Esta historia tiene lugar en algún lugar de Chile, en el año de 1954, cuando el abogado Jenaro Gajardo Vera, registró la luna como de su propiedad, con la idea de que de ese modo podría contar con el requisito de propiedad patrimonial necesario para ingresar al club Talca, que albergaba sectores de la élite chilena.
El registro de la luna a su nombre se hizo como una burla al capitalismo, afirmando que: «No la inscribí con ese afán. Si obtenía dineros por ella, la historia se echaría a perder. Quise hacer un acto poético de protesta interviniendo en la selección de los posibles habitantes del satélite y sacarle partido para que la Humanidad tuviera un poco más de paz».
Una noche del mes de septiembre de 1954, Jenaro Gajardo Vera entró en el citado club Talca con intención de hacerse socio. Durante la cena, los responsables le dijeron que por su condición de abogado podía ser aceptado, pero que al carecer de patrimonio quedaba excluido.
En su relato el abogado chileno dijo que: «Cuando salí me fui caminando hasta la plaza. Me molestó que se le diese tanta importancia a las cosas materiales. Me detuve y miré al cielo. Y vi la Luna llena. Qué curioso, me dije, el satélite pertenece a la Tierra, tiene dimensiones y nadie lo ha inscrito a su nombre».
Al día siguiente llevó al conservador de Bienes Raíces y notario de Talca, César Jiménez Fuenzalida, unos documentos con sus pretensiones y los datos de las medidas de la Luna, luego de lo que se menciona, que ocurrió una conversación:
– ¿Tú sabes bien lo que estás haciendo, Gajardo?
– Sí.
El profesional revisó los formularios y la argumentación.
– Tienes toda la razón del mundo. La Luna pertenece a la Tierra y tiene deslindes. No creo que nadie la haya inscrito, pero de aquí en adelante te van a tildar de loco.
– No importa.
Jenaro hizo tres publicaciones de aviso en el Diario Oficial y, como nadie contestó oponiéndose, volvió a la notaría de Talca para registrar la escritura.
«Jenaro Gajardo Vera, abogado, es dueño, desde antes del año 1857, uniendo su posesión a la de sus antecesores, del astro, satélite único de la Tierra, de un diámetro de 3.475.00 kilómetros, denominada LUNA, y cuyos deslindes por ser esferoidal son: Norte, Sur, Oriente y Poniente, espacio sideral. Fija su domicilio en calle 1 oriente 1270 y su estado civil es soltero. Jenaro Gajardo Vera. Carné 1.487.45-K. Ñuñoa. Talca, 25 de septiembre de 1954».
Con el folio sellado en la mano, Gajardo ya era un «lunático». Así que se fue al Club Talca en busca de algo que se puede calificar como una venganza espacial.
Mire, usted que se interesa tanto por los bienes materiales: He inscrito el satélite lunar de acuerdo a la ley, así que me pertenece. Aquí está la copia de la inscripción autorizada por el notario y el conservador de Bienes Raíces.
Y de ese modo, no pudo haber objeción alguna, por lo que al fin entró en el club.
El asunto empezó a correr de voz en voz y hasta salió en la prensa chilena de la época.
Un día, Hacienda, que es igual en todas partes, envió a dos inspectores del Servicio de Impuestos Internos de Chile para cobrar a Gajardo Vera las contribuciones correspondientes.
En una entrevista televisión en el programa Sábado Gigante en el año 1989, que puedes revisar en el siguiente enlace https://www.youtube.com/watch?v=2LW-N4OCWwE&t=191s Jenaro lo contaba así:
– Usted es dueño de la Luna pero no la ha declarado, así que es evasión de impuestos. Es un delito.
– Muy bien, no nos vamos a complicar la vida. Ustedes van a tasar la Luna primero y una vez que la tasen, hablamos.
Los inspectores no volvieron a aparecer.
Los años pasaron y nuestro protagonista pasó de persona a personaje, incluso con ofertas suculentas de televisiones que no se concretaron nunca.
En el mismo programa, afirmó que mediados de 1969, ocurrió algo demasiado perfecto para ser verdad. Pues refiere que el agregado cultural de la Embajada de EEUU, en Santiago de Chile, entregó a Gajardo Vera un mensaje del mismísimo Richard Nixon.
Solicito en nombre del pueblo de los Estados Unidos autorización para el descenso de los astronautas Aldrin, Collins y Armstrong en el satélite lunar que le pertenece.
El dueño de la Luna valoró el «gesto democrático» de Nixon y contestó:
– En nombre de Jefferson, de Washington y del gran poeta Withman, autorizo el descenso de Aldrin, Collins y Armstrong en el satélite lunar que me pertenece. Y lo que más me interesa no es sólo un feliz descenso de los astronautas, de esos valientes, sino también un feliz regreso a su patria. Gracias, señor presidente.
El Apolo 11 tenía permiso para aparcar.
Una noche de 1998, a los 79 años de edad, don Jenaro Gajardo Vera murió. Poco antes, lunáticamente lúcido, había redactado un testamento digno de su genialidad:
«Dejo a mi pueblo la Luna, llena de amor por sus penas».