deliciosa y potente que se escuchaba en toda La Piedad en los años veintes del siglo pasado.

El caso es que casi todos ellos, aparte de tener una gran cultura, sabían de herbolaria y de transmutar la piedra en oro, así como de ejercicios mentales y espirituales que procuran el adelantamiento mental, físico y espiritual del hombre. Total, que la voz del pueblo –que es la voz de Dios- decía que eran brujos.

En actas de alta secrecía se narran hechos verídicos en los que participaron brujas y brujos de La Piedad. Por ejemplo, cuando el licenciado José María Cázares, cuyo nombre lleva una calle, pronunció un enérgico discurso de apoyo a Maximiliano de Habsburgo el 15 de septiembre de 1866 y enseguida hizo en la plaza un brebaje en un gran perol calentado por troncos crepitantes con diversas hierbas y “detalles proteínicos” que luego de pronunciarle “fórmulas orales” lo hizo beber en jarritos a muchos de la multitud que lo escuchaba. “Con esto vamos a consolidar el Imperio”, dice el documento que dijo.

Cabe recordar que cuando Maximiliano de Habsburgo –que era masón yorkino- estuvo en La Piedad, se celebró una reunión secreta a puerta cerrada en un local de lo que hoy es el portal Abasolo y, enseguida, sostuvo otra con puras mujeres –a lo mejor no tan puras- que la fama pública reputaba de brujas.

Eso no fue raro. Hizo lo mismo el general Álvaro Obregón en su visita a La Piedad cuando pernoctó por el rumbo del balneario La Quinta, que luego de reunirse en Tenida Blanca con los de la Logia Masónica local, convivió tras biombos con las más destacadas brujas de la localidad, igual que hacía el general Lázaro Cárdenas cuando ponía pie en tierra piedadense.

El lunes 6 de septiembre de 1888 cayó un poderoso rayo sobre una línea de telégrafo reventando los cables que iluminaron e incendiaron lo que alcanzaron, incluyendo a una mujer de a pie que misteriosamente salió ilesa, viva, solo con algunas heridas leves, ante el asombro de todos los testigos. Era doña Macaria Rivas, bruja media unidad, de La Piedad, que vivía en la calle del Rocicler, en el centro, y que vivió 110 años “dando la apariencia de que tenía 80”, dice el documento al que tuve acceso.

Hacia 1894 los visitadores de Hacienda del gobierno del estado de Michoacán, hostigaron a las brujas piedadenses para que pagaran impuestos desmedidos, alegando que laboraban comercialmente en sus casas ofertando “extraños servicios” sin reportar al fisco. A algunas las embargaron, como a doña Zenaida del Conde: “2 frascos de alas de mosca, 1 arroba de ruda, 6 alas de murciélago, 7 picos de lechuza, 14 libros, 1 catre de lazo y 1 anafre”.

Doña Zenaida y sus colegas hicieron tal alboroto –marchas y mitin incluido- hasta que lograron que un Visitador de Hacienda venido de Morelia, atendiera los cobros y embargos indebidos, castigara a los malos empleados públicos por abusivos y suprimieran las garitas que no servían más que para trasquilar a los piedadenses en su peculio.

Desde entonces la sociedad piedadense vio con buenos ojos a las brujas, especialmente los dedicados a las actividades mercantiles.

Y así hay muchas otras anécdotas brujeriles en la historia de La Piedad que seguramente serán rememoradas en la Convención de Brujas de por estos días en la que, entre otros logros, celebrarán que consiguieron que el Sistema de Administración Tributaria, el temible SAT, incluyera en su catálogo de contribuyentes a la brujería. “Eso es bueno porque nos podemos bancarizar, acceder a créditos, tener domicilio fiscal, deducir impuestos…”, me explica Rosario. “O sea que las brujas ya facturamos”, presume.

Esto de la brujería no es nuevo ni raro. La obsesión de las personas por conocer el futuro o adivinar la causa de algunos acontecimientos inexplicables, han llevado a buscar las respuestas o explicaciones en artefactos y artilugios considerados idóneos para obtener las certezas buscadas. En épocas primitivas la mitología creó oráculos y el pensamiento mágico creó distintas técnicas de adivinación.

Ahora en la política, en los periodos electorales las encuestas que miden las preferencias de los votantes por candidatos y partidos adquieren, para un amplio sector de la opinión pública, características oraculares. Sin mayor reparo se les asigna un poder de vaticinio que no tienen.

Así que no veamos mal a las brujas buenas. Hagamos a un lado prejuicios malsanos. Cuando el ser humano se esfuerza por conocer y aplicar las leyes de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento, lo que hace es intentar conocer la voluntad de Dios para respetarla. Hasta Pitágoras lo hizo “tomándole las medidas a Dios”.

Así, por medio de la astronomía, la biología, la química, la física, las matemáticas y otras ciencias ocultas y no tan ocultas, el humano busca armonizar su espíritu con lo que materialmente es y con todo cuanto le rodea.

Si lo hace permaneciendo dentro de los límites de la naturaleza, bajo la protección de “la madre Tierra” que lo sustenta, rige y da frutos”, como dijera san Francisco, está haciendo alquimia, magia blanca, o como tú, lectora, lector queridos, le quieran decir.

Querer transmutar la materia en fuerza espiritual es brujería, por así decirlo. Si deseamos trascender lo que limitadamente conocemos con nuestros cinco sentidos, entonces todos somos en mayor o menor medida brujas y brujos. Desear riqueza espiritual o paz espiritual es, ya de por sí, magia mediante la cual podemos alcanzar madurez espiritual.

Las brujas, tan criticadas como consultadas, han sido motivo de innumerables leyendas, historias, chismes y protagonistas de la literatura de todos los tiempos, pero también activistas del devenir social.

Claro que también la magia y la brujería pueden ser mal utilizadas cuando con ellas se quiere trastocar lo natural, esto es, lo divino.

O sea que la magia y la brujería no son buenas ni malas en sí mismas, sino que se tornan blancas o negras según el fin con el que se practiquen.

Por lo que sé en la Convención de Brujas a realizarse por estos días en La Piedad, no hay pizca de brujería mala. Al contrario, sin solemnidad te digo que la finalidad es dialogar y compartir para vivir mejor todos, según dice el tríptico que me dieron.

Las brujas, etéreas como burbujas van llegando a La Piedad. Se reunirán dos noches y tres días y a la tercera noche acamparán en un paraje despoblado como suelen hacer.

Desde ahí lanzarán bendiciones o “buenas vibras” a La Piedad. Recomiendan que esa noche respiremos hondo tres veces, pongamos una amplia sonrisa en el rostro y llenemos de amor nuestro corazón, sin olvidar dejar la ventana abierta y poner una escoba al revés en un rincón. Lo malo es que por seguridad no quieren decir qué día será cuando acamparán, sin embargo, según mis confidentes, será la noche del próximo viernes.

En el campamento suelen hacer una ceremonia de iniciación, cerca de un arroyo, en la parte más alta del valle o del monte donde estén.

Si ustedes ven volando y graznando a ras de tierra una lechuza, un enjambre de urracas enredadas en las ramas de un árbol y oyen una fiesta con su tan-tan de tambores y su chiqui-chiqui-chaca de maracas, tengan por seguro que hay una bruja que se inicia en los misterios y las artes de la brujería.

Allí se preparan sabrosos “picos de gallo”, y carne asada; el tequila y el mezcal corren a raudales. La bruja que se inicia bebe hasta dar vueltas de tan borracha, viendo estrellitas alrededor de su cabeza. Cuando sus ojos son dos fuegos vivos y su aliento aún más mortal que el de un dragón medieval, se ofrece té de canela con alas de mosca panteonera para calmar el llanto, pues cuando una nueva bruja entra al aquelarre, las demás brujas lloran, se vuelven plañideras y tosen más que un tuberculoso dándole la bienvenida.

La bruja Maestra de Ceremonias elije el nombre de la nueva bruja, luego le frotan las axilas con aceite de olivo, la planta del pie derecho y las palmas de las manos con ungüentos mágicos y manteca de cerdo para que resbale y no puedan atraparla.

Al terminar el rito montan en sus escobas o sobre cualquier palo que vuele e inician un largo viaje rumbo a la luna, dicen.

Nadie ha visto o sabe lo que hacen allá arriba, pero a los pocos días, la luna comienza a menguar, se pone pálida, delgada y hasta le salen unas manchas obscuras que si se fijan bien, asemejan la sombra de una bruja que danza sobre su palo volador.

A los trece días regresan de su viaje radiantes, rejuvenecidas, hermosas y sensuales, ya cada quien a su lugar de origen. La iniciada vuelve con la melena suelta y del color de una mazorca de elote, con un brillo en sus pupilas muy extraño, como si desde ellas, afiladas lunas dejaran helado a quien las mire.

Me han dicho que las brujas se marchitan en el invierno, algunas incluso mueren. Otras se revitalizan en el verano, luego del solsticio. Las que mueren en el invierno empiezan a volar bajo, se les hiela la naríz y los pies y los zumbidos del viento las hacen perder el rumbo en sus vuelos hasta estrellarse. Luego se van encogiendo hasta volverse cebollitas de cambray.

Al llegar el verano, cuando el campo está bien verde y la tierra huele a lluvia, las brujas alisan sus melenas, montan sus escobas y por las noches, con los sombreros llenos de cebollitas, vuelan sobre los prados y jardines esparciéndolas con ternura.

Luego amanece, y como un delicado rio Lerma: azul, blanco y verde, las brujitas se mecen en el leve oleaje sobre sus frágiles tallos en espera de que llegue la noche y con ello por fin poder emprender su primer vuelo a las estrellas.

Queridas brujas: bienvenidas a La Piedad.

Sean felices.