La Piedad, Mich.- Los datos históricos señalan que La Piedad fue escenario de cruentas batallas entre las tropas insurgentes y realistas, además de que varios piedadenses se sumaron a la causa encabezada por el Cura Don Miguel Hidalgo, por los que oficialmente se ha reconocido que ésta ciudad fue una de las más lastimadas durante la Guerra de Independencia.
Corría el año de 1810, casi finalizaba el mes de septiembre cuando el cura de la parroquia del Señor de La Piedad, José Antonio Macías tuvo conocimiento de que se había iniciado un levantamiento en contra de la dominación española.
Dicho suceso estaba siendo encabezado por Miguel Hidalgo y Costilla, sobrino del ex cura de La Piedad, don José Antonio Gallaga, según relata el historiador Alberto Carrillo.
Al conocer los detalles de la lucha y de que Miguel Hidalgo se dirige a Valladolid (hoy Morelia), el cura José Antonio Macías decide esperarlo en Ziquítaro del municipio de Penjamillo, donde le entrega al héroe insurgente recursos en hombres y en dinero para fomentar la lucha.
Varios hombres originarios de éstas tierras se suman a la causa emprendida por el adalid y La Piedad se convierte en lugar de eventual estacionamiento de las tropas de uno y otro bando, como lo revela en su Historia de Méjico don Lucas Alamán.
Una vez que Hidalgo y Allende son detenidos en Acatita de Baján, Coahuila, y ejecutados en Chihuahua, sus seguidores se desbandan o se reagrupan para continuar la contienda, entre ellos Ignacio López Rayón, que en el mes de mayo de 1811 llega a La Piedad a «ponerse a salvo de las tropas realistas».
Más tarde, de junio a septiembre del mismo año, una división de quinientos hombres al mando del mayor de la Columna de granaderos D. Agustín de la Viña, fue destinada a perseguir a «El Amo» Torres, que tras la sonada derrota del Maguey se había separado de Rayón, y con la poca gente que le seguía, se hallaba en la hacienda de Santa Ana Pacueco y pueblo de la Piedad, extendiéndose por las dos riberas del río Grande, en los linderos de la provincia de Valladolid y Guadalajara».
Torres fue desalojado de La Piedad y obligado a retirarse hasta Tacámbaro. En octubre de 1814 regresa a atacar al realista Pedro Celestino Negrete, posiblemente contando éste con el apoyo de los vecinos, como se desprende del parte que rinde el también jefe realista Agustín de Iturbide a principios de Noviembre.
En dicho reporte, Iturbide habla de «la gloriosa resistencia que un corto número de valientes hizo en el pueblo de La Piedad frente a las gavillas de Torres, Navarrete y Sáenz, tres cabecillas eclesiásticos corrompidos, que con su ejemplo y engaños tienen seducida a una porción considerable de sencillos e incautos».
La resistencia que encontró Torres en La Piedad explica por qué, primero en el mes de marzo de 1815 y luego en febrero de 1818, arremetiera con singular vehemencia contra la población, incendiándola y dejándola casi reducida a cenizas.
Habrían de pasar años para que se recuperara, en parte por el afán reconstructor de los propios vecinos, y en parte debido a la ayuda que recibiría del intendente de Valladolid, Manuel Merino y Moreno.
Con la nueva puesta en vigor de la Constitución de Cádiz, en 1820, las repercusiones en la Nueva España se traducen en una conspiración de sus élites (alto clero, ejército y grandes propietarios) que en principio habían combatido al cura de Dolores y que ahora escogen a Iturbide como cabeza de una rebelión que culmine exitosamente, pero con otro sentido y en beneficio de otros intereses, la causa enarbolada por Hidalgo.
De este modo el nuevo caudillo se dedica a recorrer el país en busca de un consenso para su Plan de Iguala. El 24 de abril de 1821 llega a la hacienda de Santa Ana Pacueco y a la vuelta de dos días visita La Piedad, dirigiéndose de aquí a Yurécuaro, a entrevistarse con Pedro Celestino Negrete, a quien convence de sumarse al partido independentista.
El éxito de Iturbide se refleja en La Piedad, como en el resto del país, casi enseguida.
Para dar cumplimiento a la «Soberana Resolución» de la Suprema Junta Gubernativa del Imperio que modeló Iturbide, el Ayuntamiento local, encabezado por el alcalde Francisco Plancarte, el día 8 de noviembre de 1821 celebra el advenimiento de la emancipación con una solemne función a la Inmaculada Reina en el templo del Señor de La Piedad.
Amén de la solemne misa y del triple repique de campanas en los templos y de los fuegos artificiales y de los fuegos de artillería, que se prolongaron por dos horas, el júbilo de los piedadenses se reveló en «juegos, regalos y corridas de toros por cinco días», todo en medio de una sana euforia que no dejó saldos negativos, «y sí el mayor gusto y uniformidad a pesar de la crecida concurrencia».