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LAS ALIANZAS POLÍTICAS, ¿BUENAS O MALAS?

Por: Rafael Ayala Villalobos

De vez en cuando algunos opinan con ruido y furia en contra de las alianzas entre partidos políticos. Supongo que lo hacen de buena fe, pero con ignorancia. Alegan que los partidos que se alían carecen de congruencia, que son mezquinamente convenencieros, que lo que les importa es ganar a toda costa, que si son como el agua y el aceite no se pueden mezclar (eso será en las ciencias exactas, no en las sociales) entre otras falacias y “análisis” simplones. Lo cierto es que la historia mundial nos ofrece innumerables ejemplos de alianzas políticas entre personajes, etnias, naciones y partidos que considerando las circunstancias se aliaron para alcanzar fines superiores o urgentes sin que renegaran de sus principios y costumbres. 


Para no poner ejemplos de la historia mundial como el de la más remota antigüedad cuando se aliaron los siempre peleados entre sí ejércitos de los Aqueos para vencer a Troya, me refiero solo a México en donde  tenemos la alianza de muchas naciones originarias (Texcocanos, Tlaxcaltecas, etc) con Hernán Cortés, para derrocar la tiranía sofocante de los mexicas, o la alianza de diversos clubes políticos –antecesores de los partidos modernos- con don Benito Juárez, para superar la invasión extranjera y defender la soberanía nacional, o la alianza de más de tres mil partidos políticos existentes en 1929 que se aliaron para crear al Partido Nacional Revolucionario, abuelo del PRI, por solo citar algunos ejemplos de atrás, sin olvidar en la Revolución Mexicana la Convención de Aguascalientes, verdadero crisol donde se galvanizaron las ideas y los intereses de casi todas las facciones levantadas en armas.

Las alianzas políticas entre dos o más organizaciones se facilitan cuando existe un líder fuerte que tiene a sus huestes acostumbradas a sus decisiones unipersonales ya que la mayoría se pliega a ellas y si él dice aliarse, se alían y punto. Muy diferente es cuando las organizaciones que buscan juntarse  acostumbran tener deliberaciones más horizontales, con debates intensos y toma de acuerdos colectivos como sucedió a finales de los años setentas del siglo pasado con el Partido Comunista Mexicano, al que pertenecí, que se alió con sindicatos y distintas y contrarias organizaciones de izquierda y nacionalistas para hacer nacer al Partido Socialista Unificado de México, proceso que se repitió años más tarde, ya en los ochentas, cuando organizaciones exguerrilleras, núcleos socialistas obreros y campesinos y partidos políticos se aliaron luego de muchas discusiones y de que pudimos elaborar un cuerpo doctrinario convergente y un mismo programa a realizar por el cual luchar, para formar al Partido Mexicano Socialista. Con humildad pero con verdad digo que he vivido muchas alianzas, por eso se de lo que hablo.

De 1986 a 1987 se volvió a abrir otro intenso  proceso de análisis y discusión al que se agregaron organizaciones tan enfrentadas entre sí  como el trotskista Partido Revolucionario de los Trabajadores –siempre adversario del PCM- , el reformista Partido Popular Socialista –también contrincante del PCM-  entre otros partidos no menos disímbolos, y sindicatos combativos como el de la UNAM o el de los ferrocarrileros, o la CIOAC, sin dejar de mencionar a la Democracia Cristiana, a colectivos luchadores por los Derechos Humanos y a organizaciones derechistas como el Partido Sinarquista Mexicano o el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana y el Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional, para al final agregarse el partido que dirigía Heberto Castillo, el Partido Mexicano de los Trabajadores. 

Es decir que la izquierda mexicana viene de un proceso largo, muy fraguado, muy ligado al pueblo, siempre presente en sus luchas y que ha logrado hacer que México avance en el empoderamiento de la sociedad y de las clases más desprotegidas, así como obtenido instrumentos para una cada vez mayor participación ciudadana, cuidando siempre no hacer culto a la personalidad, cosa que  ni siquiera se hizo con líderes de la enorme talla política y moral de un Valentín Campa, un Demetrio Vallejo, un Arnoldo Mártínez Verdugo, un Gilberto Rincón Gallardo o un Heberto Castillo, a quienes tuve el honor de conocer. 

Los legítimos partidos de izquierda no son  tapete de nadie, no cuidan biografías personales y no caben en ellos quienes hacen trabajo para su persona y no por el partido. Su meta es clara: la transformación del Estado, el mejoramiento de las condiciones de vida y de trabajo de las mayorías, la convivencia democrática, la equidad, la eco-sustentabilidad, la justicia social, la igualdad, la soberanía nacional, entre otras. La verdadera izquierda no ofrece dádivas para adormecer a los que menos tienen y que éstos exijan menos al gran capital monopólico, sino que realmente transforma al Estado desde su infraestructura económica. La verdadera izquierda forja demócratas, no hace clientelas. La verdadera izquierda no fomenta “la esperanza” en un mañana que canta sino que desde hoy crea condiciones para que el poder público sea tomado por el pueblo. Los reformistas promueven programas asistenciales para distraer el avance de la ciudadanía y fomentar el conformismo; aplican cambios para que todo siga igual en beneficio de las minorías nacionales y extranjeras, simulando honestidad y a lo mucho haciendo modificaciones al estilo de gobernar, pero nada más. Vease cómo actualmente los del poder nada dicen de una reforma fiscal progresiva a fondo, como no fortalecen la propiedad social… Por ello en ocasiones  atendiendo a la realidad, los partidos y organizaciones sociales de izquierda pactan alianzas y trabajan para crear condiciones favorables a una auténtica y no simulada transformación política, social y económica. 

Cuando el antiguo régimen del PRI controlaba todo y México vivía lo que Mario Vargas Llosa etiquetó como “la dictadura perfecta”, la izquierda supo enfrentarse con vigor y propuestas viables al Estado autoritario que electoralmente representaba el PRI, pero que no era su único factor de poder fáctico. Luego de las elecciones de 1988 en las que ganó Cuauhtémoc Cárdenas por el Frente Democrático Nacional, -una amplia alianza de fuerzas políticas de muy diverso signo- éste convocó a la formación de un nuevo partido político defensor de la soberanía nacional, de una economía social y solidaria y de la democracia más amplia posible. 

Para obviar tiempo, esfuerzo y recursos, el Partido Mexicano Socialista, solicitó a la  entonces Comisión Nacional Electoral, antecesora del IFE y del INE, el cambio de nombre de su instituto político, para pasar a llamarse Partido de la Revolución Democrática, ofreciendo a éste todo su patrimonio inmobiliario incluida su imprenta en donde imprimíamos el periódico “Oposición” que yo distribuía en la región del Bajío. Esta es la razón por la que el PRD no pasó por el fatigoso proceso legal para la formación de un nuevo partido político, aún cuando realizó asambleas en la mayoría de distritos electorales del país como la realizada en La Piedad en el auditorio de la Unidad Deportiva Humberto Romero el 5 de mayo de 1989. 

Es un error afirmar que el PRD se formó con un desprendimiento del PRI denominado “Corriente Democrática”. La mayor parte de quienes fundamos el PRD proveníamos de muy variadas formaciones de izquierda. La Corriente Democrática, de expriístas, eran los menos aún cuando muchos de sus personajes más sobresalientes, como Ifigenia Martínez, Ricardo Valero, César Buenrostro y no se diga Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, o Cristóbal Arias y Roberto Robles Garnica, fueron de los principales dirigentes tanto del FDN como del PRD. 

Por eso el PRD está acostumbrado a los debates recios que a muchos asustan y a trabar alianzas histórica, ética y políticamente justificadas. Vayan algunos ejemplos: cuando Vicente Fox, del PAN,  tuvo que defender su triunfo por la gubernatura de Guanajuato, el PRD lo apoyó sin reservas; Maquío, del PAN,  respaldó a Cuauhtémoc Cárdenas para defender la victoria de éste en 1988; en los noventas Cuautémoc Cárdenas jugó un papel determinante para forjar las dos primeras alianzas del PRD con el PAN por las gubernaturas de Chihuahua y Nayarit, que ganaron. Posteriormente el PRD y el PAN junto con partidos locales compitieron juntos por alcaldías y gubernaturas en Baja California Sur, Tabasco y muchos otros estados. Así que para el PRD no es raro anteponer intereses superiores a los propios atendiendo las circunstancias, como hoy que en México se están dando pasos atrás en la vida constitucional, republicana y democrática, tratando de desbaratar los organismos autónomos, muchos de ellos creados a propuesta del PRD, limitando toda forma de participación de la sociedad civil como no sea en farsas democráticas y regresando al autoritarismo del viejo régimen priísta. 

Si el PRD se opuso al PRI en el pasado por cuanto se servía del autoritarismo, hoy es otra fuerza política la que lo hace y no debe extrañar que el PRD se alíe con quienes quieran coadyuvar a hacer contención a la ola antidemocrática y populista que, por fortuna, se está debilitando. Por lo demás hay que decir que algunos de los que critican las alianzas del PRD con el PAN o con el PRI, aparte de que mañosamente no mencionan que el PRD se ha aliado también con innumerables partidos locales, nada dicen y hasta aplauden otras alianzas partidistas lesivas para el país.

En las últimas elecciones por el ayuntamiento de La Piedad, por ejemplo, en todas las encuestas serias el PRD no llegaba ni al 5 por ciento en la intención del voto, lo que llevó al PRD a decidir que en La Piedad se aliara con el PAN. La baja calificación hacia la marca PRD obedeció al nulo quehacer partidista que realizó su última directiva, que prefirió trabajar la marca persona y no la marca partido, prueba de ello es que durante los últimos  6 años el PRD, no realizó ni una sola reunión de la directiva municipal ni de su Consejo Municipal, así como tampoco participó en su única campaña de afiliación que sí atendieron algunos de sus militantes. En la última elección por el ayuntamiento, el PRD optó por aliarse electoralmente con el PAN para tratar de ganar el ayuntamiento y dar continuidad a algunos aspectos positivos como el mejoramiento de la infraestrucutura y el equipamiento urbanos, pero poniendo más énfasis en la transparencia y el desarrollo social y humano, pero también porque a nivel estatal y federal, se juzgó necesario defender electoralmente a la república constitucional, defensa que dio parcialmente buen resultado ya que la alianza PRD-PRI-PAN logró disminuir las diputaciones federales para el partido en el poder que recibió casi 30 millones de votos menos que tres años atrás en el 2018. O sea, el PRD con un sentido de responsabilidad, le dio utilidad a su fuerza y actuación. Algunos ven como derrota su baja votación directa en la Piedad, pero útil para ganar el ayuntamiento, cuando en realidad es una victoria moral.  En todo caso es válido decir que en La Piedad el PRD en los últimos procesos electorales,  podrá haber sido vencido en el campo de la batalla electoral, pero no en el campo de las ideas y de las propuestas y que sigue siendo un referente moral en la política.

No saben lo que dicen los que afirman que el PRD tiene como razón de existir disputar eternamente con el PRI, por autoritario, o contra el PAN, por conservador. El PRD no nació para eso y en todo caso eso es circunstancial. Las metas son mucho más superiores. Lo peor es que lo digan sin tener calidad moral para criticar al partido del que se sirvieron por mucho tiempo, al que quisieron ver chiquito para que ellos se vieran grandes.

La izquierda, política, filosófica y políticamente es esencialmente universalista. Esto choca contra los que piensan a la identidad como rechazo de los “otros”. En la actualidad  tan compleja y plural, tanto la “nación-estado” como los partidos políticos y los movimientos sociales basados en doctrinas y en la clase social, se han debilitado a consecuencia del empoderamiento de la “comunidad”. Cuando algunos afirman que los partidos pierden su identidad aliándose con otros, es porque definen la identidad negativamente, esto es, frente a otros. Algo así como “nosotros” nos reconocemos como “nosotros” porque somos diferentes a “ellos”. ¿Pero qué pasaría si no existieran los “ellos” de los que somos diferentes? No tendríamos que definir quiénes somos “nosotros”, porque sin ajenos no hay propios. 

Los partidos se basan no en lo que sus miembros tienen en común; puede ser que incluso tengan muy poco en común excepto no ser los “otros”. Las identidades colectivas, que al fin de cuentas eso son los partidos, colectividades, son como playeras más que como la piel, es decir, que son optativas, no impuestas por la naturaleza. Hoy por hoy es más fácil ponerse otra camiseta que ponerse otra cabeza. Los partidos políticos no son una construcción natural sino social, cultural, y por lo tanto modificables. Cualquier encuestador o estudioso de las ciencias sociales sabe que nadie tiene una sola identidad, sino que todos tienen un sinfín de características. En todo caso las identidades de cualquier organización social, entre ellas los partidos, dependen del contexto, el cual puede cambiar y de hecho cambia.

En todo el mundo el proyecto político de la izquierda es universalista, es para todos los seres humanos; la libertad, la igualdad y la fraternidad no son para unos predeterminados sino para todos. Válgase la comparación, es como la Buena Nueva evangélica que es para todos, no para unos  si  y para otros no, sino que es universal, de ahí la palabra “católica”, universal. Por eso la izquierda no puede ni debe basarse en la política de la identidad que excluye. Tiene un programa mucho más amplio con el que apoya a muchos grupos de identidad. Lo anterior es diametralmente diferente de como los que se espantan con las alianzas del PRD piensan en el sentido de que la identidad de los partidos es sobre sí mismos, para sí mismos y para nadie más.

Para analizar las alianzas formales e informales de los partidos es mejor hacerlo analizando no a los partidos en sí y mucho menos guiándose con filias y fobias hacia ellos, sino que desde el punto de vista de la ciencia política ha de hacerse distinguiendo entre el sistema político y su sistema de partidos, que no son lo mismo por más que tengan una relación muy estrecha. Por ejemplo, el sistema político es más estable, su estudio ha de ser más global y solo se puede decir que hay sistema político cuando su estructura y formas de actuación se han consolidado, en cambio  el sistema de partidos es muy cambiante, lo que por su naturaleza mutante no se puede decir del sistema político.

El propio politólogo francés Maurice Duverger dice que “un sistema político se conforma cuando un conjunto factores y fuerzas en un país actúan durante un periodo relativamente largo, o cuando el conjunto de partidos opera de manera estable en una nación”. El mismo Duverger apunta: «El sistema de partidos en un país es un elemento esencial de sus instituciones políticas: tiene tanta importancia como los órganos oficiales del Estado establecidos por la Constitución». 

Hay tres clases de alianzas entre partidos: las electorales, las parlamentarias y las de gobierno. No siempre las electorales se prolongan como alianzas de gobierno una vez que ganan los comicios, ni en el programa a realizar ni en el reparto de posiciones de poder desde donde cada partido pueda impulsar sus agendas más sentidas.

Pero volvamos al meollo del tema: decíamos que la izquierda es esencialmente universalista, es su naturaleza, por eso es la principal impulsora de alianzas, sobre todo desde 1988 cuando cuatro partidos apoyaron a Cuauhtémoc Cárdenas para presidente de la república. Ejemplo de ello es que el PRD, preocupado por la actual situación del país, ha buscado crear un bloque para evitar la regresión democrática y republicana ante el golpe de estado “al revés” que la tiranía en ciernes está queriendo consumar. Algunos, de análisis chato, dirán que lo que sucede es que el PRD teme desaparecer y por eso traba alianzas. En efecto, también es por eso, pero es por mucho más que eso. Además, como cualquier organización viva, tiene derecho a tratar de sobrevivir, eso no tiene nada de malo. Cierto: tiene baja votación, lejos del casi 30 por ciento de los votos emitidos que llegó a captar y tiene escasa implantación territorial, pero el país necesita equilibrios y el conservadurismo retrógrada  instalado en el gobierno federal necesita del contrapeso de una izquierda democrática, liberal, republicana, federalista, municipalista y marcadamente humanista y con todo y que por ahora el PRD no tiene una alta productividad electoral, su existencia y sus alianzas responden a  un imperativo ético, político e histórico.

El PRD y la izquierda genuina en general no son la única fuerza que lucha por el cambio liberal y democrático. Existen otros partidos, fuerzas sociales y ciudadanas, además de personajes de relevancia en la vida municipal, estatal y nacional, a los que el PRD ha invitado y sigue convocando a una convergencia necesaria para construir las condiciones para la transformación auténtica del país, desde la base, desde la infraestructura económica, hoy intocada por un gobierno que supuestamente ayuda a los pobres, pero que para ayudar a más pobres, empobrece a más personas.

La profundidad de la crisis de seguridad y violencia en México, la crisis de salud por el coronavirus y el desbarajuste en el sistema de salud pública desde antes de la pandemia, los embates contra los organismos autónomos, el cierre de mecanismos para la participación ciudadana, los intentos por restar independencia a los poderes legislativo y judicial, la centralización en marcha, la corrupción nueva y galopante, la cooptación de las fuerzas armadas para fines políticos y el autoritarismo cotidiano reclaman determinación para actuar con el más alto sentido de responsabilidad. 

La situación demanda que se ponga por encima de las diferencias entre organizaciones políticas, las coincidencias entre organizaciones políticas, las coincidencias en torno a los cuales se inicien los cambios y consolidaciones democráticas que necesita el país con compromisos programáticos puntuales para lograr mayoría en una lógica muy sencilla: apoyar los menos posicionados al que mayores posibilidades tiene de ganar en cada solar municipal, distrito, entidad o en el país.

Las de la izquierda no implican alianzas permanentes entre los partidos, tienen programas y políticas diferentes aunque también coincidencias en el humanismo político. Se trata de pactos limitados con compromisos concretos. Desde la Independencia Nacional no es la primera vez que se alían partidos y agrupaciones de orientación, ideas e intereses diferentes, pero que comparten objetivos nacionales y populares concretos.