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NI UN VOTO AQUÍ A LOS QUE NOS PERJUDICAN DESDE ALLÁ

Por: Rafael Ayala Villalobos

Hola lectora, lector queridos. A la hora de las campañas por cargos de elección popular en lo municipal y estatal es frecuente escuchar el error de que “lo importante es la persona y no los partidos”. Si así fuera, si la imagen del candidato pesara más que la del partido que lo postula en el momento de votar, no sucedería lo que ahora vemos: diputados locales y federales, alcaldes y gobernadores ignorantes, corruptos, déspotas, irrespetuosos de los derechos humanos, ineptos para gobernar, saltimbanquis de la política que cambian de partido como cambiarse de calzón, fanáticos del ahora su partido y sus líderes a los que lambisconamente ya les ven virtudes teologales. Cualquier parecido con algunos, no todos, de Morena no es mera coincidencia sino la descripción.


Conocí un municipio en Yucatán en donde ganó la presidencia municipal un médico pediatra de gran fama profesional, muy querido y respetado, impulsado por un partido corrupto que pasaba por mal momento. El doctor nunca había hecho un proyecto de inversión, ni siquiera leído uno para “bajar recursos”, ni sabía qué puertas tocar para gestionar mejoras a su pueblo, tampoco sabía lo mínimo de seguridad y administración pública. La gente votó, en ese caso, por el hombre “buena persona”, pero también por el partido que lo postuló porque lo vieron como señal de corrección partidaria. El resultado fue que el

municipio perdió un gran pediatra y ganó un mal presidente municipal. Por eso no tienen razón los que critican y hasta se burlan de los políticos profesionales y basan sus estrategias de campaña en atacar a quienes hacen carrera civil y política. Si usted se va a operar de la apéndice, seguramente buscará al cirujano más experimentado y no se expondrá con el tortero de la esquina que de repente se metió de médico. Ya lo decía un pensador: “No hay cosa peor que un político profesional que otro político no profesional”.

Pero ¿a qué viene todo esto? A que también es frecuente que algunos opten por votar en lo municipal por un partido que le ha hecho daño al país. “Lo nacional es otra cosa, ahí no podemos hacer nada directamente”, suelen decir, como si votar en lo municipal por determinado partido que perjudica a la federación no afectara a lo municipal y al revés. Todo está relacionado. Un municipio no es una isla en el mar nacional y menos ahora que la federación de adrede está debilitando a los estados y a los municipios. Si un partido gobierna mal a la federación no es atinado votar en el municipio por esa marca, porque aunque llegue al ayuntamiento una planilla de “buenas personas”, poco o nada podrán hacer para que el tsunami de la destrucción nacional en cuanto a sus instituciones democráticas, de seguridad, de salud, de educación, de apoyos a las mujeres, a la infancia, a la economía… etcétera, no afecten a las familias que habitan el municipio.

Si un partido hace daño al país, no se debe votar en lo local y en lo municipal por ese partido, sean quienes sean sus candidatos. Así le pasó al PRI…

Por eso es conveniente estar atentos a lo nacional, a la marcha del país en manos del actual gobierno federal. Atendamos nuestras familias y nuestras actividades cotidianas, sí, pero abramos los ojos de vez en cuando a ver cómo anda nuestra casa común. Dediquemos aunque sea un ratito al mes a ver cómo andan las cosas, a ver si nos equivocamos al votar en contra o a favor de quienes ahora tienen el poder federal.

Más allá de las anécdotas, de lo momentáneamente noticioso, de las casas blancas o grises, más allá de que si éste escándalo o aquél otro, más allá de los sainetes diarios, de las tomaduras de pelo, ofensas y mentiras a la velocidad de cien por minuto, conviene informarme en fuentes ciertas y formarme mejor como ciudadano para que a la siguiente elección no me deje llevar por la propaganda política, por si el candidato o la candidata “son buenas gentes”, o por el lodazal de insultos en las redes sociales, así como tampoco por las marcas de los partidos por bien posicionadas que resulten en la avalancha de encuestas que solo confunden y aturden.

Lectora, lector, vamos a darnos una asomadita a cómo andan las cosas en el país, por lo menos en lo económico que es la base de muchos otros temas.

Luego de años en que México logró un crecimiento económico a medio motor, no suficiente para sacarlo de la pobreza extrema y la desigualdad social, desde 2019 inició un periodo de claro retroceso que, con la pandemia del coronavirus y la inepta administración del gobierno federal en materia económica, se agravó la incapacidad del país para crecer y elevar el nivel de vida del pueblo. Esta realidad se hará más severa en éste 2022 y, muy posiblemente, será la causa de una mayor

conflictividad política y social y del endurecimiento de las mismas políticas públicas del gobierno federal que la han provocado en su afán de sacar adelante esa entelequia llamada Cuarta Transformación, no presentada ni explicada al país ya que no se conoce su proyecto, pero que por sus hechos parece consistir en la centralización del poder en manos de una sola persona. Ni los miembros de Morena, casi todos expriístas, saben explicarlo, todos dan respuestas diferentes y contradictorias, aunque coinciden en el culto a la personalidad del presidente al que en realidad ni conocen, y creen que el voluntarismo y no las estrategias solucionarán los grandes problemas nacionales.

Por eso hay que ver los hechos. Si ser de izquierda implica ser demócrata, tolerante y tener como eje central la realización de los derechos humanos, entonces ni el presidente ni Morena son de izquierda. Eso está claro. Por otra parte, la izquierda, históricamente elabora social y consensadamente su estrategia y ampliación de sus programas. Esto tampoco sucede. El presidente no es de izquierda porque el militante de izquierda busca unirla, no dividirla, el ser de izquierda obliga a consensar programas, no los decide un gobernante o líder solo y los impone a los demás mostrándose intolerante y enojado con quien piensa diferente. El demócrata de izquierda busca elevar el nivel de vida de la población, no crear más pobres, como está ocurriendo.

¿Pero qué no estábamos peor antes? No. El crecimiento anual del Producto Interno Bruto, PIB, en 2019 cayó al menos 0.1 por ciento y en 2020, ya con los efectos del encierro y freno que se produjo por la pandemia, el decrecimiento fue de menos 8.5 por ciento. Lo más malo

es que este golpe no es resultado de la pandemia en sí misma, sino de la forma en que se le hizo frente y de las medidas gubernamentales que crearon un escenario contrario a las posibilidades de un mayor dinamismo de la economía.

Sin embargo el optimismo del nuevo gobierno federal que anunciaba un crecimiento para 2021 del 6.5 por ciento del PIB, atribuyéndolo a un efecto de rebote de la economía después de la caída de 2020 y a la campaña de vacunación contra la pandemia, el Banco de México ajustó su estimación a una tasa del 5.4 por ciento y muchos analistas calculan que cuando mucho el crecimiento será de un 5.0 por ciento.

Esto quiere decir que la reactivación económica pretendida en 2021, después de los meses más difíciles de la emergencia por el Covid – 19, no se logró. La economía del país, a pesar de las oportunidades de la reactivación global, se mantuvo atrasada. La inversión pública fue insuficiente porque está destinada a proyectos desconectados del desarrollo nacional y su planta productiva, además de que no tiene una estrategia consistente, comprometida en proyectos irrelevantes que responden más a criterios ideológicas y narcisistas que a un proyecto de desarrollo soberano, social y de crecimiento económico.

Para éste 2022, las expectativas que registra la encuesta de enero del Banco de México, coinciden en una proyección del crecimiento del PIB de 2.8 por ciento, aunque especialistas en economía de la UNAM lo calculan en 1.8 por ciento. Lo cierto es que este año seguirá muy complicado para la macroeconomía y por ello parta la microeconomía familiar y las finanzas de los gobiernos estatales y municipales.

Al negarse a apoyar con estímulos fiscales a las pequeñas y medianas empresas en los meses críticos de la pandemia (como sí lo hicieron la mayor parte de los países), el gobierno federal adelantó un clima propicio para la inflación sin control que hoy estamos padeciendo: del 7.25 por ciento en 2021 según datos del INEGI. Y aunque se prevee que baje el alza de precios, aún así la inflación seguirá siendo superior a la meta del 3.0 por ciento, que establece el Banco de México y será un factor que perjudique gravemente el poder adquisitivo de las familias; el trabajador necesitará más horas de trabajo para poder comprar el mismo kilo de carne que antes compraba, ya que la inflación hace más pobres a los pobres y más ricos a los ricos. Pero esto parece no importarle al gobierno que antes decía “primero los pobres”.

¿Quieren más? Por si esto no bastara, se espera también que la Reserva Federal de los Estados Unidos incremente las tasas de interés para controlar la inflación, lo cual implicará una rebaja de las exportaciones, de nuevas inversiones y de crecimiento económico en México. O sea, la incapacidad para crecer seguirá siendo un gran, malísimo problema.

¿Más aún? La fuga de capitales que se registró en 2021 por 257 mil 601 millones de pesos (la mayor salida de dinero mexicano desde 1991) es una jalada de orejas sobre la compleja situación de la inflación, la emergencia sanitaria y la incertidumbre que provocan las decisiones, para decirlo suavemente, irreflexivas y desatinadas, del gobierno federal.

¿Qué no pasa nada? Sin crecimiento económico habrá mayor deterioro del bienestar de la población, continuarán creciendo las cifras de la

pobreza y las desigualdades serán cada día mayores. El malestar social provocará una mayor radicalización tanto del populismo autoritario presidencial, como de la irritación de la ciudadanía que ya no lo apoya y que es la mayoría. El resultado es que la verdadera base social de apoyo del presidente, las fuerzas armadas, ¿qué harán? Buena pregunta…

¿Qué hacer? Con el respaldo ciudadano, es necesario que las fuerzas políticas de tipo sindical y empresarial, sociales y partidistas, impulsen una agenda para el crecimiento económico con desarrollo social,, en defensa de la soberanía nacional y el ensanchamiento de los cauces democráticos, cimentada en un estado de derecho, en el aliento a la productividad y el emprendimiento, en el respeto a los derechos humanos y en una mayor calidad de nuestras instituciones, hoy amenazadas.

¿Cómo hacerlo? Esta es la propuesta. El diálogo respetuoso es necesario. Construir alternativas de solución es ahora un imperativo ético. Con respeto, con honestidad intelectual e independencia mental, sin fanatismos ni afanes personales, sino con generosidad, es urgente construir una agenda valórica y programática para la insurgencia ciudadana, con apoyo o no de los partidos que atienda la reconstrucción del Estado Democrático, Social y de Derecho de México que contemple el fortalecimiento del municipio libre.

Y desde ya tomar la decisión de votar en la siguiente elección analizando a las personas candidatas pero también a sus marcas-partidos. Asimismo, no votar en lo estatal y en lo municipal por el partido que en la federación no ha podido con el paquete, que traicionó la esperanza y que lleva al país al barranco. Ni un voto aquí a los que desde allá nos perjudican como municipio.

Dentro de lo que cabe, sean felices.