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MATARON A MAGO

Por: Rafael Ayala Villalobos

La cosa fue así. Yo estaba sentado en una banca a la sombra de un árbol esperando a un amigo que pasaría por mí en el jardín de La Purísima en La Piedad, Michoacán. “Adelantito del sitio de taxis”, me indicó mi amigo. Ahí llegó muy de minifalda atigrada una señora de pelo pintado de rubio postizo, rolliza ella, de turgentes y protuberantes formas, de buen ver y mejor tocar…, en tiempos idos., de esas que tienen la habilidad para vivir primaveras en su otoño. “¿Cuánto cobra?”, me preguntó sin más. Le respondí sonrojado por el pudor que no, que yo no me prostituía, que me confundía, que siguiera su camino. “Es que últimamente por la crisis hasta los hombres guapos e interesantes como usted nos compiten y el trabajo escasea”, me dijo. Le sonreía y me despedí de ella, opté por retirarme a esperar a mi amigo más adelante.


Un mes después volví al mismo jardín y a la misma banca, pero sin esperar a nadie, simplemente para pasar el rato. Otra señora se me acercó con timidez: “¿Usted era amigo de Mago?”, inquirió. “¿De cuál Mago?”, le repregunté molesto. Me explicó que un día vio a su amiga y colega de ramerías platicar conmigo, que ése día se fue con un cliente panzón, de botas y sombrero de fieltro gris, de bigote salpimientado.

– La encontraron dos días después bien degollada. Mataron a Mago.

Así me dijo con voz trepidante y ojos aguados.

Y desde aquí te digo, Mago, no es fácil conocer los detalles de tu historia, de tu niñez, juventud, adultez y muerte, de porqué vendías un amor más falso que una dentadura postiza. Yo no te juzgo. Creo, sin embargo que eso que te pasó no debía pasar. Que ninguna navaja -¿o cuchillo?- debió cercenar tu vida luchona. Tú sabes, Mago fugaz, que son las reglas no escritas de nuestra sociedad.

Ciudadana de las masas populares, trabajadora de los servicios sexuales, sin sindicato, mal vista por la hipocresía, reprimida por los agentes oficiales, un día te confundieron y fundieron tu vida, o tu oficio facilitó algún ajuste de cuentas, o te pusiste en el lugar equivocado, o viste lo que no debías ver, no lo sé.

¿Qué culpa tienes tú, Mago? ¿La culpa será de la mala seguridad pública que nos propina el gobierno federal, será de los indecentes que provocan que los decentes se protejan de aquéllos? ¿Quién te defenderá en los Tribunales? ¿Quién te regresará a la vida? ¿Quién será tu abogado si ni tus familiares quieren dar la cara por ti? ¿Quién dará el pésame a tus hijos, hermanos, a tus padres? Te anticipo que no habrá justicia. Que nadie vio, que nadie supo, que quién sabe, que fue en legítima defensa, que fue la mala suerte, una confusión, el cruel destino…

Y ni modo, Mago, tú ya no puedes contar tu historia de los hechos. Cualquier juez te liberaría porque una mañana de mayo caliente fuiste al jardín de La Purísima a trabajar de meretriz, pintadita y perfumada, llegaste a las once, te fuiste con un cliente barrigón… Luego te tajaron el cuello. Punto.

Los periódicos publicaron tu homicidio como si nada, por encimita, como uno entre tantos porque la violencia la normalizamos. Pero para mí no fue un homicidio más ni de más. Me apena porque te conocí, porque vi miedo en tus lindos ojos y me provoca decirle a la gente que luchemos para que el gobierno nos dé un buen servicio de seguridad, el principal de cuantos nos pueda brindar.

Si, ya sé que la prostitución es campo propicio para la violencia. La prostitución que está hoy al por mayor, de chiquillas y de correosas, en la vía pública, en los antros, en los téiboles… Y por supuesto en el Jardín de La Purísima, que ya de puro tiene poco, asimismo en sus hoteles cercanos y en la banqueta del bulevar Lázaro Cárdenas.

Ahí mismo se ha ejercido la prostitución por parte de las chichimecas desde que los españoles fundaron el primer caserío de La Piedad.

Luego el negocito siguió con las fondas y posadas de esos lados y también de la calle ahora llamada Aquiles Serdán, en las que descansaban los carretoneros que venían del Altiplano y del Golfo al viajar al Pacífico y al Norte.

Allí las ex suripantas embargadas por la usura del tiempo, vendían muy de madrugada en mesitas callejeras, menudo, caldo de pescado miche y otros alimentos, sin faltar el té de canela con alcohol. Los precios eran de 8, 20 y 50 centavos de aquéllos, según la abundancia del alcohol corriente en el té que el comensal pedía para embrutecerse o apaciguar las roturas del corazón. Los muy borrachitos cotidianos, entre que para “curársela” o “seguirla”, empobrecidos por el vicio, lo pedían así: “Me da un té por ocho”. De ahí viene la expresión “teporocho”, aplicada a los

ebrios con itinerario y sin escalas. Se trata, dicen, de una expresión muy piedadense aportada al vocabulario nacional.

Mago: me refiero a tu historia para que nunca más alguien vuelva a decir que no se puede hacer gran cosa ante el problema de la prostitución callejera ni de la violencia, ni a que a digan que el problema es la prostitución ambulante, como si la fija o semifija, solo por estar más sujetas al sanitarismo no tuvieran problemas, cuando se trata, digo yo, de atender las causas del problema y tratar de mitigarlas.

Creo que es falsa la disyuntiva entre prostitución ambulante y prostitución establecida. Asimismo es falso el argumento de que se trata del oficio más antiguo del mundo y que ninguna autoridad lo podrá evitar, que tan solo y si acaso podrán controlarlo.

Tampoco es atinado el argumento inmoral y utilitarista de que con zonas de tolerancia elegantes, limpias y con meretrices de “buen ver”, aumentaría el turismo y la entrada de dinero a La Piedad.

Yo no creo que sea el oficio más antiguo del mundo, pero si así fuera eso no significa nada.

También los robos y los asaltos datan de tiempos inmemoriales y no por eso el gobierno disimulado va a crear zonas autorizadas para cometerlos.

Éste problema es multidisciplinario y requiere mucha voluntad política, esto es, voluntad de hacer el bien común.

Mi Mago: tu vida fue cortada en dos pedazos. Pero son pedacitos de amor, como esos pedacitos de esfuerzo amoroso que como polvo flota

en el ambiente de La Piedad. Sin aspirar a ser más que eso: amor cotidiano.

Eso aprendí de ti.