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¿PORQUÉ EL PUEBLO REELIGIÓ A SAMUEL?

Por Rafael Ayala Villalobos

¿Porqué la mayoría de votantes reeligió a Samuel Hidalgo si los mismos partidos que lo apoyaron perdieron en otros lados y para otros cargos? Les platico algo derivado de mis apuntes de campaña.  


Primero acerquémonos al difícil contexto en el que salió avante.  

Desde antes del 2018 muchos fuimos testigos de la seducción de una gran parte de la población del autoritarismo, el paternalismo, la autocracia, el mesianismo… Advertimos que de lo que se trataba era de imponer en México un totalitarismo fascista. 

Algunos dijimos desde el inicio del sexenio que vendría un desmantelamiento de las instituciones jurídico-políticas de nuestra República democrática para dar paso a un conjunto de cambios legales que darían poco a poco legalidad a un centralismo dictatorial, quitarle medios de defensa a la sociedad civil, dificultar el quehacer de los organismos intermedios, favorecer el colectivismo en perjuicio de la persona humana y que se eliminarían muchas formas de representación, como los diputados y regidores plurinominales, por ejemplo, para paulatinamente edificar el país de un solo hombre apoyado en la tiranía de la mayoría para ampliar el campo de acción del Estado y angostar el de la sociedad civil. 

Y sin embargo era difícil convencer.  

Había ignorancia y miedo, desidia, egoísmo e incredulidad.  

Más Estado y menos sociedad civil era y es la fórmula, como en el fascismo, siguiendo la máxima de Benito Mussolini, el dictador italiano, de “Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada en contra del Estado”. 

Poco a poco fueron apareciendo esfuerzos organizativos ciudadanos como el del Frente Cívico Nacional, entre otros, que siguen luchando por defender los derechos políticos del pueblo, por conservar y ampliar las libertades, así como evitar la destrucción de la democracia. Constatamos lo difícil que era, sin recursos, sin organización, de prisa…  

Sin embargo fue creciendo la concientización y la organización,  la acción política logró tomar las calles en repetidas ocasiones, asimismo tener varias candidaturas de unidad, La Piedad incluida. 

Esta lucha no estuvo exenta de improvisación y espontaneísmo, también de prejuicios y fobias que impidieron asegurar más votos mediante la concientización y la organización político-electoral en territorio.  

Como opositores no logramos elaborar oportunamente un discurso que permeara en el mar abierto de la ciudadanía. Ello sumado a inconsistencias de los cuartos de guerra de los diferentes candidatos. 

Las fuerzas opositoras no logramos forjar un discurso entendible y claro en el que el votante viera reflejadas las soluciones a sus problemas cotidianos.  

Los partidos políticos, por su parte, no lograron superar sus tensiones internas ni mejorar su imagen. 

En este terreno árido y minado hizo campaña Samuel Hidalgo. 

Mientras todo encarecía, los sistemas de salud y educación eran un desastre, la corrupción estaba al por mayor, el país vivía en el miedo, sufriendo inseguridad y violencia, el presidente se metía ilegalmente en la campaña,  indebidamente se utilizaban recursos y programas en beneficio de su candidata, al votante le hablábamos románticamente de la participación ciudadana en la política, de la democracia, la división de poderes, la república, los organismos autónomos, a veces tan conceptuosamente que pocos lo entendían. 

Mientras que algunos candidatos renegaban de los partidos políticos y presumían que nunca habían pertenecido a alguno y que eran apolíticos, quienes apoyábamos a esos candidatos pedíamos el voto precisamente para esos partidos, por cierto desgastados en su doctrina, como marca y sin la confianza que en otros tiempos les tenía la ciudadanía. Así, con incongruencias, pues no.   

Para colmo, en la oposición cometimos el error de creer que con las puras marchas se avanzaría, metidos en las redes sociales no tejimos una estructura electoral que asegurara victorias.  

A algunos compañeros yo les decía que las plazas llenas no significan automáticamente urnas llenas, y menos cuando desde el Estado se preparaba un fraude, como así fue.  

Nos dedicamos a la publicidad y a la mercadotecnia, pero sin penetrar territorio para organizar el jalón de votos. 

Por mi parte, con algunos compañeros emprendimos la tarea apartidista de articular grupos de  votantes en secciones y casillas. El tiempo no alcanzó para cubrir todo el territorio, pero se logró aportar a la victoria de quienes ganaron el ayuntamiento y a los demás cargos en disputa. 

Al principio de nuestros recorridos manejamos una narrativa para apuntalar inicialmente a la candidata a la presidencia de la República, Xóchitl Gálvez, a fin de mejorar su posicionamiento y, derivado de ello, a los demás candidatos opositores.  

Al tercer día nos reunimos a analizar porqué no avanzábamos. La gente no conocía a Xóchitl y notamos inclinación manipulada por la candidata oficialista, que finalmente ganó. También constatamos que el discurso machacón contra el “prian” logró erosionar las bases de dichos institutos. 

Se trató de una campaña no doctrinaria debido a la polarización de la sociedad. Ningún partido hizo de su ideario una bandera porque el horno no estaba para bollos. Ni siquiera fue una campaña programática.  

Las victorias que lograron el PAN, el PRI y el PRD ocurrieron donde dichos partidos tenían baluartes, como en el caso de La Piedad con Samuel Hidalgo. 

Pero además, comprendimos rápido el error de empaquetar a Samuel Hidalgo y su planilla, muy ciudadana y cobijada por tres partidos, en la narrativa opositora, cuando Samuel Hidalgo era un candidato-presidente, ya instalado en el poder y cabeza de un gobierno que a la mayoría agradaba. Él aquí no era oposición. Corregimos.  

Llegábamos a los hogares preguntando si sabían que habría elección, si ya habían decidió por quién votar para presidente municipal. Si veíamos duda o animadversión o voto en cascada en favor del oficialismo, exponíamos las bondades del modo de gobernar de Samuel Hidalgo, sus obras y cercanía con la población, asimismo que convenía que La Piedad continuara por el camino del progreso compartido.  

Pedimos el voto para él. La cosa cambió. Y a partir de ahí, solicitábamos el voto para los candidatos a diputados local y federal, las senadurías y la presidencia de la República. Samuel fue la punta de lanza. 

Surge aquí briosa la pregunta: ¿Entonces cuál fue el factor decisivo para que ganara Samuel Hidalgo? ¿Qué hizo al votante votar por él?  

Algunos dirán que su obra. Si pero no. He visto perder a candidatos que ya habían sido muy buenos alcaldes. 

 Otros dirán que su campaña  tuvo óptima planeación, fue bien organizada, puntualmente ejecutada y evaluada. Igual: si pero no. He participado en campañas modelo, bien dirigidas, en las que hemos perdido.  

Algunos de por allá afirmarán que tuvo una asesoría de alta talla. Si, es cierto, pero no fue el factor decisivo.  

Andando en territorio, con la infantería, entre la gente, pude apreciar la respuesta:  la confianza. 

En el caso del triunfo contundente de Samuel Hidalgo, la confianza popular hacia él, le ayudó a superar el desgaste de los partidos que lo postularon.  

En los hechos vi en colonias populares cómo las mujeres fueron las que más se activaron promoviendo el voto con un criterio de ciudadanía, al margen de las estructuras de los tres partidos que lo apoyaron.  

¿Y por cuál emblema pedían el voto? Por el de la marca más publicitada: por el PAN. Vi grupos de ciudadanos, de priístas y de perredistas trabajando el voto para Samuel por la vía del PAN, para facilitar las cosas, decían. 

Los nuevos tiempos políticos indican que la población vota según se lo sugiere la confianza y en este caso Samuel Hidalgo fue visto como un hombre y un gobernante confiable. 

Los políticos y las instituciones se esfuerzan en ganarse la confianza de la gente porque ganar confianza es la base de cualquier relación o alianza en lo privado y en lo público.  

Si una comunidad tiene reglas claras para resolver sus necesidades y así se cumplen, esa comunidad busca ampliarlas y mejorarlas. Es cuando la confianza se mejora. 

Ganarse la confianza, para Samuel, ha sido un trabajo de tiempo completo porque sabe que para perderla se necesita una pequeña falta y un solo instante.  

La menor incongruencia, cumplimiento o compromiso desdoran la confianza y Samuel, sabiéndolo, cuidó este factor durante su gobierno, de ahí que la gente lo identificó como enfocado, dedicado y disciplinado, empático y cumplidor de lo dicho. 

No es tanto empeñar la palabra, sino entender el proceso de generar confianza como único, sin altibajos, parejo, como un modo de ser y de gobernar, lo que hizo que el votante lo identificara como portador de valores y confiable, esto es, predecible en cuanto a su comportamiento. 

El sendero de la confianza empieza con el beneficio de la duda a partir de una promesa; ésta es dañada si se incumple. Y Samuel cumplió en sus primeros tres años. Ojalá así sea en su segundo periodo. 

Durante el gobierno de Samuel Hidalgo se le vio cumplir, lo que le permitió llegar a la campaña con mucha fuerza, con congruencia y credibilidad.  

La primera, la credibilidad,  es hacer lo que se dice y la segunda, la congruencia,  es confirmar que cuando otros ciudadanos acuden a él, obtendrán los mismos resultados positivos. 

Samuel Hidalgo ganó la elección porque generó confianza con congruencia, cumplimiento y consistencia.  

Estos tres elementos lo vuelve un presidente que fue reelecto no solo con legalidad sino, quizá lo más importante, legítimamente.   

En unos días más otra vez rendirá protesta como presidente municipal. 

Sean felices.