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DIMES Y DIRETES

Por: Rafael Ayala Villalobos

La gente de antes decía “dimes y diretes” cuando quería decir que algunos alegaban sin ton ni son, a tontas y a locas. Y así estamos ahora, sin saber discutir, dificultándosenos recibir información y pensarla, además valorarla, conocerla y argumentar razonando.


Luego luego levantamos la voz, insultamos y descalificamos al otro movidos por nuestro fanatismo, baja autoestima o, de plano, la baja entraña. Ciegos de ira montamos en cólera –y cólera no es ninguna yegua-, nos convertimos en cascadas de adjetivos hirientes y raudales de amenazas. Lector, lectora queridos, si creen que exagero dense una paseadita por las redes sociales.

Si reconoces que tú eres de estos, no te quedes como estás, ¡supérate! Aquí te digo cómo puedes mejorar tu incapacidad para debatir y discutir razonando. A continuación veremos una lista completamente gratis de cómo alegar sin ton ni son en los dimes y diretes de hoy en día.

1. Las explicaciones de tu adversario ignóralas; investiga a sus papás, abuelos, tíos, hijos, sobrinos. “Es tío de…; hay una foto donde está junto a… que ahora está preso por narco; en primero de primaria en el recreo jugaba con…”. Puedes citar este tipo de relaciones que ciertas o no son una muy buena cortina de humo para que la gente ya no se fije en las explicaciones fundadas del contrincante. De inmediato, rápido como pistolero del oeste, dispárale improperios subidos de tono, invectivas ardientes y oprobios tan duros que nunca los olvide en su vida.

2. Si crees que los argumentos de una organización o persona física son despreciables por ser exactamente de ellos, tienes en tus manos un arma que no falla. Si según tú son chairos o fifís, conservadores o liberales, no pierdas tiempo y esfuerzo para escuchar y valorar lo que dicen ya que no valen por venir de donde provienen. De inmediato lanza acusaciones, agravios, descalificaciones, vejaciones o si ni sabes expresarte porque tienes el cerebro muy chiquito, recurre a caritas enojadas o burlonas.

3. Ahora fíjate bien: existe una reacción elemental y contundente, muy recia y tonta…, pero útil. Si no estás de acuerdo con lo que dice fulanito de tal no es menester que trates de contradecirlo probando tus afirmaciones, eso sale sobrando. Simplemente acúsalo de recibir “chayote”, de escribir por encargo o porque quiere conservar “sus privilegios”. Eso hace innecesario el estudio, la auténtica confrontación de razones y la búsqueda de entendimiento. Aquí es cuando debes denostarlo, ultrajarlo y llenarlo de sonoros dicterios.

4. Hay una trampa más refinada: descalificar por las motivaciones supuestamente escondidas detrás de lo dicho por el odiado opositor. No por lo que sostiene, sino por lo que “descubriste” que oculto estaba: una intención malsana, dices, que en realidad se trata de engordarle el caldo a los adversarios. Si haces esto no tendrás que investigar sobre sus evidencias, estadísticas y datos comprobados y ya puedes holgazanamente ignorar lo que afirma. O sea, jugarás a ser un exorcista que descubre intenciones ocultas en el más allá, quitándole al adversario las mil y una máscaras que utiliza para esconderse. Entonces agrávialo, injúrialo, afréntalo.

5. Últimamente cierto señor puso de moda un arma infantil más o menos nueva: preguntar al otro ¿qué hacía, por ejemplo, cuando la matazón del 60 en Tlatelolco? La indignación brotará a borbotones porque nadie que no haya hecho nada en una tragedia como esas, según tú, puede opinar sobre algo y menos querer posicionarse ante los problemas del presente. Así que su argumentación se irá irremediablemente al caño, lo que aprovecharás para hacer escarnio público de él, mofarte como te plazca y de paso difamarlo para que se tenga que defender; lo pondrás contra las cuerdas.

6. En esta lista tenemos que incluir la inhabilitación cortés del adversario, por ejemplo, si protesta por el cierre de las estancias infantiles o la reducción al presupuesto educativo, o porque no hay medicinas para los niños con cáncer, o que en el IMSS en el primer nivel los muy ternuritas no tienen para alergias más que la muy antigua Loratadina, o porque si en 2015 el esquema completo de vacunación a niños alcanzaba al 97.2% de los menores, en 2021 apenas llegó a 27.5 por ciento debido a la mala administración del sistema público de salud, o porque el gobierno no está aplicando el antígeno que previene en los infantes seis enfermedades: difteria, tétanos, tosferina, poliomielitis, influenza tipo B y hepatitis tipo B, puedes echarle en cara: “¿no es más grave que los indígenas tzotziles de Chiapas no coman carne? ¿o no es más grave el pleito comercial de EEUU y China? ¿y los muertos de Calderón? Esos problemas sí que nos deberían preocupar por sus malísimas consecuencias. Así no te metes al fondo del tema porque además los datos son ciertos y si fueras honesto los tendrías que aceptar para pedirle al gobierno rectificar el camino, así que vete por lo fácil: lo declaras banal, no digno de tomarse en cuenta ni perder el tiempo con él. Y por supuesto lo ofendes así: ¡#%&?$! o de alguna otra forma que se te ocurra.

7. Y luego hay un arma madre, un recurso mayor, tradicional y de abolengo. Pero dilo con elegancia: “usted le está haciendo el juego al enemigo”. El enemigo puede ser Estados Unidos, la delincuencia organizada, los no coincidentes con el proyecto político del cual eres fanático, o hasta la derecha o la izquierda y ya encarrerados incluso la Iglesia, o enemigos imaginarios como “los conservadores”, por ejemplo. De esta manera las tímidas o recias opiniones de alguien no son eso sino un componente de un mecanismo superior de un pleito mayor entre dos bandos por lo que es una pérdida de tiempo querer analizarlos, porque la razón no estará nunca en los argumentos, sino, desde el inicio, en el bando de tu preferencia. Esta vez no insultes para no restar elegancia.

En el Colegio Vasco de Quiroga, lasallista por cierto, ubicado en la Muy Noble y Leal Ciudad de La Piedad, donde medio estudié la secundaria nos enseñaron a decir la verdad, a debatir razonando y respetando, a responder los argumentos de los otros con argumentos mejores, a nunca descalificar a las personas sino solo a referirse a sus ideas, ni chantajear ni insultar. Se trataba –y sigue tratándose- de debatir con honestidad intelectual e independencia mental. No aprendí bien las lecciones, pero algo se me pegó.

Hoy creo que eso se ha ido perdiendo junto con el extravío general de los valores.

La intolerancia se ha enseñoreado como semilla de la antidemocracia y aliento de la dictadura que el presidente instala, poco a poco.

El debate, el diálogo y la discusión, han dado paso a la mentira, a la calumnia y a la hipocresía; también al insulto, al cinismo y a la burla, consubstanciales a la personalidad del primer magistrado. Y ya se sabe que “primer magistrado” significa primer maestro, o sea, el que enseña primero y como la voz presidencial promueve dichos y actitudes nocivos para la salud de la república democrática, pues muchos siguen sus enseñanzas, restando calidad al diálogo político. Lamentable.

El meollo del asunto, creo yo, es que el presidente hace pedagogía política no para evolucionar sino para involucionar la república democrática y, en consecuencia, enseña a creer en un nuevo código para la discusión pública: que la fuerza del argumento no está en la razón y la verdad que pueda tener, sino en provocar el beneplácito rápido de la pandilla de cada quien, el aplauso fácil y rabioso de la muchedumbre adicta.

Lo políticamente atinado ahora parece ser sacrificar las responsabilidades gubernamentales en beneficio de la popularidad.

Que no haya soluciones pero que haya aplausos.

El señor gobierna no para solucionar los grandes problemas nacionales, sino para mantener su aceptación y mantenerse en el poder. Por ello no es parte de la solución sino del problema.

El municipio, el estado y la república democrática necesitan de un nuevo y verdadero diálogo público para que juntos en la tolerancia y la concordia busquemos lo mejor para nuestra comunidad.

Sean felices.