Inicio Destacados Ser joven y no morir en el intento

Ser joven y no morir en el intento

Por: Rafael Ayala Villalobos 

 Los jóvenes de La Piedad, Michoacán, como los del país, son los más vulnerables ante la violencia, la delincuencia organizada, los delitos derivados de la convivencia, los empleos precarios, la pobreza y la desigualdad, entre otros males de nuestro tiempo. 


Y sin embargo las políticas públicas, si bien es cierto que han tenido aciertos, han sido insuficientes.  

De esto es de lo que deberían estar dialogando los políticos con partido y los sin partido, el gobierno y la sociedad civil, los medios de comunicación, la academia y las organizaciones ciudadanas.  

Suele etiquetarse a los jóvenes como apáticos, desorientados, hundidos en el relativismo; “la generación de cristal”, les dicen.  

Pero en cualquier plática franca con grupos de jóvenes, uno puede apreciar de inmediato que si están desorientados en parte es por ansiedad y preocupación por la sociedad que van a recibir.  

Sus temores van ligados a un sentimiento de frustración; saben, dicen, que algo va mal y hay muchas cosas que les disgustan.  

“Pero ¿en qué podemos creer? ¿Qué hacemos y cómo?”, expresó una joven universitaria. 

Uno de los errores del diseño de las estrategias para atender la problemática de los jóvenes es, por una parte,  separar ésos problemas de sus causas, y por la otra, disociar los problemas de los jóvenes, de los jóvenes mismos. ¿Cómo? 

La mayoría de los programas enfocados  a la juventud se avocan a atender las manifestaciones y consecuencias de los problemas, ignorando las causas que les dan origen. 

Asimismo, se conciben los problemas de la juventud, como el desempleo, por ejemplo, por separado de ella, a la que se le entiende como un concepto abstracto.  

Se ve a la juventud como algo monolítico, como si todos vivieran la misma situación social y económica, tuvieran la mismas maneras de opinar y de convivir, por ejemplo.  

Esto es porque “olvidando” que la sociedad está estructurada en clases sociales se construye a la juventud como un “grupo social” en el que embuten a todo un abanico de edades, sin considerar las diferentes condiciones materiales y sociales de existencia de los jóvenes concretos, de carne y hueso. 

Hay que recordar que las condiciones de existencia de cada quien están ligadas a las relaciones de producción y de distribución. Lo anterior sucede porque se rehúye a entender a la “juventud” como problema social.  

Comúnmente se agrupa a los jóvenes en un solo paquete considerando tan solo el factor de la edad, esto es, un factor biológico, como si lo cronológico bastara para dar una identidad social, cuando es muy distinto un joven piedadense de 21 años estudiante de psicología en la Universidad Panamericana de Ciudad de México, que uno de la misma edad peón de albañil en la colonia Vasco de Quiroga. Así que la “juventud” no es un grupo social ajeno a las contradicciones sociales y económicas. 

Considerando lo anterior surge briosa la pregunta: ¿porqué los jóvenes son los más vulnerables de la sociedad hoy en día? 

Algunas de las estrategias del gobierno se basan en atender las causas de esa vulnerabilidad con programas tendientes a darle a los muchachos dinero en directo para que tengan una mejor calidad de vida y con ello desanimarlos  de meterse a la delincuencia o rechazar las invitaciones de los grupos delictivos.  

Estos programas no han resultado todo lo bueno que se quisiera, por lo menos no en cuanto a disminuir la vulnerabilidad de los jóvenes. 

Está visto que es un error relacionar la pobreza y la falta de oportunidades de los jóvenes con su eventual participación en las actividades criminales. Nadie ha exhibido pruebas a favor de esta afirmación determinista y discriminadora: “pobre igual a criminal en potencia”. 

Lo que sí hay es una liga entre la migración forzada de jóvenes a Estados Unidos provenientes de estados violentos como Guerrero, Zacatecas o Michoacán, por ejemplo. De allí que estos y otros estados sean de los que más reciben remesas. 

Con dolor hay que admitirlo para mejorar las cosas: a pesar de los programas y sus innegables bondades como el de Sembrando Vida y el de Construyendo el Futuro, los jóvenes de 16 a 24 años son la población más vulnerable de La Piedad y de México.  

Veamos un ejemplo. En cuanto a lo laboral, la última Encuesta Nacional de Ocupación del INEGI, revela que los jóvenes piedadenses de 20 a 24 y de15 a 19 años son los que más han perdido su empleo. De ellos 60 % son hombres y 40 % mujeres; además son los que menos salario obtienen ya que solo el 32 % recibe como máximo el salario mínimo: 7 mil 400 pesos al mes. 

Agregado a lo anterior la Organización Internacional del Trabajo, en su delegación mexicana dice que estos jóvenes, cuando trabajan, no tienen acceso a los servicios de salud, en un 48.5 %. Tampoco tienen aguinaldo ni vacaciones en un 60 %. Y otras regiones del país están peor.  

Otra muestra de su vulnerabilidad es la violencia homicida y desapariciones forzadas. En el primer caso, con datos del INEGI, de los 31 mil 062 homicidios dolosos de 2023, 5 mil 904 fueron de jóvenes de 15 a 24 años, siendo 5 mil 126 hombres y 522 mujeres, o sea, una sexta parte del total, esto a nivel nacional pero en lo que La Piedad no es ajena, proporcionalmente. 

El problema de la vulnerabilidad de los jóvenes se agrava cuando sumamos los homicidios de jóvenes de entre 24 a 29 años  y que fueron 4 mil 694: la cifra sube a 10 mil 598 jóvenes.  

Respecto a las desapariciones forzadas, con datos recientes de la Red Lupa, el mayor crecimiento de víctimas entre 2023 y 2024 fue entre los rangos de edad de 20 a 29 años: de 28 mil 970 subió a  30 mil 827 víctimas. 

Seguimos. El pasado 10 de septiembre, el INEGI exhibió estos datos tristes: la tasa de suicidios en el 2023; en sus gráficas se observa que de los 8 mil 837 suicidios -81.1 % hombres y 18.9 % mujeres-, la mayoría de suicidados tenían de 15 a 19 años, en primer lugar; en segundo, los de 20 a 24 años.  

Otro dato es que la mayoría de las personas desaparecidas de algunos estados son niñas y mujeres, como en el caso de La Piedad, sin que estemos en condiciones de poder precisar datos duros por el sub-registro o “cifra negra” que hay por temor a represalias. 

De las personas que fenecieron en 2023 en actos violentos, atentados, masacres…, el 50 % tenía entre 25 y 44 años y es la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 24 años. En La Piedad, los jóvenes menores de 35 años son los que más fallecen violentamente. 

En La Piedad, el promedio de escolaridad de los jóvenes menores de 29 años es de primero de secundaria y sólo el 42 % de los que terminan la secundaria se inscriben a preparatoria, terminándola el 38 %. 

Como resultado de un sondeo sin el rigor metodológico de una encuesta, pero que nos aproxima a la realidad, tenemos que en La Piedad: 

  • 7 de cada 10 piedadenses menores de 23 años manifiestan que su mayor problema es económico. 
  • A 8 de cada 10 no les gusta su trabajo, al que consideran precario y sin seguridad social. 
  • 7 de 10 dicen que son pobres pero que como en sus hogares hay otras personas con ingresos, resuelven las necesidades básicas. 
  • 6 de 10 expresan que temen no acceder a la educación. 
  • 8 de cada 10 temen no tener vivienda cuando se casen. 
  • 9 de cada 10 se dicen bien alimentados. 
  • 7 de 10 aseguran tener problemas en sus relaciones familiares, problemas de autoestima, ansiedad o depresión. 
  • 1 de cada 10 reconoció tener problemas con las drogas o el alcohol. 
  • 6 de cada 10 perciben inseguridad en su entorno social. 
  • A 8 de cada 10 les gustaría vivir en otra ciudad. 

Hay más datos relativos a los embarazos adolescentes, las uniones libres, el trabajo, los accidentes viales y la falta de justicia, pero los dejamos para después. 

Es evidente que los jóvenes no la están pasando bien, que tienen desesperanza y viven con ansiedad o depresión. De ahí muchas de sus conductas autodestructivas y en algunos casos asociales o antisociales. 

 La vulnerabilidad de los jóvenes no es un problema que admita enfoques partidistas ni mucho menos electorales. En un tema que concita la unión de mujeres y hombres de buena voluntad y que sociedad y gobierno deben afrontar conjuntamente. 

Es menester diseñar mecanismos y herramientas para que los jóvenes se expresen libremente, sin tutelas paternalistas. 

Asimismo, construir políticas públicas tendientes a combatir la pobreza cíclica, la desigualdad y la falta de oportunidades. 

Por lo pronto, pueden focalizarse mejor las becas de preescolar, primaria y secundaria de las escuelas públicas y por cooperación, para llevar mayor justicia social a los jóvenes. 

Otra propuesta es continuar con la atención médica, por ejemplo, con que los estudiantes sigan teniendo derechohabiencia en el IMSS, pero avanzar en que también la tengan los jóvenes que trabajan sin seguridad social.  

Otro campo a explorar es  fomentar el auto-emprendimiento pero en el campo de la propiedad social, esto es el fomento al cooperativismo entre los jóvenes, dado que está visto que el emprendimiento individual tiene muchas aristas. 

El objetivo es que los jóvenes dejen de ser carne de cañón de la pobreza, la desigualdad y de la delincuencia y que valiéndose de su entusiasmo, de sus derechos, de su esfuerzo y de sus capacidades, crezcan a plenitud como personas humanas, mental, económica, física, espiritual e intelectualmente. 

Y no, los jóvenes no son “el mañana que canta”.  

Ya están aquí y es ahora. 

Sean felices.