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DE MAL HUMOR

Por: Rafael Ayala Villalobos

Hay mucho enojo en la sociedad, mucho odio en el ambiente público y mucho pleito en el campo de la política. Calumnias, insultos y descalificaciones se combinan con lastimaduras al honor de las personas solo por pensar diferente. La intolerancia a todo lo que da. La simplificación de los problemas se ha entronizado como la verdad absoluta y entonces ¿a quién culpar? al que la tendencia señala. Al pasado se le ve como el culpable de todos los males nacionales, como si el pasado no fuera parte de nosotros mismos. Cualquiera se purifica o condena con tan solo pertenecer a tal o cual partido político y desde ésa posición se suma al griterío violento. Quienes tienen o tuvieron conflictos con sus padres o figuras de autoridad, casi naturalmente adoptan un partidarismo rabioso a favor del presidente a quien identifican como lo que aspiraron a ser y no se animaron: el parricida por excelencia. El hijo preclaro del sistema arremete contra éste con la intención de sustituirlo por lo mismo pero radicalizado. Y en ese intento resbala por el tobogán del insulto, la acusación temeraria y el enojo contra algo o alguien, pero canalizándolo a un objetivo diferente como mecanismo sustitutivo de defensa.


Ya no se intenta analizar e identificar las causas estructurales de los problemas sociales, políticos y económicos; basta con el voluntarismo para remediarlos. El estilo pendenciero de hacer política está de moda. Hay mucho mal humor social y enojo en la comunidad que se vierten contra las instituciones, los partidos políticos, los servidores públicos, los políticos en general y contra la democracia misma a la que se le empieza a ver como algo inútil y estorboso. No es un enojo del tipo del que desata la lucha de clases que intenta la evolución de la sociedad, no, es un enojo polarizante que azuzan los populismos, siempre de derecha y que acaban por llevar a la involución y el retraso. Es un mal humor frustrado, ácido, burlón, aparentemente de buenas, pretendidamente honesto y bien intencionado.

Algunos recordarán que en 1972 el gobierno amonestó al “Loco Valdés” porque llamó “Bomberito Juárez” a Benito Juárez, en un programa cómico de la televisión. Era el tiempo de la dictadura perfecta del PRI donde todo era censurado y había instituciones y personajes intocables para la comicidad. Luego llegó la apertura empujada inicialmente por el PRD que le puso el cascabel al gato. Vicente Fox fue objeto de chistes, burlas y parodias, situación que siguió con Calderón, Peña Nieto y López Obrador. La presidencia de la república se ha desacralizado, se le falta al respeto por el público, por periodistas que más que argumentar, ofenden, por actores que con ignorancia máxima se forman en un bando o en otro, por youtuberes vulgarsísimos, ágiles para el chistorete sexoso pero incapaces de elaborar una propuesta. Y el colmo: el propio presidente le falta el respeto a la investidura presidencial cuando minimiza los problemas que le duelen a la gente, cuando incumple promesas, cuando se congratula con la delincuencia, cuando defiende a “sus corruptos”.

No es que la democracia haya avanzado y exista mayor tolerancia, sino que ¿somos más cínicos? Las redes sociales dan cuenta del insulto como agua de uso. El odio se ha colado a la política, la democracia ha cedido a la demagogia y la furia se disfraza, a veces, de humorismo. El enojo obedece a las muchas exigencias incumplidas, a tantas promesas y expectativas traicionadas por parte de gobiernos pasados y por el presente.

En mi opinión es la desigualdad lacerante la que excluye, la que dificulta o impide la cohesión social y cancela oportunidades. La desigualdad es el combustible principal que alienta la discordia y el odio que simplonamente culpa de todo a los políticos en general. Un personaje al que le creen porque paga por proyectar su imagen acorde al humor social, o un youtuber más o menos simpático, un líder vanidoso y acomodaticio que cambia de camiseta solo porque su partido pierde y elabora malabares circenses para pretextar su deslealtad, o un frustrado anónimo lanzan una acusación y de inmediato una gran masa de usuarios de redes sociales, que además son electores, se agregan a la cacería, como los perros de rancho que cuando oyen que uno ladra, lo siguen en jauría, sin saber porqué ladra ni qué persigue, pero ahí van tras él corriendo y ladrando. Este odio de todos contra todos no nos va a llevar a nada bueno.

Culto al insulto, deterioro del tejido social, imposición de agendas particulares a la generalidad, veneración por la violencia verbal y el chistorete insultante, por el meme hiriente y burlón solo generan deseos de venganza y resentimiento que dificultarán cualquier acuerdo de unidad nacional.

En general el mexicano tiende a ser cruel. Lo ha sido desde niño, desde el preescolar y de ahí para arriba, se burla del gordo, del bizco, del chino, del tartamudo, del que se pega porque se cayó. El mexicano está presto a hacerse la víctima. Resentido por su historia, se proclama bueno y a los demás los acusa de malos basándose en las mentiras fundacionales de su país. Esto siempre ha sucedido porque a los de arriba les conviene que se alimente la historia oficial plagada de patrañas, solo que ahora las redes sociales facilitan que millones vomiten sin moderación ni prudencia sus rencores, construyendo un espacio no de diálogo y deliberación sino de irracionalidad, ofensas y amenazas. Muchos, escudados tras las redes sociales ofenden como no lo harían personalmente.

Lo que en privado se comentaba, ahora se publica. Lo que abarcaba un pequeño círculo social y familiar ahora salpica socialmente con un ir y venir de palabras incendiadas. Pareciera que el deporte nacional fuera apuntar con el dedo a escondidas, denunciar, hacer quedar mal a los vecinos, a algún amigo al que le tenemos envidia, al jefe, al contrincante. Expongo culpables, les lastimo la vida, que queden apestados, convertirlos en desechos, porque yo también estoy podrido. Es cosa de revisar al Dr. Samuel Ramos, uno de los grandes estudiosos de la psicología del mexicano.

Estamos ante una imagen más bien pesimista del mexicano que despliega una conducta de la que hemos sido partícipes por acción o por lo menos observadores. Lo que antes hacíamos en el corrillo del café, mediante llamadas telefónicas o reuniones, ahora lo diseminamos en las redes sociales que multiplican la maldad y la sinrazón dándoles una visibilidad inmerecida que intoxica a la república. El maldecir, acusar, denunciar sin pruebas, edificar culpables, perjudicar famas públicas, sentirse moralmente superior por ello y como a gusto después de haber ocasionado algún mal, es crueldad y cobardía. Esta conducta realizada por adultos y jóvenes inunda la vida social y ha colonizado las redes sociales, impidiendo el debate informado, argumentativo y respetuoso, desnaturalizando el espacio público en una guerra de lodo de todos contra todos.

El problema se agrava cuando algunos políticos huecos, sin propuesta, ni consenso, ni base social, utilizan las redes para darse baños de pureza, apostándole a ser falsamente conocidos y empujar simpatías emotivas y circunstanciales a su favor a la hora de votar. Por eso estamos como estamos. El oficio político se intenta suplantar por la publicidad engañosa.

Hay muchas razones para estar enojados. Pero el griterío ofensivo aturde, encona y no ayuda a crear un ambiente propicio para entre todos buscar entender lo que pasa en el municipio, en el estado y en el país.

Y sin embargo hay ganadores con esta situación. A río revuelto, ganancia de pescadores, dice el refranero. Y vaya que hay quienes salen ganando con la política del odio, son los mismos que pretenden transformar satisfaciendo sólo a su clientela, casi casi eliminando a la mayoría de la población que no votó por ellos y que creció en número entre la elección de 2018 y la del 2021: 30 millones menos. Tal estrategia es propia de la derecha conservadora: del fascismo italiano de Mussolini, del nacionalsocialismo alemán de Hitler, del populismo de Juan Domingo Perón en Argentina: lanzar sus huestes y clientelas a la caza rabiosa de los demócratas.

Contribuyamos a que la furia se calme. No podemos renunciar a la esperanza. Abramos paso al diálogo. Por encima de las debilidades que como mexicanos podemos tener, están nuestras enormes fortalezas como individuos y comunidad. Construyamos juntos espacios de concordia físicos o virtuales. Que la fragmentación y la polarización social no sigan rompiendo nuestros lazos de solidaridad. Seamos uno en medio de la pandemia y de las dificultades económicas. Revirtamos el deterioro de los valores de la democracia, de la unidad, del respeto, del diálogo y de la ayuda mutua.