Por: Rafael Ayala Villalobos
Por supuesto que no lo son, por lo menos en su esencia y origen franciscano, pero déjame platicarte… Como adjetivo, la palabra diabólico, que viene del griego “diabolikos”, tiene el prefijo “dia”, que quiere decir “a través”, el verbo “ballein” que significa “tirar” y el sufijo “ico”, como termina la palabra, relacionado con quien avienta algo para causar odio, rencores y divisiones, como por ejemplo los discursos madrugadores del Púlpito Mayor. En el cristianismo se usa la palabra diabólico para referirse al ángel traidor que Dios expulsó del paraíso por cruel, divisionista, perverso, siniestro y odiador, por lo que a la acción o a la persona con éstas características suele decírsele “diabólico”.
La última campaña por la presidencia de la república y las pasadas federales y estatales realizadas en éste año predicaron mucho odio y sembraron preparativos para la violencia verbal y física. Usando metáforas manipuladoras contra la corrupción, el neoliberalismo, los conservadores y otros supuestos enemigos puestos en medio de la feria para jugar con ellos al “tírenle al negro”, algunos consiguieron desenterrar y revivir la perversa dualidad amable y rencorosa del mexicano, una suerte de cordialidad muy mexicana que entraña por una parte amabilidad y por la otra odio, las dos provenientes del mismo corazón, de ahí lo de “cordialidad amable” o “cordialidad violenta”. Recordemos que la palabra cordialidad viene del latín “cordis”, corazón, y lleva el sufijo “al”, que es “relativo a”.
Esta manera de ser cordial al mismo tiempo positivo y negativo es muy propio del modo de ser del mexicano y a esto no escapa el estilo piedadense, nada más es cosa de ver la festividad y amabilidad que circula en las redes sociales, pero también el ánimo grosero, insultante, calumniador y violento que hay en ellas. Siempre hemos tenido ese rasgo hostil en nuestra cordialidad, a veces está reprimido, pero a veces al menor impulso estalla. Lo cierto es que las dos últimas campañas electorales han excitado el lado dia-bólico en la sociedad y muchas personas le están dando votos a quienes desatan el odio, el insulto y la división con sus discursos supuestamente honestos y sus moralinas hipócritas, así que hay quienes, con nombre y apellido están haciendo política dia-bólica y son, en parte, los responsables del odio y la violencia que hay entre las familias, entre unos partidarios y otros ocasionando que el ambiente sea de enojo y el propósito pareciera ser la aniquilación del diferente. Eso no es bueno.
Actualmente nuestra sociedad se basa en este aspecto inhumano de nuestra humanidad, como relación dialéctica envenenada, endiablada, mezcla de bien y de mal. Para contrarrestar ésta oleada están los la espiritualidad, los valores, la ética, el Estado de derecho, las religiones, el autocontrol personal, la educación, los órganos responsables de lograr seguridad pública… Contra éste ambiente de enojo político, contra éste clima perverso y retorcido, necesitamos con urgencia líderes que sean lo contrario a la dualidad dia-bólica, es decir, personas-síntesis que calmen demonios, que ahuyenten lo dia-bólico y que construyan una convivencia pacífica. No son los indicados los que todos los días desde el periodismo, las redes sociales y las tribunas políticas
riñen, acusan, reparten culpas, se las dan de santurrones y predican odio y tempestades.
Por eso los achones de San Francisco pudieran ser dia-bólicos, esto es, realizarse por motivos negativos como la borrachera y el convivir para intercambiar chismes, para hilvanar acusaciones y efectuar concursos a ver quién critica más, quién vierte más odio, etcétera, o todo lo contrario, seguir alegremente haciéndolos en familia y con amigos conforme a la máxima de san Francisco: “Paz y Bien”. Como todo, nada es bueno ni malo en sí mismo, sino según lo que hay en el corazón, según la cordialidad buena o mala con que se use o realice algo, de ahí lo dia-bólico. Por fortuna en La Piedad la gente hace los achones con buena y amorosa intención, aunque contaminando, poniendo en alto el gentilicio de “piedadense”, que más que eso, que gentilicio, es una forma de ser y de vivir la vida buena.
En efecto, existe una agradable tradición en La Piedad, Michoacán, con motivo del día de san Francisco de Asís: quemar ocote o leña afuera de las casas. Le dicen “achones”, una fogata cuya luz representa las ganas de los piedadenses de vivir conforme al deseo de san Francisco de “Paz y Bien” que era como él saludaba.
La fiesta culminante es el 4 de octubre en la que la comunidad realiza, cuando no hay pandemia, una verbena callejera –y misas muy asistidas- afuera del templo dedicado al santo, un templo pequeño, de hermosa arquitectura que en el interior de su cúpula pueden apreciarse cuatro frescos sin igual representando a los cuatro evangelistas.
Pues bien, la fiesta ya se acerca, por eso viene al caso reflexionar sobre esa parte violenta y dada al odio propia de nuestra cordialidad mexicana. Es cierto, ni duda cabe, la violencia es consustancial al ser humano, pero en el ejercicio de su libertad y valiéndose de la razón, el hombre puede emplear los recursos amables de su cordialidad para resolver sus problemas y que éstos ni siquiera lleguen a ser conflictos.
Es lamentable que en la realidad no sea así. La forma más empleada de nuestra dualidad dia-bólica es la utilización de la violencia, la manipulación, la imposición, el sometimiento, tanto entre los grupos y clases sociales como entre las diferentes posiciones políticas, la familia y las naciones: vencer antes que convencer, no importa si hago trampa o recurro a métodos gansteriles para salirme con la mía, no importa que quede el resentimiento y el odio que atizan el fuego de la violencia en todas sus formas, desde las disimuladas hasta el terrorismo. La soberbia y la codicia se institucionalizan para humillar, dividir, para aplastar la dignidad de la persona humana. Se trata de una fase más de la expulsión del Creador de las sociedades que permiten legalmente el mal como drogarse o asesinar humanos dentro del vientre materno.
A la dualidad dia-bólica, necesariamente dialéctica, san Francisco de Asís le opone la síntesis, la unión de los opuestos, acercando ambas caras de la misma humanidad para tratar de hacer un pacto de paz, bien y justicia, logrando la síntesis de la paz, de manera que la paz a la que aspiramos -y para eso son los achones- no sea la victoria de una de las partes sino la superación de posiciones radicales y por lo tanto estériles.
Es nuestro deseo que éstos días de hacer achones despertemos nuestra capacidad humanizadora para ser felices siendo justos, dialogando, acordando para ir superando las desigualdades sociales y económicas y las diferencias políticas que hacen de la nuestra una sociedad dividida, o sea, dia-bólica.
Amiga, amigo, te saludo franciscanamente: “Paz y Bien”, con toda el alma.