Por Rafael Ayala Villalobos
Nos enseñaron que el Espíritu Santo orienta y desarrolla a una comunidad, que el Espíritu de fuerza, de verdad, de unión y de amor está aquí desde que Jesucristo a la orilla del mar de Galilea dejó a los apóstoles un programa a realizar. Entonces el cristiano está invitado a participar en la vida comunitaria, política pues, con alegría, guiado por el Espíritu. ¿Cuál Espíritu?
El que nos defiende y guía, el que no nos deja desamparados, el Espíritu de la verdad, el que vive con nosotros y está en nosotros. Ahí está, retumbante, la voz bíblica: “Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo”.
Luego de la ascención de Jesucristo, dejó el Espíritu que es el que recrea la comunidad. Dicho Espíritu realiza la comunicación entre Jesucristo y nosotros en el amor comunitario. ¿Cómo expresar el amor comunitario en estos tiempos de desigualdades estrujantes, de hambre, de violencia, de política cínica, de corrupción en todos los niveles? ¿Orando por los demás? Sí, pero también como ciudadanos actuantes, como soldados de la dignidad de la persona humana en todas las trincheras que haya que defenderla desde la libertad y la democracia.
En ocasiones destacamos más el aspecto sacrificial de la pasión de Cristo, aminorando aspectos fundacionales de nuestra comunidad como cuando Jesucristo partió el pan para que sus seguidores comulgaran, esto es para que hicieran comunión con Él y por Él.
El médico Lucas en Hechos narra cómo cuando Jesucristo resucitó y ascendió los primeros cristianos de inmediato vendieron sus bienes y las ganancias las repartieron por partes iguales y proporcionales a las necesidades de cada quien, muy comunitariamente, con un autogobierno respetuoso de la libertad, de la toma de decisiones colegiadas y de la dignidad de la persona humana. En este comunismo primitivo-cristiano está la clave de cómo el Espíritu Santo desea que participemos en la vida colectiva: en comunión, en comunidad. Actualmente son el fanatismo y la indiferencia las conductas contrarias a ésta guía del Espíritu.
En éstos tiempos de rebatinga electoral, en la que algunos políticos siembran odio y división, cuando las falsas promesas van y vienen, cuando algunos dinamitan la casa común sin tan siquiera tener ya los planos de construcción consensada del nuevo edificio, cuando el voto es orientado por el miedo, la compra y la amenaza, que no otra cosa sino manifestaciones del enojo, cuando el fanatismo campea rabioso, es cuando hay que recordar que el Espíritu de la comunidad cristiana es lo que nos distingue de cualquier otra organización política, es la vivencia generosa del amor fraterno y el servicio a los hermanos.
Lo que nos hace salir en búsqueda de los no creyentes, de los políticos cuyo narcicismo, ambición y vanidad son su mapa y sextante, de los que una vez votan con el estómago y otra con el hígado porque el cerebro lo tienen embotado de egoísmo, costumbres y de ignorancia, pues en ellos también obra su presencia –sí, la del
Espíritu- ése que nos hace perdonar, acabar con toda discriminación y luchar por la justicia, recordando que justicia y acción del Espíritu van unidos. Porque nos hace ver y comprender lo que otros no ven, descubrir lo que hay más allá de una realidad, que parece imponerse y que no se puede transformar, pero que la comunidad, como si fuera plastilina en sus manos puede transformarla.
Si acogemos al Espíritu Santo en el silencio y la oración, nos hará vernos a nosotros mismos de otra manera, pero sobre todo a través del discernimiento y de la acción solidaria y caritativa; así despertaremos a un cristianismo actuante y alegre por la justicia.
Sin Espíritu no podemos entender la vida comunitaria. Así como el cemento pega a los ladrillos, así el Espíritu nos unifica en comunidad. Por no comprender éste punto tenemos tantos problemas, padecemos malos políticos y malas propuestas.
Viene San Pablo a decirnos: “No extingáis el Espíritu”. El asunto es éste: que estamos dando más importancia a la ley, la tradición y los convencionalismos, que a discernir en nuestras asambleas comunitarias lo que el Espíritu Santo nos pide en cada situación o etapa histórica.
Lo deseable es que las próximas elecciones sean una asamblea en la que a la luz de la verdad se reflexione, se acuerde, se organice y se pase a la acción comprometida y no como últimamente sucede, que son el resultado de juegos artificiales de la publicidad engañosa que se dirige ya no a la emoción –bueno fuera- sino a nublar la razón con mentiras y chantajes. No obstante hay partidos y candidatos de bien que difunden sus propuestas, que tratan de rescatar el valor genuino de la política como la actividad más excelsa del hombre y procuran ganar sinceramente porque tienen experiencia, carácter y un proyecto definido.
Pero volvamos al Espíritu defensor. Como que no acabamos de entender el significado del Evangelio porque el miedo a la política nos tiene encerrados como al inicio a los apóstoles. Nuestras incoherencias y contrariedades nos dominan y hacen refugiarnos en el trabajo, las redes sociales, en nuestros propios problemas que bien nos sirven de pretexto para ser egoístas e incluso refugiándonos en nuestras iglesias y templos –sean éstos del estudio, de la política electoral, del trabajo económico, de la oración…- para darle la espalda al mundo.
El miedo, padre del enojo, nos impide ser capaces de dar cuentas de nuestra esperanza y ser evangelizadores, pensando que nos persiguen, que están contra nosotros y que todo son dificultades, que subieron los precios, que todo está muy caro, que mejor con éste, que aquél es el bueno, que ahora sí nos va a ir bien, que…
Él Mero Patrón nos enseña a abrir caminos nuevos, a no confiar exclusivamente en nosotros mismos, ni en el poder, ni en el mundo material. Los recelos, las calumnias, las difamaciones, el desprestigio, las malas intenciones y manipulaciones en los medios y muchas otras cosas abundantes por éstos días no pueden llevarnos a verlo todo negro y negativo. Más bien es al revés: debemos responder dando más tiempo y espacio al Espíritu.
Esta Semana Santa de 2022 que concluye para dar paso al Gran Paso, a la Pascua, nos motiva a entender que ser cristiano va más allá de haber sido bautizado, es algo más que ir a misa, es vivir en el Espíritu y entender que éste momento que vive la Patria tiene el valor de un encuentro con nuestros hermanos y nos obliga a comprometernos con todos, sobre todo con los más necesitados, y para ello hay que señalar a los demagogos y mentirosos y hacer pedagogía cristiana y humanista cada quien desde su trinchera familiar, empresarial, sindical, ejidal, colegiada, comunicativa…
¿Vive en el Espíritu el que da limosna a una viejecita en la calle o cooperación en un templo? Sí, pero también si nos entregamos con todo lo que tenemos para que haya justicia social, para defender la libertad que es medio y no fin para elevar la dignidad de la persona humana.
Podríamos seguir enumerando los dones que nos hacen avanzar o como dice San Pedro: “Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere”.
Por eso hoy el político que genera esperanza certera de construir una comunidad de amor, es el mejor.