Inicio Regional La Piedad y su Trilogía del Poder: Crónica de una reelección anunciada

La Piedad y su Trilogía del Poder: Crónica de una reelección anunciada

Por: César Rodríguez

En el dramático escenario político de La Piedad, algunos actores parecen aferrarse a su papel con la desesperación de un naufrago a su flotador. Samuel Hidalgo, Alejandro Espinoza y Hugo Anaya protagonizan este culebrón de reelecciones potenciales. Sus nombres rondan el ambiente como vampiros sedientos alrededor de un festín de sangre, obligándonos a cuestionar la salud de nuestra querida democracia.


Así, uno se pregunta, ¿es acaso su propósito el servir al pueblo, o es esta una maniobra para garantizar su cuota de poder y un cómodo colchón financiero? Ah, la reelección, esa fabulosa oportunidad para perpetuar políticas que tal vez fracasaron la primera vez, pero hey, ¿qué tal si les damos otra oportunidad para estrellarse de nuevo?

La Piedad se ha mostrado reacia a los intentos de reelección. Los esfuerzos de los políticos por aferrarse a su cargo han sido acogidos con tanta emoción como un episodio repetido de «El Chavo del Ocho». ¿Es este rechazo un indicador de que la población prefiere caras nuevas y nuevas ideas en lugar de más de lo mismo? Ramón Maya, Arturo Torres y Juan Manuel Estrada pueden dar testimonio de lo mucho que la ciudadanía aprecia las «segundas partes».

Y luego tenemos las intrigantes alianzas. ¿Hidalgo y Espinoza formarán una dupla al estilo de «Don Ramón y La Chilindrina» si uno va por la presidencia y el otro por la diputación? ¿Y dónde queda Hugo Anaya en este enredo?

Finalmente, la idea de que estos políticos puedan trabajar fuera del gobierno es tan probable como encontrar un chupacabras en el jardín de casa. Esta situación resalta la dependencia casi patológica que muchos políticos tienen del aparato estatal para su subsistencia, un hecho que merece un análisis más crítico, y quizás unas cuantas risas sarcásticas.

El circo de reelección en La Piedad nos brinda la oportunidad de repensar nuestra visión de la democracia y reflexionar sobre qué tipo de personajes queremos en el escenario. Como público, es decir, ciudadanos, nuestra responsabilidad es exigir un espectáculo digno de nuestro tiempo y atención.