Por: Rafael Ayala Villalobos
A mí me nacieron por primera vez en 1964. Luego volví a nacer en 1970 por segunda ocasión cuando sobreviví a un terrible accidente automovilístico en la fatídica curva de La Tinajera, entre Degollado y Ayotlán, Jalisco. Allí escuché la frase: “!Ya nos cargó el payaso!”, gritada por Chuche Llamas en la voltereta inicial, aventados por un tráiler sin que se lo hubiéramos pedido. Desde entonces no sé bien su significado; noto que la utilizan para dar a entender que algo salió mal, que perdimos…, más o menos… También he oído que la emplean al igual que “Bailó Bertha” como cuando las Chivas pierden un partido de fútbol, o sea, muy seguido. Hay otra perecida: “Ya nos cargó la del burro”, que me imagino se dice refiriéndose a la espalda de carga de los pollinos.
Por eso el título de éste artículo: “¿Nos cargará el payaso?”, porque nuestro mundo se está acabando.
Nos la damos de muy listos y hasta nos decimos “homo sapiens”, cuando si fuéramos humildes nos llamaríamos solo “homo”, sin el “sapiens”, o con una pizca de honestidad mejor nos diríamos “homo brutus”.
Bueno, pues la especie “homo sapiens” que en realidad es “homo demens”, ha invadido y ha depredado el 83 por ciento del planeta, dice la ONU.
La inmediatez, lo rápido, domina las relaciones entre las diferentes culturas y entre las personas. Úsese y tírese. Todo es desechable, hasta las personas.
El que quiere atravesar el bosque lo hace aprisa aunque rompa las ramas de los árboles.
El egoísmo y los intereses particulares gobiernan a los intereses colectivos, esto es que la anarquía avanza, de ahí las guerras y la acumulación depredadora del capital.
Así las cosas, en medio de tanto suceso que sacude al mundo y a nuestro país y cuando las elecciones en Estados Unidos y los problemas de otros países atraen nuestra preocupación, brota briosa la pregunta: ¿cómo elaborar un acuerdo elemental que nos facilite estar juntos en paz, con justicia y con bien, en concordia entre todos y en armonía con el planeta para que no acabemos con el mundo?
Dos tendencias aparecen en el escenario como brújulas de orientación.
La primera, de la escuela “realista”, y la segunda, de la escuela “ético-idealista”.
La escuela “realista” tiene en don Samuel P. Huntington a uno de sus principales exponentes, un famosísimo científico de la política, de Harvard. Por ejemplo, en su libro “Choque de civilizaciones”, de 1996, con datos y reflexiones, asegura que vamos sin remedio a un choque mundial de civilizaciones. En la última hora será Occidente contra todos los demás, dice. Algo así como todos contra el liberalismo social, parecido al juego aquél de “tírenle al negro”.
Afirma que habrá una devastación tremenda de la biosfera y de las riquezas de los pueblos. El panorama tan apocalíptico como desastroso y doloroso que dibuja al final de su libro evoca la frase de Einstein: “No sé cómo será la tercera guerra mundial, pero sé que la siguiente será a base de sólo piedras y palos”.
En la otra esquina del ring está la postura “ético-ideal”, representada por don Hans Küng, un teólogo católico alemán muy reconocido. En su ensayo: “Una ética mundial para la política y la economía mundiales”, de 1997, afirma lo contrario que Samuel P. Huntington: o dialogamos entre todas las religiones y culturas, buscando puntos comunes sobre los cuales edifiquemos el progreso compartido y la paz, o vamos al caos y al desastre como nunca antes se haya visto.
Su tesis es: “sin paz entre las religiones, no habrá paz entre las naciones”.
No anda tan mal don Hans Küng si nos fijamos que la mayor parte de los actuales conflictos armados o comerciales tienen un sustrato cultural-religioso.
Así que no está demás repensar por cuál camino empezamos a andar.
Creo que es el de las religiones.
¿Porqué empezar por ahí?
Por la sencilla razón de que en las áreas más conflictivas del mundo los pleitos están permeados por lo religioso. Hagamos una simple constatación: en las más relevantes disputas subyace una cuestión religiosa.
Además, el propio Huntington en su libro reconoce que “en el mundo moderno, la religión es una fuerza central, tal vez la fuerza central que moviliza a las personas…” Lo que en último análisis cuenta no es la ideología política ni los intereses económicos, sino las convicciones de sangre, de doctrina y de la familia.
Es por estas cosas por las que las personas combaten y están dispuestas a dar su vida. Por eso, entre otras causas, perdió Kamala Harris ante Trump, con todo y de que disponía de mucho más dinero para su campaña que el que tenía Trump. El dinero no define una campaña victoriosa, sino la estrategia y su puntual ejecución.
Kamala llegó tarde, con tropiezos y con una propuesta al gusto de la oligarquía. No supo deslindarse de los fracasos administrativos de Biden, ni de la política anti-inmigrante de Obama, ganador del campeonato de deportaciones; además cometió el error de ubicar en el centro de su campaña a Trump para propiciarle ataques, cuando lo que hizo fue ayudarlo a estar en el centro del escenario. Y lo peor: el grueso de su discurso era abortista, oportunistamente “progre” y aparentemente en favor de las libertades individuales cuando la sociedad necesitaba propuestas viables en lo económico, en lo espiritual y en la recuperación de la fortaleza del tejido social estadounidense y sus instituciones. No digo que Trump sí lo haya hecho, pero por lo menos se acercó más a la espíritu de la gente.
Volvamos al tema inicial: el camino de la paz mundial, regional o nacional pasa, por tanto, por el diálogo entre las religiones. En ese diálogo surgen los puntos comunes considerados en 1970 en la Conferencia Mundial de las Religiones a favor de la Paz, en Kyoto, Japón, que está más vigente que nunca y sobre todo por el impulso que el Papa Francisco le viene dando al ecumenismo, esto es a laborar por la unidad de las distintas tendencias cristianas, para empezar.
Al pacificar las religiones, cosa harto difícil, se crea el basamento para la paz política, fundada en una ética mínima del cuidado del Planeta y de su biosfera, con la cooperación mundial, atendiendo a nuestro futuro común, y en reverencia y respeto ante el misterio de la existencia de la vida.
¿Por qué la propuesta de Huntington no es la mejor?
Porque la máquina de muerte del modelo de producción, de consumo y de acumulación de capital es de tal tamaño e irracionalidad que puede destruir todo y acabar con el futuro de la especie humana.
Ya no podemos hacer más guerras como antes.
Hoy sólo pueden hacerse contra países débiles, como vergonzosamente hacen últimamente los centros imperiales de un signo y de otro, todos oligárquicos.
Entre los países como India, China, Estados Unidos, Francia, Rusia, Corea y otros, no se atacan porque poseen armas nucleares y de destrucción masiva, confirmando que la paz se sigue consiguiendo
con el equilibrio armamentista y no sobre los pilares de la razón, de la justicia y del amor.
Si lo hicieran, sería el fin de las civilizaciones. Bailaría Bertha, pues.
¿Qué hacer para que no nos cargue el payaso? Dialogar, tolerar, aceptar, aprender de unos y de otros para no llegar al choque final.
Empecemos por la familia, el barrio, la sociedad, los partidos, los factores de la producción: patrones y trabajadores; también por la sociedad y el gobierno.
¿Qué más? Démonos la oportunidad de unirnos aquí como mexicanos, porque lo que probablemente venga lo enfrentaremos mejor en la concordia interna.
Los líderes rijosos tipo algunos oficialistas, los dirigentes de los principales partidos políticos de México y algunos de la oposición sin logotipo, no nos sirven en este momento.
El oficialismo prepotente y la oposición que propone odio -no toda, por supuesto- no son la opción.
Démonos la oportunidad de “la paz perpetua” que decía el filósofo de Köninsberg, Alemania, Emmanuel Kant.
Practiquemos de una vez por todas el “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” de Cristo.
Es eso o nos carga la del burro.
Sean felices.