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LOS NIÑOS EMPAREDADOS DEL PUENTE CAVADAS

Por Fernando Tejeda

La Piedad, Mich.- De sólida estructura realizada a base de elegante cantera, de soberbios arcos y de poderosas bases, el puente Cavadas se yergue imponente por sobre las aguas del Río Lerma.


Es el abuelo de la ciudad de La Piedad y sobre él pesa el inclemente paso de muchos años y ha enfrentado con su bien fundamentado poderío a las fuerzas de la naturaleza; el agua en numerosas inundaciones lo ha puesto a prueba, saliendo airoso de todas ellas.

El puente Cavadas se construyó gracias a la iniciativa del padre Don José Ma. Cavadas y es de este notable varón de quien se tomó el nombre que por siempre ha llevado la obra arquitectónica. Su construcción se verificó de 1832 a 1833, lapso de tiempo relativamente corto si se considera la magnitud de los trabajos implicados.

¿Por qué surgió la idea de erigirlo? No existía un medio seguro de cruzar el entonces anchuroso río Lerma, a menos que se utilizase  una canoa de madera, sin embargo éste sistema resultaba inseguro sobre todo en el tiempo de lluvias, ya que la tremenda acumulación de agua propiciaba fuertes crecientes.

Fue durante una tormenta, cuando la canoa se volcó originando una tragedia: los pobladores de Santa Ana que intentaban cruzar hacia La Piedad en aquella pequeña embarcación perecieron ahogados, arrastrados por el poderío de las aguas que arrastraban todo a su paso.

Este hecho sería presenciado por el Señor Cura José María Cavadas y en poco tiempo organizó a los vecinos y reunió el dinero suficiente para construir el emblemático puente que ahora conocemos.

La leyenda que ha existido en la mentalidad de los piedadenses, con relación a la construcción del puente en cuestión, es aquella la que refiere un hecho curioso y muy poco usual en la edificación de la imponente estructura.

De generación en generación se ha corrido la versión de que para hacer más firme cada uno de los arcos, se utilizó un argamasa la cual no se batió con agua, como se acostumbra, sino que se reunieron todos los ganaderos de la región para donar enormes cantidades de leche y con ello hacer aquella mezcla.

De esta forma “los abuelos”, esos respetables ancianos que por  su avanzada edad gozan de grandes e interesantes experiencias, explican la gran resistencia de que el puente fue dotado; pero esto no es todo ya que hay personas que van mas allá al proponer que también fueron informados, por pláticas de tradición, de que aquella antigua argamasa también incluyó en su fabricación, huevos de gallina, para así lograr un material que rayara en lo increíble por su consistencia.

Con respecto a la leche que se presupone  que se uso en la insólita mezcla, se habla de que todos los ganaderos de la región obsequiaron la producción total de un día, pues a juzgar por la magnitud de la obra debió ser enorme la cantidad que del blanco liquido se requirió para llevar a la realidad tan magnifica construcción.

Una narración que formó parte también de la leyenda original lo constituye un relato en el que se refiere que en los muros del multicitado puente, fueron emparedados niños y que para el efecto se colocaron en una especie de nichos que posteriormente serían sellados; estos niños tendrían  la función de anunciar a las personas cuando hubiera peligro de inundación.

Como nota es necesario mencionar que esta última leyenda fue creíble durante muchos años, cuando aún no existía el dren de alivio y por consiguiente, cuando las presas que surten de líquido la cuenca del Lerma llegaban a su máxima capacidad, era necesario desfogarlas para que no reventaran.

Por ese entonces, decenas de hombres y mujeres, cuentan haber escuchado en mas de una ocasión el llanto de los niños sepultados entre la cantera. Sus lamentos advertían a los ciudadanos de que una gran creciente corría por el río Lerma y que era inminente una inundación.

Hay quienes recuerdan aún hoy en día, que por que las tranquilas noches en que el viento cubría con su manto el caserío del otrora pueblo ribereño, el aire, al cruzar por entre los sólidos arcos de cantera, silbaba en lúgubre canto, que semeja el llanto de infantes.

Éste singular sonido bien pudo ser el origen de esta última creencia de fuerte arraigo en La Piedad.