Por Rafael Ayala Villalobos
¿Recuerdas que hace tiempo en La Piedad, Michoacán algunas abarroteras eran punto de encuentro social donde se hacían negocios, acuerdos políticos y se compartían chismes?, ¿qué se jugaba al dominó y se bebía una cerveza o copa en sitio apartado, a veces en la trastienda?. Algunas todavía lo hacen.
Común fue pedir un “macho prieto”: era bebida alcohólica con refresco negro. O un “perico”, que era tequila con refresco de toronja. Las mejores “gatas” de alcohol con coca o pepsi iniciaron en la tienda conocida como “Anca Pacas” y luego continuaron en la tienda de don Macario Castillo en Brasil y Chilpancingo; también con don Odilón, junto a la paletería “La Esperancita” de don Jesús Hermosillo, que revolucionó esa industria con carritos que recorrían las calles ofreciendo alegres, coloridas y sabrosas paletas para deleite de chicos y grandes. Yo prefería las de tamarindo.
Otro señor que vendía este tipo de bebidas espirituosas era don Catarino Núñez, en su billar, cuyo hijo Amadito luego tuvo el negocio redondo al poner una eficiente funeraria por Aquiles Serdán.
Era posible que las abarroteras vendieron alcohol “para tomar ahí mismo”, a pesar de que la reglamentación no lo permitía, porque los
inspectores, entre ellos Gil Villegas y Pillo Meza, nunca pudieron contra la inveterada costumbre de hacerlo, defendida a capa y espada por los habitantes de los barrios.
Ya dijimos que en la esquina de 5 de Mayo y Mariano Jiménez, había una abarrotera que también era cantina decente: «Ancá Pacas». Así le decían quienes entraban a pie y salían a gatas por las bebidas alcohólicas que se apuraban: gatas, pollas o cubas, tequilas, mezcales, bacanora… Las botanas eran de latería, patitas de cerdo en vinagre, queso de Cotija, cacahuates, entre otras. Las bebidas podían solicitarse por cuadras: de una cuadra o de dos para arriba, según donde el parroquiano calculara que caería inconsciente, preferentemente ya en su casa.
A veces, entre la algarabía y los vapores del alcohol estaba don Camachito, un viejecillo sabio que gustaba de platicar con jóvenes. Menudito, un pedacito de hombre pero con voz de trueno, afirmaba: «Todos buscamos anestesiarnos con algo para no sentir la realidad, para fingir que no pasa nada», decía el veterano. «Unos lo hacemos con alcohol, otros con la radio o la televisión, otros con el trabajo o los chismes…, cada quien a su modo quiere voltear para otro lado…», agregaba.
Don Camachito una vez dijo: «Fíjense cómo nadie llora cuando escucha o ve los noticieros y las tragedias que reportan, que son la realidad, pero sí lloramos en el cine, o con la radionovela, que son ficción. Nos hemos vuelto insensibles a la realidad que hay que cambiar, y nos hemos
hecho sensibles a la irrealidad que no sirve para nada en nuestra vida ni en la de los demás. En algún lugar del camino -agregaba Camachito- perdimos nuestra mente y nuestro corazón, y ya no hemos vuelto a recuperarlo».
Don Camachito decía que lo peor es que somos tan cínicos ante el sufrimiento ajeno, que pensamos que Dios también es así, que él es impasible e indiferente y que nada de lo que sucede en la sociedad y en la Tierra le preocupa. “Éste es un error porque él no es así”, afirmaba don Camachito y agregaba que “en la Biblia encontramos frases como que Dios «tenía compasión de ellos», o que hasta «se le conmovían las entrañas».
Digo yo: Dios es amor y el amor siempre es compasivo y activo, solo que Dios respeta nuestra libertad que él mismo nos dio, por eso no nos impone la felicidad, porque la felicidad impuesta no es felicidad y ésta, la felicidad, es una construcción personal y comunitaria.
Nadie vive tan al pendiente de nosotros como Dios, él nos conoce y ama como nadie. Pero no nos controla. Nos ama tanto que respeta nuestro libre albedrío.
¿Qué diría hoy don Camachito en el 2023, con tanta anestesia circulando en las redes sociales, en la internet, en todas partes? Qué opinaría, por ejemplo, de que los teléfonos celulares acercan a los lejanos, aparentemente, y alejan a los cercanos?
Y les platico que en ese tiempo, cuando don Camachito iba a “Anca Pacas” mi papá dejaba su camioneta abierta y con las llaves en el switch; nadie se la robaba. Las casas tenían en el día las puertas a la calle abiertas y poco faltaba para que a los perros los amarraran con longaniza sin que se la comieran. Uno podía tener novia sólo con permiso de sus papás y los de la novia.
Los relojes más buscados eran Rolex, Omega y Longines, y Haste era “La hora de México”, mientras que estaban de moda escritores como Carlos Mosivaís, Carlos Fuentes, Juan García Ponce, José Luis Cuevas y Elena Poniatowska, cuyos escritos traían a La Piedad los jóvenes que se íban a estudiar a la Ciudad de México. También traían libros del Fondo de Cultura Económica, Era y la izquierdista Siglo 21.
Cuando no había televisión en todas las casas y los vecinos se invitaban a ver telenovelas como “Muchacha italiana viene a casarse” o programas infantiles como “La bruja escaldufa” o “Los cuentos de Cachirulo”, nada más había un canal: el 2. Luego apareció el 5, para niños y jóvenes. En la Ciudad de México había el 4 pero a La Piedad no llegaba. Más tarde el gobierno hizo su canal: Telesistema Mexicano y el Politécnico el 11.
En La Piedad don Heriberto Guízar Castro, empresario muy visionario, fundó la XELC Canal 98 que aparte de empujar la cultura de los piedadenses con programas musicales y formativos, contribuyó al crecimiento económico al promover empresas locales. Algo a destacar
es que desde siempre y hasta ahora ésta radiodifusora cuida el lenguaje y los valores.
A ver si se acuerdan que Excélsior era el periódico que leían los hombres. Digo los hombres porque las mujeres casi no. Después el Novedades y el Esto que era deportivo. A La Piedad llegaba la revista Siempre! De Pagés Llergo, los cuentos o comics de Kalimán, Chanoc, El Libro Vaquero y La Familia Burrón,
La revista más leída era Siempre!, dirigida por José Pagés Llergo. Asimismo llegaban los Supermachos, Los Agachados, Superman, Batman, Fantomas, historietas de Walt Disney, Lorenzo y Pepita, La pequeña Lulú y Archie, por mencionar algunos que yo compraba.
Para los jóvenes llegaban Lágrimas, Risas y Amor, La Doctora Corazón y Memín Pinguín; también Los Cuatro Fantásticos, Chanoc y Los Supersabios. Otros éxitos de la época eran Rolando el Rabioso, Alma Grande, Tradiciones y Leyendas de la Colonia, y Hermelinda Linda. ¿Te acuerdas?
Los cafés solubles de moda eran Oro y Nescafé; la mayonesa preferida McCormik; el atún, Calmex; los chiles enlatados, Herdez o Clemente Jacqes; el puré de tomate, Del Monte; la salsa para condimentar, Maggi; el aceite de cocina, Libertador; el chocolate en polvo Express o Choco Milk; la cajeta, Coronado, ya luego la sabrosísima Cavadas, de La Piedad, de don Miguel Montes; el consomé instantáneo, Rosa Blanca y luego Knorr Suiza.
Los jabones eran Camay y Lux, aunque el Palmolive seguía siendo el preferido de las clases populares. Las mujeres catrinas compraban Maja y los señores Heno de Pravia. Las cremas para manos y cara eran Teatrical y Ponds. ¿Recuerdas las pastas de dientes? Eran Colgate y Forhans y el jabón para la ropa, Fab.
La oferta hotelera se enriqueció con el Motel Cerro Grande y el Hotel Imperial que compitieron con el San Sebastián de doña Isabel Alatorre y el Hotel Central del Capitán Vargas.
A la Ciudad de México los piedadenses llegaban a los hoteles Milán y Ensenada de la avenida Álvaro Obregón, o al Regis. Los más pudientes se alojaban en los nuevos Camino Real, Fiesta Palace o Sheraton. Y ya en las noches se íban a los cabarets a verle el busto y la cadera a Lyn May o a disque escuchar a Olga Breesken que para tocar el violín tenía que encuerarse. De plano, otros pícaros se iban a los burdeles de postín Las Uvas o Las Fresas.
El té negro más comprado era Lipton; los refrescos, Coca Cola, Pepsi Cola, Orange Crush, Squirt, Delaware Punch y los mexicanos Peñafiel, Garcicrespo, Jarritos, Pascual, Lulú, Titán y Chaparritas el Naranjo cuyo lema era “no tienen comparación”. La golosina más socorrida era el Gansito de Marinela con su lema “Recuérdame”. Empezaba a haber Sabritas.
El súper se hacía en la tienda del ISSSTE o en la tienda de autoservicio de don Juan Melgoza. Algunos iban a Aurrerá o a la Comercial Mexicana a Irapuato, y lo presumían.
Las medicinas se compraban en la farmacia Rex de don Elías Rizo, o en la Continental, o en la Cruz Roja, de la señorita Martín del Campo, en el portal de abajo, pero todo mundo corría por un remedio para de verdad aliviarse a la Antigua Botica del Refugio del respetado Profesor Mercado, que aún existe atendida por sus descendientes.
Las gasolinas eran del monopolio de Pemex, con las marcas Mexolina, de 70 octanos; Super Mexolina, de 80; Gasolmex, de 90; y Pemex 100. Todas con plomo. La primera gasolinería estaba en Hidalgo, del empresario don Juan López, donde ahora hay un café: Casa del Siglo.
Los discos Orfeón, Dimsa, Musart y Capitol se compraban en Discolandia y Mercado de Discos en otras ciudades, pero en La Piedad el fuerte era Discotecas Aguilar que luego tuvo una fuerte expansión de sucursales a nivel nacional. Era de don Vicente Aguilar. Un tiempo las manejó el gerente don Raúl Parra Tarín. La señorita Matilde Pérez fue factor importante en ese proyecto.
¿Recuerdas radionovelas? Porfirio Cadena, Chucho El Roto, Kalimán y el programa cubano Tres Patines que todavía veo por YouTube.
Los niños jugábamos en la plaza principal, en el parque La Placa, en La Purísima y en las calles. Cuando el doctor Marco Antonio Aviña fue presidente municipal quitó el panteón de la calle Pino Suárez y lo cambió a la Ciudad del Sol en terrenos de don Antonio Zendejas. En el lugar del viejo panteón hizo el Parque Morelos que se convirtió en el sitio preferido para jugar, hasta que aparecieron las “maquinitas” enviciadoras.
¿Qué jugábamos? futbol, box, indios y vaqueros, suertes charras, trompo, yoyo, Taca-Taca, bote pateado, porterías, avión, burro castigado, escondidas, bicicleta o carros Avalancha, algunos patines Gala y concursos de albures. También había locales con futbolitos.
Las máquinas de escribir eran Olivetti y Remington; las de coser, Singer con su publicidad “Este 10 de mayo, ¡Singer a su madre!.
Había ollas Vasconia, Ecko y cubiertos Oneida, estufas y refrigeradores IEM o Mabe que las vendían a buenos precios en la Mueblería Aguilar y ya luego en una mueblería de Zamora que llegó con bombo y platillo a La Piedad: Franco Descuento. Otra mueblería muy socorrida era Mueblería Camarena.
Bueno, el caso es que como dijo don Camachito: «Todos buscamos anestesiarnos con algo para no sentir la realidad, para fingir que no pasa nada».
Entonces no vaya a ser que queramos anestesiarnos viviendo de recuerdos cuando la realidad actual de nuestro México está que arde y hay mucho que hacer en el presente, aquí y ahora.
¡Así que a darle!
Sean felices.