Numarán, Mich.- Para empezar a conocer los datos acerca del origen de esta venerada Imagen de Santo Niño de Numarán, Michoacán, necesitamos remontarnos por lo menos 3 siglos atrás, cuando este pueblito era habitado por los indígenas que vivían congregados formando con sus originales chozas, lo que desde aquel entonces se llamaba “el barrio alto” o también en el lenguaje piadoso “el barrio de La Magdalena”.
Estos indios vivían en casitas construidas de piedra y lodo con un techo de zacate seco que ahora llamamos romerillo, muy abundante en las Lomas del Arroyo de las Liebres.
Bajo ese humilde techo los nativos se dedicaban a labrar la madera del árbol del copal haciendo de ella cucharas, bateas y juguetes que solían ir a vender al pueblo vecino llamado San Sebastián Aramutarillo, ahora La Piedad de Cabadas. Algunos otros se dedicaban a la agricultura y al cultivo de los chilares.
Siempre se hablaba de una distinción entre los pobladores: unos eran llamados “accionistas” porque eran los nativos y otros “pensionistas”, porque eran forasteros que venían de otras tierras en busca de trabajo.
Entre los nativos había un matrimonio sin hijos, formado por Don José María Ramírez y Doña Teresita Berber quienes vivían dedicados a la agricultura del barrio alto en un solar poblado de guamúchiles.
Era la temporada de las lluvias en que el agua del verde lomerío baja a tomar cauce por entre las peñas del pintoresco “arroyo de las Liebres” a donde los nativos acudían para lavar ropa que después extendían como blanca floración sobre los arbustos.
Aquel día, Doña Teresita acompañada de su marido, había bajado por entre la vereda erizada de peñas negras y ramaje verde para dedicarse a lavar su ropa.
Mientras ella se afanaba a esa tarea, su marido Don José María, iba entre el boscoso ramaje a cortar leños y varas secas para el fuego de su casa.
Cuando arrastraba una rama de espinas al pasar junto al cóncavo de unas peñas grandes y lisas que formaban una cueva, de pronto misteriosamente oyóse el llanto de un niño pequeñito que se repetía con eco doliente por el cauce del arroyo; sorprendidos Doña Teresita y Don José María se preguntaban donde se encontraba aquel niño que lloraba tan cerca.
El lloro insistente y cercano no les dejó continuar su tarea y le hizo incorporarse para buscar el sitio de donde se procedían los vaguidos. A unos cuantos pasos de la cristalina corriente, bajo el arco de una peña lisa y gris, como en un nicho de piedra, las exorbitantes miradas de aquellas buenas gentes encontraron la hermosísima escultura de un niñito Dios abandonado; confundidos, absortos se acercaron para adorarle de rodillas y tomar entre sus manos temblorosas de emoción.
En la carita rosada de aquel niño había un rasguño que la buena pareja luego atribuyó a alguna espina de las ramas que llevaba Don José María y que al arrastrarla por entre la peña había herido al niñito causándole tan triste lloro.
Todo el asombro de aquellos nativos se convirtió en creciente alegría y entre las ropas blancas y limpias llevaron aquel dulce tesoro a la choza humilde de su solar, donde le adornaron con florecillas y penquitas de nopal.
SU CULTO
Doña Teresita, aturdida por la alegría del hallazgo y por el temor de que algún falso dueño le quitara la imagen, se mostraba a veces comunicativa, a veces discreta y con misteriosa indecisión empezó a contar primeramente a los indios vecinos de más confianza lo ocurrido mostrándoles la pequeña escultura del divino niño.
Pronto corrió la noticia y también pronto se llenó de curiosos y de devotos la humilde choza para conocer al niño milagroso de Doña Teresita.
Los arrieros que frecuentaban estos lugares fueron los más eficaces embajadores para extender la fama de lo milagroso que era la imagen del Santo Niño, por lo que fue así que empezaron a venir grandes romerías de indios trayendo de la sierra de Tlazazalca regalos y mandas de luces, flores y limosnas.
Dos nombres le daban a la renombrada imagen: en Numarán se llamaba “EL SANTO NIÑO DE DOÑA TERESITA” y fuera del pueblo era llamado “EL SANTO NIÑO DE NUMARAN”.
Nota: Esta información fue recopilada y redactada con la colaboración de Daniel Zárate Estrada.
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