Por: Rafael Ayala Villalobos
La segunda vez de cuatro que me enfermé de Covid sentí que colgaría los tenis, pero por alguna razón el Mero Patrón cambió de opinión.
En esa ocasión me quedó de secuela un mal llamado tinitus que me hace oír un insoportable zumbido como de radio desintonizado a veces leve y a veces enloquecedor, sobre todo cuando hay silencio, así que uno de mis mayores placeres, el silencio, ya no lo es. “No se cura”, me dijo el médico tratante. “Entonces me tengo que aguantar”, le contesté.
En mi ir y venir por los consultorios de otorrinolaringólogos me acerqué al mundo de los sordos y de quienes tienen algún grado de discapacidad para oír.
Puede conocer que se les dificulta esa gran y hermosa necesidad que tenemos los humanos de comunicarnos porque la palabra es la voz del alma, aunque sea en lengua de señas, aparte de que es necesaria para sobrevivir ya que el ser humano es esencialmente colectivo. No lograrlo les hace sentir una enorme impotencia. Y cómo no si comunicarse es una necesidad cultural.
Pude también enterarme de que se les dificulta educarse y ya ni decir que padecen discriminación disimulada o descarada, lo que les aleja la posibilidad de crecer como personas humanas, de capacitarse y de alcanzar posiciones laborales que les permitan vivir con cierto grado de independencia.
En el prescolar “María Elena Chanes” de La Piedad tuve un compañero sordo y en la secundaria lasallista Colegio Simón Bolívar, en la Ciudad de México, otro. Con ellos tuve buena relación y respeto compartido. Alcanzo a recordar que este último un día nos escribió que se quedó sordo de los dos lados por haber tomado penicilina en exceso para tratarse sus catarros frecuentes que padeció en Torreón, antes de que se mudara con su familia a la capital.
En general el principal problema o reto a vencer para alguien con sordera o con discapacidad auditiva es educarse por la dificultad que enfrenta para tener acceso al lenguaje oral con el que está construido el mundo.
Afortunadamente ha habido avances significativos en su inclusión educativa. Por ejemplo, en el siglo XVI el monje benedictino Pedro Ponce de León, considerado el primer educador de sordos, organizó escuelas donde los sordos pudieran tener acceso al conocimiento.
En la actualidad hay cirugías y tecnología que ayuda a los sordos a aprender a hablar sin escuchar su propia voz, por ejemplo, y sin embargo no son remedios para todos porque no abundan y son muy caros.
Hoy sigue siendo el lenguaje de señas la opción más cercana, viable e incluyente para aprender a comunicarse.
En México hay todo un sistema de comunicación llamado Lengua de Señas Mexicana con signos gestuales y señas manuales, que tienen un significado lingüístico.
En La Piedad, según el INEGI con datos del 2020, hay cerca de 1250 personas con discapacidad auditiva por edad avanzada, por accidentes, por enfermedad y por nacimiento, entre otras causas.
La mayoría son mujeres y el 99 por ciento no terminó la secundaria, en tanto que solo el 17 por ciento trabaja.
Estos datos, impactantes, deben motivarnos a reflexionar colectivamente sobre qué podemos hacer como comunidad piedadense ante un problema que existe y que hacemos como que no vemos.
Junto a la obra material que distingue a La Piedad, está la obra humana que nos invita a mejorarnos como sociedad.
En la democracia, las mayorías tienen el deber ético de incluir y apoyar a las minorías, de ser justos, de avanzar hacia una sociedad más igualitaria e incluyente.
La Piedad podría elevar su competitividad si tomáramos acciones para revertir este mal que por minoritario ignoramos o no queremos ver.
Imaginen lectora, lector queridos ¿cuántas oportunidades tendrían los sordos si estuviéramos capacitados para comunicarnos con ellos?
Si muchos, o la mayoría, conociéramos lo básico de la lengua de señas, los sordos tendrían más acceso a las oportunidades que los que oyen tienen, se sentirían parte de la comunidad, se beneficiarían de ella y le retribuirían con creces a pesar de su audición dificultosa.
En las escuelas públicas y privadas no les dan acceso a los sordos, lo que ya de suyo es un problema de injusticia social ya que se les perjudica en su vida y en su desarrollo por la sencilla causa de que no hay escuelas inclusivas para ellos.
¿Cuál es, entonces, la propuesta?
La propuesta es que en las escuelas de La Piedad, para empezar, se ofrezca complementariamente a los estudios, desde pequeños, el aprendizaje de lengua de señas y el aprender a ser personas inclusivas, ayudando con ello a que los niños con discapacidad para oír puedan hacer su educación básica, por lo menos.
Ello implica que el gobierno municipal encuentre la manera de capacitar y compensar a algunos maestros en lengua de señas, asimismo a maestros jubilados que deseen ayudar a superar este problema a fin de que en las escuelas se implemente el aprendizaje de Lengua de Señas Mexicana y que esta tarea incluya a todas las personas que algo tienen que ver con la educación.
La propuesta va más allá: que el H. Ayuntamiento, consense y acuerde hacer uso de su derecho de iniciativa legislativa en lo Local, para elevar una iniciativa ante el H. Congreso del Estado de Michoacán de Ocampo, a fin de incluir en la Ley Estatal de Educación y en otros ordenamientos normativos que sea menester, la obligatoriedad de que en las escuelas de Michoacán se incorpore la enseñanza de la Lengua de Señas Mexicana.
Tenemos un Presidente Municipal, Samuel Hidalgo y un Honorable Ayuntamiento compuesto por personas humanistas y solidarias; no les será difícil ponerse de acuerdo.
En el Poder Legislativo Local contamos con dos diputadas sensibles ante los rezagos de la inequidad y la exclusión: Melba Albabera, por nuestro distrito y Vanessa Caratachea, plurinominal.
Y por fortuna tenemos un magisterio atento para servir a la justicia social.
Pero sobre todo hemos de resaltar que hay organizaciones de la sociedad civil avocadas a mejorar las condiciones de vida de quienes tienen algún tipo de deficiencia en su capacidad auditiva, que seguramente podrían abanderar, como ciudadanos, el esfuerzo aquí propuesto.
Seamos solidarios.
Sean felices.