Inicio Opinión LA DEMOCRACIA Y LOS PARTIDOS EN CRISIS

LA DEMOCRACIA Y LOS PARTIDOS EN CRISIS

Por: Rafael Ayala Villalobos

Hay una crisis política, una crisis de la democracia y una crisis de los partidos a nivel mundial y por supuesto en los municipios, los estados y el país. La crisis de los partidos es una manifestación o un síntoma de la crisis de la democracia representativa. Atacar ácidamente a los partidos, culpándolos de todo, como lo hacen algunos, es errar el tiro y agravar la crisis de la democracia hoy tan amenazada por los populismos y las tiranías.


Por contradictorio que parezca, hoy por hoy los partidos políticos son el dique de contención de la ola mundial que golpea a la democracia y son, además, los semilleros de los políticos profesionales gracias a cuya actividad las sociedades todavía arreglan sus asuntos económicos, políticos y sociales hablando, compitiendo en urnas y utilizando medios jurídicos y de comunicación y no a balazos.

Los partidos son una de las instituciones más importantes de la democracia, sus trabajos de representación, formación de liderazgos, definición ideológica y sus responsabilidades públicas son piedra angular en las democracias constitucionales, al punto de que resulta difícil imaginarse un sistema democrático sin los partidos.

Pero hay un detalle: los partidos, como muchas otras instituciones políticas, necesitan ser controladas, ponerles objetivos y límites y ser supervisadas.

Sin embargo aunque los partidos ahí están, se han desconectado de la sociedad civil en general de tanto verse al ombligo, esto es, de tanto vivir solo dentro de la sociedad política, o sea, del Estado. Su competencia permanente entre si, no tiene significado para la ciudadanía y poco sirve de soporte a la democracia. El resultado de todo esto es una crisis institucional que algunos aprovechan para introducir tiranías: tiranías personales, tiranías económicas y de mercado, tiranías de la delincuencia organizada, la tiranía de la mayoría…etc.

No se trata de una crisis iniciada hace poco. Data desde los orígenes del Estado moderno, como éste se fue formando y como fue operando. En realidad es la crisis de la difícil relación entre el ciudadano y el Estado, por el alejamiento de uno y otro. El individuo común no encuentra cómo relacionarse con el Estado, cómo y con qué herramientas ejercer su ciudadanía, en tanto que el Estado fluctúa entre abrir o cerrar cauces a la participación ciudadana.

Tampoco es nueva la crisis de la democracia. Desde que se convirtió en el único régimen posible y en la ideología de avanzada capaz de arreglar todos los problemas e injusticias, se le exigió de más. No obstante, poco a poco se aceptó que con la democracia no se acabarían los problemas políticos sino que se trataba de una forma nueva de enfrentarlos y encontrarles solución.

Las tiranías, desde entonces, han acechado en contra de la democracia. Los problemas de la representación popular no desaparecieron e incluso se agravaron porque por muchos años se fue ampliando la separación de gobernantes y gobernados, ocasionando un gran malestar sobre todo cuando a la crisis política se le agregan las crisis económicas.

Si el Estado se conecta con la sociedad civil mediante la administración pública, la sociedad civil se relaciona con el Estado a través de los partidos políticos. Por ello es que los partidos son entidades de interés público que deben servir a la sociedad, que tienen que manejar bien sus tensiones internas, mejorar constantemente sus prácticas y conectar los intereses generales de la población con las estructuras del Estado desde el nivel municipal e interrelacionarse con la vertebración de la sociedad.

El hecho de que cada día sean menos los afiliados a los partidos, no quiere decir que la sociedad los rechace sino que los partidos van mutando, adaptándose a los cambios sociales y que existan nuevas formas de participar en política. Por ejemplo, la izquierda no siempre es partidaria, también hay izquierda sindical e izquierda social, entre otras. Los partidos de masas ya no son tan operantes, prevalecen los partidos de cuadros profesionales, de organizaciones y los de opinión.

Es cierto que la militancia afiliada va achicándose, que los partidos pierden demócratas pero consiguen clientelas y que muy frecuentemente son incapaces de conservar entre una elección y otra sus porcentajes de votación (Morena perdió casi 30 millones de votos entre 2018 y 2021, por ejemplo) lo que hace casi imprevisibles los resultados electorales.

Un partido es un ser vivo, por ello nace, crece, se reproduce y muere, cumple objetivos y metas y puede salir del escenario político, no como un fracaso sino por el cumplimiento de su misión.

No hay partidos viejos y nuevos. En realidad todos son relativamente nuevos, en el curso de la historia de la sociedad, ninguno tiene más de 240 años. Desde que los sindicatos europeos en los inicios de la sociedad industrial, empezaron a parir partidos socialistas, laboristas o socialdemócratas, en realidad han pasado muy pocos años, así que querer distinguir a los partidos entre jóvenes y veteranos es equivocado. Más bien habría que ver cómo procesan sus decisiones incluidas sus candidaturas, qué dicen sus documentos básicos acerca de temas clave como la persona humana, el Estado, la empresa, la economía, etc., cómo se financian, a qué clases sociales representan, entre otros aspectos, sin excluir uno muy importante: su origen.

Por ejemplo, el PRI surgió de la tradición liberal mexicana como la organización electoral y de gestión social de la revolución institucionalizada y como una amalgama de organizaciones de masas. Se podrá decir lo que se quiera del PRI pero nadie puede negarle su legitimidad histórica y el haber dado a México muchas décadas de progreso, paz social y cierto desarrollo social. Su origen es digno.

Otro ejemplo sería el PAN, también heredero de la tradición liberal, que surgió a contracorriente de la política de masas del antiguo régimen para empoderar al ciudadano frente al Estado y sus arbitrariedades, para ponerle límites y hacerlo que respetara las garantías individuales, así como para hacer efectivo el voto popular. El origen del PAN es de

lucha ciudadana, de democracia interna y de resistencia pacífica. Un origen digno, pues.

Otro ejemplo de partido con inicios en la lucha social y democrática, en la defensa de la soberanía nacional, de los derechos humanos, del humanismo político y del voto popular, que le costó represión y muertos, es el PRD, receptor de sindicatos y partidos de izquierda como el Partido Comunista Mexicano, el Partido Socialista Unificado de México, el Partido Mexicano Socialista, el Partido Popular Socialista, el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, el Movimiento Armado Revolucionario, la Democracia Cristiana, entre otras muchas organizaciones que en 1989 lo conformaron con el objetivo claro de ensanchar los cauces democráticos en la vida nacional, de crear desde la sociedad civil instituciones ciudadanas como el IFE ahora INE, la relativa autonomía del Banco de México, el acceso a la información pública, entre otros logros como los derechos humanos de cuarta generación tales como el derecho a un medio ambiente saludable, al agua, a la informática, a la bioética… Su origen digno y legítimo radica en su pretensión de continuar haciendo la Revolución Mexicana democráticamente y que se trata de un partido de ciudadanos alzados cívicamente.

Aunque también hay partidos con obscuros orígenes como el del Partido Verde Ecologista de México, siempre pegado a la ubre del gobierno, haciendo negocios turbios con el poder, que desde que nació aprendió el arte de la corrupción, de sorprender votantes con propuestas ruidosas y publicitariamente atractivas y de ser saltimbanqui de la política, remedo de rémora de los partidos que vayan llevando la delantera y, sin

embargo, aparecer en las campañas con candidatos oportunistas, sin arraigo popular que creen que ganarán porque critican a los políticos “de siempre” o blandiendo banderines de “juventud” o de “ecología”.

Otro ejemplo de turbiedad partidaria es Movimiento Ciudadano, que muchos ingenuamente lo creen nuevo y limpio. Antes se llamaba Partido Convergencia por la Democracia, lo fundó quien fue en Veracruz el Duarte de los años noventas, preso por corrupción en el penal de Pacho Viejo: Dante Delgado, ahora senador y verdadero dueño de MC. Éste partido en sus inicios llegó a vender a empresas nacionales y extranjeras en millones las listas nominales del padrón de electores, lo que le valió fuertes multas por parte de lo que ahora es el INE. Su negocio era ese y no tanto ganar elecciones, aunque de repente se interesa en determinadas plazas. No tiene democracia interna, más bien parece una empresa dirigida por un patrón en cada estado y en algunos municipios. Utiliza un discurso falso, muy de ciertos segmentos de las clases medias, como cuando dice que la ciudadanía es el patrón y los del gobierno sus empleados, o como cuando intentan aparecer como un conglomerado de jóvenes salvadores, cual si el cambio social y económico fuera a ser realizado por “los jóvenes”, como si entre ellos no hubiera diferencias, como si no existieran jóvenes de universidad de paga y jóvenes albañiles, como queriendo suplantar a las clases sociales en su papel de impulsores de la transformación social, dejando de lado las desigualdades sociales y económicas y utilizando a la pobreza como mera escenografía. Su discurso ignora las desigualdades de clase social y presupone una igualdad ciudadana inexistente en la realidad. Y así por el estilo.

El reto ahora es que los partidos sean útiles a la ciudadanía y a la democracia, de otro modo la tiranía populista ganará terreno.