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MATRIMONIO AMENAZADO, SOCIEDAD PERDIDA

Por: Rafael Ayala Villalobos

Desde hace un año tengo un huésped no invitado en mi casa: un ratón travieso que se queda quieto con cara de ternura cuando me ve. En ocasiones según nosotros platicamos cuando me despierta en la madrugada, como hoy viernes. Aprovecho entonces para escribir este artículo en lo que llega doña Meche. Ayer conversé con un grupo de jóvenes gays –así dijeron ser- que quieren incursionar en la política y están encontrándose con personas de diferentes partidos políticos para tomar puntos de vista acerca de diferentes temas a fin de luego decidir con cual participar. A mí me invitaron como miembro del Partido de la Revolución Democrática. La amena charla transcurrió por diversos asuntos públicos pero nos detuvimos más en el aspecto jurídico y político de los matrimonios entre personas del mismo sexo pues era de su interés. Lectora, lector queridos, de eso quiero comentar hoy. Con tu venia.


Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del relativismo que consiste en agarrar las verdades y los valores y estirarlos tanto como los pueda adaptar a mi gusto y conveniencia como si fueran de chicle. “Es mi opinión”, “es mi vida”, “es mi cuerpo”, “quiero”, “no quiero”, alegamos para justificarlo, como si todo en la vida se pudiera reducir a los conceptos de propiedad y del derecho civil. De ahí que ahora le digamos matrimonio a la unión de dos hombres aunque no haya matriz de por medio y veamos como bueno el matar a una personita chiquita, pero ya persona humana sujeta de derechos, estando dentro del vientre de su mamá sin poderse defender, por ejemplo.

Creemos que nos modernizamos, que nos adaptamos a los nuevos tiempos y que evolucionamos hacia adelante relativizando a contentillo la verdad y revolviéndola con el error en un mazacote confuso que en realidad nos involuciona como personas y nos avienta para atrás como sociedad.

“La verdad os hará libres”, dijo aquél. Por eso conviene buscar la verdad y acercarnos a ella en lo personal, como comunidad y como Estado. A la verdad se le defiende. Se trata de principios y valores universalmente aceptados que provienen del derecho natural, de las partes de la verdad sobre las que la biología, la química, la física, entre otras disciplinas científicas van iluminando con su luz, se trata de la razón humana, se trata de la fuerza, de la belleza, del candor, de la ética, de la moral. Si a la verdad se le defiende, al error se le combate. A la persona equivocada que vive en el error se le quiere y acepta amorosamente, pero a su error se le combate. El error, por carecer de razón no tiene derechos. Y más: el error está dormido, el error está inconsciente. (“¿Y uste’ cree que le van a entender eso que escribe?”, me reclama doña Meche que ya llegó y que está en todo menos en lo que debe estar).

Concretamente: hemos intentado verle razón y verdad a los matrimonios entre personas del mismo sexo. No me refiero a los contratos de convivencia entre dos mujeres o dos hombres o hasta más, que regulan determinados detalles, sino a querer confundir el matrimonio con otras cosas que no lo son. Yo respeto a todas las personas sin distingos de ningún tipo. Tengo amigas y amigos con preferencias sexuales distintas a las mías y no tenemos ningún problema. Tampoco me refiero a regular el amor, consustancial al ser humano y por lo tanto natural. Me refiero a que andamos por ahí banalizando y relativizando el matrimonio de por sí difícil de llevar, de construir y hasta de deconstruir cuando es menester como mal menor. Como afirmara alguien: «Si el matrimonio es relativo, la humanidad también». Tampoco me refiero al matrimonio como sacramento, sino solamente en cuanto a institución política-jurídica.

Este yerro relativizante se puso de moda hace algunos años y los políticos queriendo quedar bien con un grupo de la sociedad hizo malabares para convertirlo en ley. Dicho error fue el motor de la serie de modificaciones propuestas tiempo ha para reformar el Código Civil Federal y luego los estatales “para armonizarlos con el federal”, o sea, para “estar a la moda”, con el fin dizque de garantizar la igualdad y la no discriminación a la comunidad lésbico, gay, bisexual, transexual, transgénero e intersexual (“Si, todo eso”, le aclaro a doña Meche porque la vi enarcando las cejas y abriendo la boca).

La iniciativa propuesta, incluyó los siguientes cambios:

Modificar 14 artículos del Código Civil Federal, para eliminar la premisa de que uno de los fines del matrimonio es la perpetuación de la especie, así como re-definir el matrimonio, ahora como “la unión libre de dos personas –cualesquiera, aunque no tengan matriz-, mayores de edad, que tienen la intención de tener una vida en común para procurarse ayuda mutua, solidaridad, respeto e igualdad, (faltó sexo contranátura).

Ampliar la fracción III del artículo 390 del mismo código, para adosarle que la orientación sexual o la identidad y expresión de género no constituyen obstáculo para considerar que una persona sea o no apta y adecuada para adoptar menores. (¡Oórale! exclama doña Meche).

Agregarle el artículo 136 Bis: “Las personas podrán solicitar la expedición de una nueva acta de nacimiento para el reconocimiento de la identidad de género”. Además, los estados deberán realizar las medidas necesarias para que todo documento de identidad refleje la identidad de género que las personas definan por y para sí. (“O sea, ¿José Bigotes puede pedir que en sus documentos diga que es femenino, nomás por sus destos que los trae de puro adorno”? Pregunta doña Meche).

Modificar el artículo 267 para que la sola manifestación de voluntad de uno de los cónyuges de no querer continuar con el matrimonio, sea suficiente para el divorcio.

Es decir que para el gobierno el matrimonio ha adquirido el superpoder de la redefinición adaptativa ante la voluntad humana, sin importar cuán errada o certera pueda ésta ser. (¿Y el iusnaturalismo?)

Ahora, conviene revisar las implicaciones que conlleva el renunciar al concepto original del matrimonio, antes de aventurarnos a emitir una opinión. (Espérate, antes de que aquí abajo le pongas que soy anticuado, discriminador, machista, medioevero y tarugo, por favor, termina de leer).

Si el matrimonio es relativo, las relaciones naturales también lo son, parecen decir los partidarios del error. El matrimonio marca una transición que va más allá de la gratificación y los intereses de los contrayentes, pues es un acto de renuncia en el que los beneficiarios son los miembros de las generaciones futuras. (Ojo con esto).

Por lo tanto, el rediseño del mismo, definiéndolo como una “unión libre de dos personas de género indistinto”, niega la realidad natural de que el matrimonio entre esposo y esposa es el puente que interconecta las generaciones familiares; y lo reduce a ser una institución en la que cualquier pareja puede simplemente buscar procurarse ayuda mutua, solidaridad, respeto e igualdad, características que pueden ser encontradas en cualquier otro tipo de relación, no necesariamente matrimonial.

Nuevo y distorsionado concepto de “matrimonio” es éste que sin más niega la existencia de una conexión inherente entre sí mismo y la procreación humana.

Que el matrimonio entre dos personas de sexo indistinto llegue y se instale en términos de igualdad con el matrimonio entre varón y mujer, implica que la relación biológica entre hijos y padres es jurídicamente irrelevante, que pasa a segundo término.

Y esto significa entonces que los hijos no tienen un derecho digno de ser reconocido legalmente, de estar conectados a sus padres biológicos.

Ahora las relaciones naturales se esfuman para dar mayor importancia a las relaciones legales. O sea: lo que está en la ley es lo que cuenta aunque sea una aberración.

Entonces, ¿quién se subordina ante quién?, ¿la política ante la realidad natural? o ¿la realidad natural ante la política?

Habrá que recordar que la naturaleza y la sociedad son anteriores al Estado…Y que el que es primero en tiempo es primero en derecho…

Si el matrimonio es relativo, las relaciones naturales también lo son, alegan. Y, al parecer, también lo es la complementariedad sexual, la procreación y los puentes genealógicos entre generaciones pasadas y futuras.

Y concedido el derecho de adopción a parejas de todo tipo, habrá que redefinir entonces las nociones de “paternidad”, “maternidad” e “hijo”; ya que la procreación natural, encargada de dotar de sentido a los conceptos anteriores, será simplemente una de las múltiples formas en que estas parejas podrán satisfacer su necesidad de crianza por encima de todo lo demás.

El polinomio amor-matrimonio-acto conyugal-procreación, ha quedado (“¿diabólicamente?”, pregunta doña Meche) desarticulado por los seguidores del error.

Por las generaciones que nos sigan, cada quien desde su trinchera, en medio del contexto social perverso que vivimos, conviene al bien común que participemos activamente en la construcción de nuestro ambiente sociocultural, el cual es moldeado de forma significativa por las leyes que nos gobiernan ya que este ambiente ejerce una influencia formativa capaz de dirigirnos por caminos de humanización o deshumanización, acercarnos a nuestra naturaleza o desvincularnos de ella.

Bastaron unas cuantas reformas para “redefinir” el matrimonio, pero el hacerlo implica modificar erróneamente y por completo conceptos que se derivan de nuestra propia naturaleza. He allí un error a reparar.

(“Ahora sí que como dijo el Buki: !a dónde vamos a parar!”, se queja doña Meche, que dando un portazo ya se fue a la tienda de la esquina por jabón para trastes).