Por Rafael Ayala Villalobos
Mi abuelo Francisco Villalobos Mendoza me platicó que algunos piedadenses participaron del lado villista en la batalla de Celaya en la Revolución Mexicana. Derrotados por Álvaro Obregón huyeron y al pasar por Pénjamo decidieron refugiarse ahí buscando alojo, alimento y atención a sus heridos, solo que desde los techos les dieron otra friega.
A algunos los apresaron para llevarlos al paredón. Uno de ellos, un joven piedadense que sería fusilado en la madrugada, la noche anterior logró enviar con mi abuelo una triste carta a sus padres.
En ella, aparte de despedirse, les decía que nunca había sabido nada con certeza hasta ésa noche fatal: que al alba sería pasado por las armas y que regresaría con Dios. En la carta expresaba que tenía miedo, mucho miedo de que le quitaran la vida.
El miedo, ése sentimiento es horrible, intranquiliza hasta al más sereno.
Tenemos miedo a lo desconocido, a lo que vaya a pasar en el año nuevo, a si superaremos o no una dificultad o una enfermedad. En la pandemia del coronavirus, en algún momento, todos sentimos temor a morir porque nadie sabe si llegará al siguiente sábado.
A pesar de lo que algunos digan, todos tememos la muerte, todos tememos a ésa madrugada cierta, y vivimos echándole un ojo al momento lejano en que moriremos, cuando lo cierto es que por las circunstancias actuales, la muerte ya la traemos untada en la piel.
Nuestra racionalidad temporal y espacial nos lleva a desear que algo suceda y podamos nunca fenecer, lo cual no es raro porque la Biblia dice que «Dios ha puesto eternidad en el corazón de los hombres», y con ése sentimiento de eternidad vivimos. Lo verdadero es que vamos a morir y que, como me dijo un médico, «hay que saber recibir la muerte».
La diferencia es cómo reaccionamos a la llegada de ésa madrugada.
Casi todos tenemos temor, y es lógico: siempre existe ese miedo a lo desconocido, sin embargo hay quienes duermen «como bebés», como es el caso de Simón Pedro, que en la Biblia, en el libro de los Hechos, dice que cuando estaba en la cárcel dormía profundamente una noche antes de que al amanecer lo fueran a matar crucificándolo de cabeza. Los compañeros cristianos que lo fueron a rescatar, tuvieron que zarandearlo para poderlo despertar.
¿Cuál es la razón por la que alguien pueda dormir tranquilo y a pierna suelta antes de que lo ejecuten? Es la certeza que puede vencer cualquier temor: saber lo que viene después.
Y qué importante es que el mismo Jesucristo fue el que certificó a sus discípulos que ellos iban a vivir con él para siempre.
Por cierto, ésa promesa es para todos, para ti también, y es una promesa que no cambia ya que la misma palabra de Dios lo asegura. Entonces nuestro futuro está en Sus manos.
Al iniciar este nuevo año 2024, confiemos nuestra vida a Aquél que puede conservarla más allá de la muerte, aunque en otro plano. Si lo hacemos nos guiaremos por el amor y entonces el temor a ésa madrugada no debería de existir…
Ahora bien, cuando iniciamos un nuevo año pensamos en el futuro incierto. Detengámonos un poco a pensar que si hay un futuro es porque hay un pasado y un presente.
En el presente somos personas concretas existiendo en un lugar determinado viviendo nuestra propia historia ya sea mala o buena. Deseamos que en el año iniciado nos vaya mejor, que estemos mejor y seamos mejores.
¿Pero acaso será así si seguimos en las mismas circunstancias y somos la misma sustancia? Nada cambiará si no cambiamos. Por eso las historias se repiten una y otra vez e incluso la historia de las nuevas generaciones familiares repiten las de nuestros abuelos y padres.
La persona humana es lo que son sus circunstancias, estas van con ella a donde vaya, son su equipaje invisible y a veces es muy pesado y difícil de dejar por allí para no seguirlo cargando. ¿Por qué?
Porque el equipaje de su personalidad bio-psico-social y de sus actitudes ante lo que vive en el presente y lo que vivió en el 2023 funcionan como referentes de identidad, dan un soporte a la idea de lo que «es» y se creen inmodificables, cuando en realidad son muy mutables, y a veces, por más contradictorio que parezca, si hacen sufrir no se quieren modificar, porque se cree que son una parte verdadera del ser de una persona, una especie de protección, lo que algunos psicólogos dicen: se sufre para no sufrir, ¿de qué? ¡de la libertad!
Sigmund Freud decía que repetimos para recordar y recordamos para dejar de repetir. Las repeticiones de lo vivido, si son dañinas, hay que reelaborarlas, esto es, hacer algo nuevo con lo que vivimos, pero sobre todo con lo que de ese pasado se recuerda, porque en realidad no son los hechos vivenciados sino lo que se recuerda de ellos lo que marca nuestro presente y nos predispone al futuro.
Se trata de subjetividades del 2023 para atrás que condicionan nuestra presente y futura objetividad para el 2024. En su libro “Vivir para contarla”, Gabriel García Márquez dice que la vida no es necesariamente lo que uno vivió, sino la manera en la que se recuerda para contar.
Todos estamos equipados para no repetir experiencias malas. Pero hay un detalle: la familia, que funciona como molde para repetir historias cual si fueran piezas fabricadas en serie.
La familia, como punto de partida, nos da identidad en la vida, nos dota de nuestro pasaporte y nos dice “este eres tú”. En la familia nos dicen: “eres mi hijo”, “te llamas así”, “este es tu idioma”, “pórtate de este modo”, lo que sumado a la carga genética que traemos y al medio cultural en que nos desenvolvemos, condiciona nuestra personalidad hasta la adolescencia y juventud cuando al querer introducirle cambios, sentimos que la familia no nos entiende. Y es cierto. ¿Porqué? porque en realidad, bien a bien, nuestra familia no nos conoce. Nadie es el mismo ni quince minutos después.
Nuestra familia no supo en el 2023 qué queríamos, no sabe las respuestas que buscábamos o queríamos elaborar como propias, diferentes a las suyas.
Al experimentarlas, al probarlas, a veces no nos íba bien. Entonces, como somos irresponsables, echamos culpas a nuestro alrededor por las desgracias de nuestra vida, pero dispuestos a repetir las historias.
Necesitados de comunicarnos, ¿qué hicimos en el 2023? comentamos aquí y allá que somos víctimas del medio social, familiar y laboral, que no tenemos responsabilidad alguna de lo que sufrimos, que los demás me hicieron, que me deben o que me ignoraron. Así, somos un mar de lamentos, enojos, odios, quejas y reclamos; también de enfermedades.
En los encuentros sociales, laborales y familiares de fin de año 2023 identificamos personas así, que justifican sus males presentes y pasados y no se hacen cargo de sí mismos, que no se comprometen consigo mismos, que no se hacen responsables de confeccionar su propia existencia.
¿Porqué? porque rehúyen a su libertad. ¿Porqué? porque la libertad implica responsabilidad, porque ser libres exige creatividad, disciplina, alegría, auto-perdón y perdón, tener respuestas variadas desde la responsabilidad individual y social y tener la decisión de reelaborar las vivencias pasadas a fin de inventar un nuevo futuro para vivir el 2024 en la libertad.
Para lograr lo anterior necesitamos soltar el temor a la madrugada de la muerte, confiar en nosotros mismos, cogernos de la Esperanza y tener Fe.
Solo así nos guiaremos por el amor a nosotros mismos y a los demás.
Y brotan las preguntas:
¿Cómo podemos decir que defendemos las libertades políticas en nuestro país si no conquistamos primero nuestra propia libertad?
¿Cómo decimos que amamos a México si no nos amamos a nosotros mismos?
Sean felices.